Retractos # 10:
“Thomas Bonus”
“Lo tuve siempre como detrás de una
mampara invisible, como si se tratase de una barrera que me impida sentir su
asqueroso carraspeo al hablar, el abominable hedor a grasa que despedía en cada
movimiento adobado con el humo de un tabaco de dudosa procedencia, y sobre
todo, para no descifrar las palabras que combinaba para expresar cosas
vergonzosas y terribles.”
Palabras textuales de
Frida Núñez, encargada de reparto de la empresa Núñez Repartos Ltda. Se las
veía a diario con el acaudalado Thomas, y puesto que trataba él en persona
hasta el último detalle que tuviese dinero en movimiento, su presencia
repugnante podía ser enfermiza.
Así fue que poco a
poco, el propietario de Bonus Manufacturas
Ltda., el mismo Thomas Bonus, tomó coraje y a fuerza
de contemplar a Frida en cada visita a su despacho, pensó que se había acercado
al momento trascendental de ampliar significativamente su negocio y, por
consiguiente, sus ingresos. Le pidió matrimonio.
Ella no respondió en
el momento, no por su negativa que era contundente y demoledora ante la más
mínima insistencia, sino por el brutal olor a asno compungido que le brotó al
hombre, y que la mantuvo mareada, expectante de un desenlace de calesita de
pesadilla, de fulminante arrebato de violencia salvaje con matices de otra
especie y los secretos de su hábitat. Se desmayó.
Fue su hermano
Raimundo que tuvo la fuerte y determinada responsabilidad de aclarar lo
sucedido, “que no mal interpretara el hombre que fue cosa de amor contenido y lanzado
como agua escapada de un dique, que mi hermana no lo quiere y que su desmayo se
debió a agentes externos, condiciones de trabajo estresantes y coloquios
conflictivos con mamá que detonaron en la hora menos apropiada”, dijo el
espigado muchacho.
Y aunque Thomas no lo
entendió así, y en el cuello negro de una camisa gris que había sido blanca, se
vio hincharse el pescuezo para después afinarse como ameba que nada, y que
luego, concluido el transe de la decepción, retomar su volumen de morsa.
-Quisiera hablar con la petit
Frida, si me hace el bien. –Esbozó entre el humo del habano que prácticamente no
se diferenciaba de sus dedos.
Raimundo le explicó,
trató de convencerlo, le habló de estrafalarios desenlaces amorosos e
infantiles, manifestó desdén y nostalgia por cosas sucedidas no se sabe dónde
ni cuándo, insinuó una despedida y propinole puteada
contenida que lo dejaba del otro lado del despacho, en la calle y a la búsqueda
de nueva empresa con flota de camiones para repartir sus “manufacturas”.
-Nunca se supo que
manufacturaba, -dijo Raimundo. –Se sabía de cajas con chocolates, lámparas,
pañales, encendedores, sandalias, adhesivos plásticos, solventes químicos,
perchas, jaulas para pájaros, manteles, ventiladores, peines, escobas,
termómetros, prótesis dentales, empanadas, chirimbolos navideños, valijas,
municiones de 22mm, lentes para el sol, sembradoras, espanta pájaros
portátiles, paracaídas, membranas
asfálticas, antidepresivos y estimulantes energéticos, medias de mujer,
sombrillas descartables, y la lista continuaría hasta hacer posible que usted
se haya ido y yo, absorto en recordar tanta porquería, me envuelva como un
producto más con mis palabras. Todo llevaba un paquete desteñido y de horrible
presentación, con el logo de su rostro de hemorroide, y el ofensivo eslogan: “¿Thomas
ofertas?, ¡Thomas conciencia!”.
El hecho era que todo
el contrabando incautado era adquirido de forma fraudulenta por Don Bonus, y desprovisto de su envoltura, nuevamente encerrado
en nuevo paquete y diseminado por todo el país mediante empresas de reparto. El
precio de los productos era verdaderamente bajo, lo que lo hacía no solo
accesible, sino agotable.
Cierto es que poco
dinero sacaba por cada artículo, pero dada la cantidad vendida, todos esos
vintenes se transformaban en una contundente fortuna.
Fue entonces que,
ante la posibilidad de comprar una flota de camiones en desuso en un remate del
ejército, Thomas decidió proponer matrimonio a Frida.
Ella trató de
evitarlo, pero cada dos o tres días, sabía de su presencia cercana, su búsqueda
testaruda y parca.
“Se enamoró de mi hermana, creo que fue más que los
camiones, se volvió un demente sin escrúpulos que intentó todo tipo de
estrategia, hasta su secuestro y mi asesinato, así como la destrucción del
galpón donde duermen los vehículos”, -me decía Raimundo, sentado y abriendo los
largos brazos en la recepción de la empresa, tan largos que su sombra se
proyectaba sobre los escritorios y parecía que al recogerlos barrería con los
objetos que estaban sobre ellos.
Una mañana de sol
vidrioso que tímidamente dejaba espacio a la lluvia, inmersos en un calor
agobiante, Thomás se presentó en la carretera con su
destartalado Ford ’52. Sabía que Frida cubría la ruta
Abraxas-Miki Runy-Aparicio Saravia-Abraxas, y se apostó a un lado de la ruta para darle
captura a la hembra que lo había enceguecido.
“Cuando a uno una
hembra lo enceguece, -confesaba Raimundo, -se libera de todo peso superfluo y
acarrea contra un tifón con tal de tenerla al lado, besarla, protegerla y
clavarla como mariposita a un cuadro”.
Si señor, recuerdo a
la gorda Fuljencia que me tuvo a mal traer durante
meses. Me consumía una ansiedad de chapotear en su cuerpo de cetáceo perfumado
y descubrir entre sus aletas los secretos de un mar cálido y transparente. Supe
después que era ella que me buscaba a mí, entonces me encontró, me poseyó y
engendramos tres individuos que, por ser calmos y bondadosos, no se escapan de
integrar ese opaco ejército de incapaces que demuelen hasta el intento de
silbar, de tan poco esfuerzo que agencian. Pernoctado Garrido, Alumbramiento
Garrido y Desmorono Garrido, 18, 19 y 4 años, respectivamente. Si bien el chico
aún puede mejorar su actuación, ya tiene los vicios adquiridos de sus dos
hermanos, y con tales aptitudes, podría darse por perdido antes de entrar en
combate. Por otro lado, la Fuljencia es cariñosa y son contadas las
oportunidades en las que me ha movido el esqueleto. Tanta energía tiene la
gorda, que cuando empieza a repartir cachetada, aprovecha y le da también a los
gurises, incluido el monito chico, para ver si: “¡se
ponen las pilas, manga de vagos descorazonados!”
Fuljencia,
doscientos sesenta y seis kilos de mujer contenidos en un único paquete. Hacer
el amor con ella es explorar un desierto suave y gelatinoso, del que uno se
despide con beso en los labios, y aparece, después de intrincadas y por
momentos extensas llanuras, detrás de un pie, en la otra punta de cuarto,
contra la puerta y el ropero, para ser más preciso.
Pero Thomas buscaba
hembra donde no la había, y Frida era una armadura de tan asexuada y fría que
se había vuelto.
Con la zorra saltarina
y respingada por estar bacía, entregada la carga y de vuelta por la ruta
anaranjada por el atardecer, Frida lo vio al pasarle al lado, y después, su
terror se hizo reflejo al verle detrás de ella por los espejos retrovisores:
focos encendidos y acelerada carrera. Fueron kilómetros en los que arriesgó
perder toda la adherencia y barrer con fauna y flora a un costado de la
carretera, hasta que equilibró sus emociones entre insulto y golpiza. Clavó los
frenos. Apagó el motor, estaba decidida a dejar en claro sus argumentos y no se
permitiría que ni el ronroneo del camión le haga decir cosas que no pensó. Se
calmó, se peinó, se cerró el escote de la camisa, volvió a abrirlo. Se miró al
espejo, suspiro, observó el brillo de las caravanas y lo encontró delator de
sensualidades. Se las quitó. Aspiró con fuerza por la nariz y borró cualquier
rasgo de humanidad de su rostro. Volvió a escotarse la camisa, se miró las uñas
y después recordó que tenía que bajar del camión para encarar a aquella
criatura desagradable.
La luz se había
vuelto tenue y dominaba el cyan sobre los objetos. Se
mantuvo parada con los las piernas levemente separadas. No estaba. Caminó hacia
atrás del camión, y solo las diminutas luces de posición del tráiler le
escondían el secreto de la ausencia de aquel tipo pesado y pusilánime. Entonces
decidió volver a la cabina, contrariada y agotada por energía que siguió de
largo sin impactar en nada. Pero un gemido le dijo algo: un gemido que brotaba
de una masa de lata retorcida incrustada bajo el último eje. Dentro, entre
hierros desordenados y cuartiados de pintura con
bordes blancos de masilla, que se levantaban como escamas dejando al desnudo el
material con el que estaba hecho el automóvil, un seudo organismo absolutamente
depravado e irreconocible le volvió a dejar escapar un suspiro. El mal aliento
quedó tapado por la gasolina que bañaba todo alrededor y se filtraba entre las piedrecitas del asfalto para escapar a la banquina.
-Ella no quería matarlo, pero el tipo se estampó en su
ensimismamiento. –Me comentaba Raimundo. Tenía los brazos en jarra y sentado
con las piernas abiertas, se traía el cigarrillo a la boca para luego volver a
su postura geométrica. Imaginé una grúa operando y ubicando cosas en su sitio.
También pensé en las bombas que extraen petróleo y que simulan enormes pájaros
que tenazmente escarban en el mismo sitio, como resueltos a una formula que
evidencia en su terquedad su trascendencia en el tiempo. Creo que esa fue la
búsqueda de Bonus: enlatado cual sardina,
persiguiendo obsesivamente su reconocimiento y aprobación, terminó adquiriendo
las cualidades de sus manufacturas, pero en una última oferta que lejos de ser
una ganga, no tuvo ni el decoro de ser devuelta por estar vencida.
RV 2016
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