martes, 2 de febrero de 2016


Retractos # 10: “Thomas Bonus

 Lo tuve siempre como detrás de una mampara invisible, como si se tratase de una barrera que me impida sentir su asqueroso carraspeo al hablar, el abominable hedor a grasa que despedía en cada movimiento adobado con el humo de un tabaco de dudosa procedencia, y sobre todo, para no descifrar las palabras que combinaba para expresar cosas vergonzosas y terribles.”
 Palabras textuales de Frida Núñez, encargada de reparto de la empresa Núñez Repartos Ltda. Se las veía a diario con el acaudalado Thomas, y puesto que trataba él en persona hasta el último detalle que tuviese dinero en movimiento, su presencia repugnante podía ser enfermiza.
 Así fue que poco a poco, el propietario de Bonus Manufacturas Ltda., el mismo Thomas Bonus, tomó coraje y a fuerza de contemplar a Frida en cada visita a su despacho, pensó que se había acercado al momento trascendental de ampliar significativamente su negocio y, por consiguiente, sus ingresos. Le pidió matrimonio.
 Ella no respondió en el momento, no por su negativa que era contundente y demoledora ante la más mínima insistencia, sino por el brutal olor a asno compungido que le brotó al hombre, y que la mantuvo mareada, expectante de un desenlace de calesita de pesadilla, de fulminante arrebato de violencia salvaje con matices de otra especie y los secretos de su hábitat. Se desmayó.
 Fue su hermano Raimundo que tuvo la fuerte y determinada responsabilidad de aclarar lo sucedido, “que no mal interpretara el hombre que fue cosa de amor contenido y lanzado como agua escapada de un dique, que mi hermana no lo quiere y que su desmayo se debió a agentes externos, condiciones de trabajo estresantes y coloquios conflictivos con mamá que detonaron en la hora menos apropiada”, dijo el espigado muchacho.
 Y aunque Thomas no lo entendió así, y en el cuello negro de una camisa gris que había sido blanca, se vio hincharse el pescuezo para después afinarse como ameba que nada, y que luego, concluido el transe de la decepción, retomar su volumen de morsa.
-Quisiera hablar con la petit Frida, si me hace el bien. –Esbozó entre el humo del habano que prácticamente no se diferenciaba de sus dedos.
 Raimundo le explicó, trató de convencerlo, le habló de estrafalarios desenlaces amorosos e infantiles, manifestó desdén y nostalgia por cosas sucedidas no se sabe dónde ni cuándo, insinuó una despedida y propinole puteada contenida que lo dejaba del otro lado del despacho, en la calle y a la búsqueda de nueva empresa con flota de camiones para repartir sus “manufacturas”.
 -Nunca se supo que manufacturaba, -dijo Raimundo. –Se sabía de cajas con chocolates, lámparas, pañales, encendedores, sandalias, adhesivos plásticos, solventes químicos, perchas, jaulas para pájaros, manteles, ventiladores, peines, escobas, termómetros, prótesis dentales, empanadas, chirimbolos navideños, valijas, municiones de 22mm, lentes para el sol, sembradoras, espanta pájaros portátiles, paracaídas,  membranas asfálticas, antidepresivos y estimulantes energéticos, medias de mujer, sombrillas descartables, y la lista continuaría hasta hacer posible que usted se haya ido y yo, absorto en recordar tanta porquería, me envuelva como un producto más con mis palabras. Todo llevaba un paquete desteñido y de horrible presentación, con el logo de su rostro de hemorroide, y el ofensivo eslogan: “¿Thomas ofertas?, ¡Thomas conciencia!”.
 El hecho era que todo el contrabando incautado era adquirido de forma fraudulenta por Don Bonus, y desprovisto de su envoltura, nuevamente encerrado en nuevo paquete y diseminado por todo el país mediante empresas de reparto. El precio de los productos era verdaderamente bajo, lo que lo hacía no solo accesible, sino agotable.
 Cierto es que poco dinero sacaba por cada artículo, pero dada la cantidad vendida, todos esos vintenes se transformaban en una contundente fortuna.
 Fue entonces que, ante la posibilidad de comprar una flota de camiones en desuso en un remate del ejército, Thomas decidió proponer matrimonio a Frida.
 Ella trató de evitarlo, pero cada dos o tres días, sabía de su presencia cercana, su búsqueda testaruda y parca.
“Se enamoró de mi hermana, creo que fue más que los camiones, se volvió un demente sin escrúpulos que intentó todo tipo de estrategia, hasta su secuestro y mi asesinato, así como la destrucción del galpón donde duermen los vehículos”, -me decía Raimundo, sentado y abriendo los largos brazos en la recepción de la empresa, tan largos que su sombra se proyectaba sobre los escritorios y parecía que al recogerlos barrería con los objetos que estaban sobre ellos.
 Una mañana de sol vidrioso que tímidamente dejaba espacio a la lluvia, inmersos en un calor agobiante, Thomás se presentó en la carretera con su destartalado Ford ’52. Sabía que Frida cubría la ruta Abraxas-Miki Runy-Aparicio Saravia-Abraxas, y se apostó a un lado de la ruta para darle captura a la hembra que lo había enceguecido.
 “Cuando a uno una hembra lo enceguece, -confesaba Raimundo, -se libera de todo peso superfluo y acarrea contra un tifón con tal de tenerla al lado, besarla, protegerla y clavarla como mariposita a un cuadro”.
 Si señor, recuerdo a la gorda Fuljencia que me tuvo a mal traer durante meses. Me consumía una ansiedad de chapotear en su cuerpo de cetáceo perfumado y descubrir entre sus aletas los secretos de un mar cálido y transparente. Supe después que era ella que me buscaba a mí, entonces me encontró, me poseyó y engendramos tres individuos que, por ser calmos y bondadosos, no se escapan de integrar ese opaco ejército de incapaces que demuelen hasta el intento de silbar, de tan poco esfuerzo que agencian. Pernoctado Garrido, Alumbramiento Garrido y Desmorono Garrido, 18, 19 y 4 años, respectivamente. Si bien el chico aún puede mejorar su actuación, ya tiene los vicios adquiridos de sus dos hermanos, y con tales aptitudes, podría darse por perdido antes de entrar en combate. Por otro lado, la Fuljencia es cariñosa y son contadas las oportunidades en las que me ha movido el esqueleto. Tanta energía tiene la gorda, que cuando empieza a repartir cachetada, aprovecha y le da también a los gurises, incluido el monito chico, para ver si: “¡se ponen las pilas, manga de vagos descorazonados!”
 Fuljencia, doscientos sesenta y seis kilos de mujer contenidos en un único paquete. Hacer el amor con ella es explorar un desierto suave y gelatinoso, del que uno se despide con beso en los labios, y aparece, después de intrincadas y por momentos extensas llanuras, detrás de un pie, en la otra punta de cuarto, contra la puerta y el ropero, para ser más preciso.
 Pero Thomas buscaba hembra donde no la había, y Frida era una armadura de tan asexuada y fría que se había vuelto.
 Con la zorra saltarina y respingada por estar bacía, entregada la carga y de vuelta por la ruta anaranjada por el atardecer, Frida lo vio al pasarle al lado, y después, su terror se hizo reflejo al verle detrás de ella por los espejos retrovisores: focos encendidos y acelerada carrera. Fueron kilómetros en los que arriesgó perder toda la adherencia y barrer con fauna y flora a un costado de la carretera, hasta que equilibró sus emociones entre insulto y golpiza. Clavó los frenos. Apagó el motor, estaba decidida a dejar en claro sus argumentos y no se permitiría que ni el ronroneo del camión le haga decir cosas que no pensó. Se calmó, se peinó, se cerró el escote de la camisa, volvió a abrirlo. Se miró al espejo, suspiro, observó el brillo de las caravanas y lo encontró delator de sensualidades. Se las quitó. Aspiró con fuerza por la nariz y borró cualquier rasgo de humanidad de su rostro. Volvió a escotarse la camisa, se miró las uñas y después recordó que tenía que bajar del camión para encarar a aquella criatura desagradable.
 La luz se había vuelto tenue y dominaba el cyan sobre los objetos. Se mantuvo parada con los las piernas levemente separadas. No estaba. Caminó hacia atrás del camión, y solo las diminutas luces de posición del tráiler le escondían el secreto de la ausencia de aquel tipo pesado y pusilánime. Entonces decidió volver a la cabina, contrariada y agotada por energía que siguió de largo sin impactar en nada. Pero un gemido le dijo algo: un gemido que brotaba de una masa de lata retorcida incrustada bajo el último eje. Dentro, entre hierros desordenados y cuartiados de pintura con bordes blancos de masilla, que se levantaban como escamas dejando al desnudo el material con el que estaba hecho el automóvil, un seudo organismo absolutamente depravado e irreconocible le volvió a dejar escapar un suspiro. El mal aliento quedó tapado por la gasolina que bañaba todo alrededor y se filtraba entre las piedrecitas del asfalto para escapar a la banquina.  
-Ella no quería matarlo, pero el tipo se estampó en su ensimismamiento. –Me comentaba Raimundo. Tenía los brazos en jarra y sentado con las piernas abiertas, se traía el cigarrillo a la boca para luego volver a su postura geométrica. Imaginé una grúa operando y ubicando cosas en su sitio. También pensé en las bombas que extraen petróleo y que simulan enormes pájaros que tenazmente escarban en el mismo sitio, como resueltos a una formula que evidencia en su terquedad su trascendencia en el tiempo. Creo que esa fue la búsqueda de Bonus: enlatado cual sardina, persiguiendo obsesivamente su reconocimiento y aprobación, terminó adquiriendo las cualidades de sus manufacturas, pero en una última oferta que lejos de ser una ganga, no tuvo ni el decoro de ser devuelta por estar vencida.

RV 2016  

      


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