sábado, 12 de noviembre de 2022

 

2022 - Merodeadores / Capítulo 6º: "Evadiendo al destino"

 La costumbre de fijar la vista en mi propia sombra me hizo exponer salvajemente a los peligros que en el desierto se esconden tras la brisa suave y seca de las estaciones ventosas, el rapaz instinto de criaturas asesinas, o a las trampas bajo la arena con forma de chatarras metálicas.

 No podía dejar de pensar en los bosques con lagos que aquel individuo de cabeza observadora me había expuesto como el más simple de los lugares que contrastaba con el paraje desolado donde vivo.

 Me dediqué con gran empeño en retener las ramas de los frutos que comía y disponerlas de forma que simulasen plantas vivas, dentro de mi pequeña madriguera. Al cabo de pocos días se volvieron marrones y toda mi vivienda quedó infectada de millones de pequeñas mosquitas absolutamente insoportables. Tuve que abandonar ese torpe ritual y eliminar la enorme cantidad de insectos que allí quedaron atrapados. Pensé lo terrible que sería para algún habitante de los bosques el hecho terrorífico de que de un día para el otro sus árboles desaparecieran, o sus lagos se secaran... Pero traspasado a mi paisaje y como poblador del desierto esto no me resultó nada terrible: ¿qué hay después de la arena y el cielo?

 La sombra me cansaba en su modesto desplazamiento, me hartaba de mi mismo visualizándome desde un ángulo sesgado, una imagen fantasmal pero real en su perímetro peludo y zancadas largas...

 Levantaba la cabeza para husmear enredador, pero nunca alterando aquella suerte de melancólico vagabundeo, triste peregrinación atrapada en la cotidiana traslación de la luna y el sol, y mi cansina sumisión al monte de frutas...

 De improviso sentí un fuerte impacto cerca de mí, como si algún pequeño objeto se hubiese estrellado contra el suelo. Miré estupefacto en todas direcciones, y en el barrer de la mirada, lo encontré.

 A tan solo unos veinte metros, aquel grotesco individuo que asemejaba a un tonel con piernas, se me acercaba lentamente, tan lentamente que parecían sus movimientos retrasados por el tiempo contra su propia voluntad.

 Un nuevo impacto se estrelló a mi lado, pero rozó mi cuello y sentí la salpicadura de arena tras de mí: ¿Qué hace? (Atiné a preguntarle).

 El tipo no me respondió y continuó con igual actitud. Decidí correr hacia el acantilado donde podría tenderle una trampa, y así fue, porque el muy estúpido comenzó a acelerar su tranco para darme captura o fijar su puntería con más precisión. Era igualmente muy lento, y en una de las vueltas que me di para observarle, sus movimientos me confundieron. Pensé que se alejaba, entonces me frené y quedé quieto, ¡fue un error!, me disparó y sentí su munición silenciosa pegarme en la punta de la oreja izquierda. El dolor era soportable, pero nada sentía por el miedo, y más cuando ahora nuevamente se me venía encima.

 El terror nos otorga ligereza y velocidad, pero también muy malas elecciones y descuidos: olvidé estar tan cercano al borde del acantilado, y mientras le observaba como me seguía, llegué al borde del acantilado y me precipité al vacío de forma completamente inesperada.

 Durante la caída tuve tiempo de replantearme pensamientos, y entre ellos, ganaba de forma contundente una representación muy primitiva de lo que yo consideraba un bosque...

 Di contra el suelo, y el golpe fue casi que inexistente. Las ramas que fui tirando luego del experimento fallido de la selva hogareña me hicieron de cama y protegieron de estrellarme contra las rocas. ¿Era acaso esto un mensaje?

 Pasé a un lado de los despojos de aquel maldito bruto que en una de mis salidas me había agredido, desee igual suerte para aquel bidón deambulante. Lo vi aparecer en el borde del acantilado, y temiendo corra por uno de sus lados para seguirme, comencé a correr hacia el monte, quedando expuesto a sus tiros desde esa altura.

 Entonces dio el paso en falso que deseaba diese, y vi su sombra correr contra la pared del precipicio adelantándose a su caída. Un espantoso y seco ruido a madera quebrada hizo eco en el desierto, luego sentí un sollozo...

 Me tomaría mi tiempo para ver el resultado de aquel formidable desenlace, entonces describí un semicírculo hasta tenerle a la vista. Se movía con mucha dificultad y gemía. Lograba girarse pero nunca darse completamente vuelta, y menos atinar a incorporarse. Tenía dos caras, y entendí cuando le vi alejarse estando su rostro volteado hacia mí, y su repentino disparo casi tan acertado que me podría haber matado. Vi parte de su grosero tonel partido y dentro algo moverse con viscosidad y temblando vibrantemente. En determinado momento, desistió, y poco a poco se fue acomodando a las piedras hasta quedar inmóvil. Donde él había caído, apenas se encontraba alguna rama fina y reseca que en nada influyó para amortiguar el golpe.

 Fui hacia el monte sin fijar mi vista en la sombra. Corté las ramas haciendo foco en el verde de las hojas tanto como en el color púrpura de las frutas más maduras.

 Volví sin demora hacia mi guarida, tratando de hacer un recorrido muy desviado para que las pocas huellas u hojas que deje o pierda por el camino, no delaten la llegada a mi escondite. Una vez dentro de la galería fresca e iluminada de mi casa, dejé ordenadamente las ramas y volví corriendo hasta el acantilado. Observé un largo rato al invasor derrotado. Pensé en el destino de los traidores y los asesinos como una calamitosa secuencia mal armada y compaginada en una historia escrita por un imbécil. Su figura deforme y poco elegante, brutalmente amoldada a las piedras, con aquellas ramas secas a un lado y los restos del otro infame agresor as u lado, casi ya desintegrado, me sugirieron la escena de un pesebre hecho por un demente.

 Ubiqué desde allí mi casa e instintivamente miré hacia el lado opuesto de su entrada. Ya no me importaba si era el sur, el este...

 Permanecí así sobre la cresta del acantilado, mirando hacia donde estarían escondidos los frondosos jardines con lagos. Recordé haber llamado a este individuo desconocido y pervertido "invasor derrotado", me pareció genial. Me pregunté si era posible seguir viviendo situaciones como esta, tan imprevistas y despiadadas, y si bien llegué a la conclusión de que sí, hay muchas probabilidades de que se repitan, me propuse intentar tener menos miedo. O al menos no siempre escapar evasivamente, para evitar accidentes como aquel que, afortunadamente, fue un regalo del destino.

RV 2022