miércoles, 26 de mayo de 2021

 

2020 - Retractos II / Capítulo #05: Enriqueta Melchora County.

 Se mantuvo al margen de aquellas decisiones que hubiesen hecho peligrar el poder de la Corona de Blihyê, pero cuando se supo de un altercado entre feriantes en el puerto de aquella ciudad, y más de veinte naves ardieron, entonces se decidió a intervenir.

 Si bien se le tomaba en cuenta en cuestiones relacionadas a la Reina de aquel Estado, no se podía decir lo mismo cuando los motivos eran ajenos a ella. Pero al incremento de la producción y desabastecimiento a distintas ciudades, se sumó un recrudecimiento entre los trabajadores portuarios y los mercaderes navales, entonces el caos diseminó su confusión a kilómetros a la redonda. Comenzó con un brutal atentado a una taberna frecuentado por los trabajadores de la estiva, que dejó un saldo de quince muertos. Luego, el apuñalamiento de otro trabajador que de milagro salvó su vida, y cuando se pretendía atacar a un albergue del Sindicato de la Estiva, los agresores fueron linchados, y a su previa confesión, luego ardieron los barcos que estaban atracados a los muelles y que pertenecían a los promotores de los homicidios.

 Todo esto escondía un problema harto más complejo, y en cuestión de horas y apenas días que se desparramaron los violentos sucesos, ya eran varias ciudades las que se alzaron en armas contra sus intendentes. No tardó la ciudad portuaria en ser un espantoso campo de batalla donde las autoridades fueron superadas por las masas hambrientas y generacionalmente descontentas, los incendios y muertes se propagaron, y el colapso inminente de la Corona era cuestión de horas, sino minutos.

 La Realeza aterrada, y todos sus vasallos en retirada y denotada desesperación que los hacía volver constantemente sobre sus pasos temerosos. Nadie era capaz de proponer algo diferente a una embestida de las tropas en las urbes, o cargas de caballería indiscriminadas contra los campesinos... pero no había posibilidad de contactar a sus fuerzas y sabiéndose ya de su grosera destrucción, era como gritar entre todos en un idioma inteligible.

 Los Reyes no claudicaban y el calor del fuego abrazaba las murallas del palacio fortificado, cuando entre la trepidante luz de las antorchas, Enriqueta se alzó y sin pedir la palabra hizo callar a un general que casi afónico repetía hasta el hartazgo continuar con la represión.

-¡Que nadie espere un final feliz si no se retracta la Corona y entrega el gobierno a la gente! ¡Estamos absolutamente liquidados y condenados al olvido! ¡Yo asumo y decido con quién entablar las conversaciones, y quienes se opongan, que ahora me frenen!

 Hubo intentos de interceptarla en su caminar decidido hacia las pesadas puertas de la gran sala, pero entre forcejeos y alaridos, parecía que todos se empeñaban en un alboroto desmedido pero lo suficientemente controlado como para allanarle la salida.

 Tras la puerta quedó el General jadeante y al borde del infarto, y la aristocracia en torbellino de ademanes y forcejeos parecía anticipar una escena que sería dramáticamente más fuerte, y a la que difícilmente alguno sobreviviese.

 Enriqueta salió a un pequeño balcón a una altura de diez metros, y la masa eufórica le gritaba descontroladamente. Se quitó la parte superior de la ropa dejando sus senos al aire y levantó las manos enseñando las palmas, tal y como hacían las mujeres cuando una fortificación se rendía a las legiones romanas, un código de entrega, sumisión y calma... El silencio fue total, y entonces, aprovechando ese instante en que su voz, particularmente potente, tenía un espacio para gritar, señaló hacia el puerto desde donde se alzaban enormes columnas de humo:

-¡Extingan los incendios y protejan las mercancías: ahora son de todos! ¡Aquí se establece el mayor astillero, y dentro está la gente que servirá de peón para construir una flota formidable!

-¡¿Y vos qué harás?! -Le gritó una voz desde la masa de gente salpicada por el resplandor de las antorchas.

-¡También construiré barcos!

-¿¡Y por qué no ejecutarlos a todos por sus abusos?! -Gritó esta vez una voz femenina a la que la gente aprobó con euforia.

-¡Pueden hacer lo que quieran, pero créanme una cosa, sería la forma más benévola de terminar con una tiranía parasitaria!

-¡¿Por qué te excluyes de ellos si eres igual, acaso hacías algo diferente a lo que esos bastardos hacían?!

-¡Claro que lo mismo, pero de manera diferente!

-¡Mentís, buscás salvar tu vida y la de esos marranos cobardes que no se atreven a dar la cara, y por eso los mataremos a todos! -(Gritos.)

-¡Hay rutas alternativas a este puerto, y después de su destrucción, pasarán años para que un navío vuelva a nuestros muelles! ¡He intentado disminuir la carga impositiva impuesta por intendentes y procuradores, y de ello da fe la gente que me conoce, y que vio cuando intervine en comarcas y aldeas aledañas al puerto para derogar estos impuestos absurdos; la Reina aprobó mi posición y así fue posible cancelar deudas!

-¡No podemos confiar en vos, porque estuviste siempre del otro lado del muro!

-¡¿Qué hubiesen hecho ustedes si estuviesen aquí?! ¡Seguro que muchos estarían dentro, deseosos de exterminar a las muchedumbres en desacato, pero eso yo no lo hago!

-¡Ábrenos las puertas, déjanos entrar, es hora de ajustar cuentas! 

-¡No, así no!

-¡Estás de aquel lado porque nosotros lo permitimos, pero ahora ya no va más! ¡Ábrenos las puertas, maldita!

-¡No!

-¡Vos tampoco te vas a salvar! ¡Las puertas, ábrelas ahora!

-¡Nunca!

-¡Traigan el ariete y formemos una columna para destruir las puertas! -Rápidamente se hizo a un lado la gente y un enorme ariete llegó trajinado a mano por tantas personas que se movía con asombrosa soltura. Desde su perspectiva, Enriqueta apenas llegaba a ver el inmenso tronco con el que estaba constituido, pero su cabeza de hierro había quedado detrás de una arcada de piedra donde las puertas negras parecían tan herméticas que se confundían en una única pieza. Antes de que la consejera Real comenzase a hablar, los primeros golpes en la puerta retumbaron en la noche quemada.

-¡Deténganse, el puerto... hay que ir por el puerto y apagar los fuegos! -Y la puerta cedió destruida, la masa de gente entró como marea y todo fue embestido y destruido sistemáticamente. No se alcanzaban a sentir los gritos de los nobles y pocos ofrecieron resistencia. En el momento que se sintió una brutal detonación desde uno de los muelles y saltaron por los cielos fogonazos de chispas cual volcán en erupción, una flecha dio certeramente en el tórax de la mujer, bajo un seno y a la derecha; entró hasta casi salirle por el otro lado. Dos flechas más pegaron violentamente contra un lado de la muralla, a pocos centímetros de la gruesa estructura de madera que sostenía las ventanas. Enriqueta entró a los tumbos a la sala oscura, tropezó con una silla, la abrazó y quedó de rodilla sobre ella como si se confesara de sus peores pecados envuelta en la oscuridad y el humo que cada vez se volvía más espeso. Del corredor llegaban los alaridos y el fuego hacía temblar la luz. Tomó la flecha con su mano izquierda y apenas intentó retirarla, comprobó que estaba tan dentro suyo que podía considerarla parte de su cuerpo. Ahora desde el corredor la luz se agitaba de sombras tintineantes que trepaban entre el humo y las piedras. La mujer se daba por perdida, pero un último esfuerzo alimentado por el certero conocimiento de una pequeña puerta detrás de un tapiz la empujó a intentar salir de aquel horrendo atolladero. Se incorporó y fue directamente hacia allí eludiendo bultos oscuros y maldiciendo cuanta cosa se le interponía obstaculizando su huida.  No encontraba de qué lado estaba la puerta, y luego de tirar del tapis recordó que no era esa la sala donde creía estar, y automáticamente se dirigió hacia el corredor. La sangre le oscurecía la ropa y el dolor le hacía caminar encorvada y arrastrando la pierna derecha, completamente bañada por la sangre. Cuando llegó al corredor comprendió que la escalera era imposible de bajar, y contempló a los últimos elementos de la turba que se iban y en su carrera hacían un veloz rastrilleo entre cadáveres, y objetos de todo tipo destruidos, entre el humo y fuego persistentes que comenzaban a ganarse la gran sala de enfrente a donde estaba ella, y por ser enteramente de madera, ardía haciendo crujir los tirantes y muebles. Contempló todo, apoyada a la pared para no caerse. Un escenario alguna vez recreado en pesadillas, bastante fiel a lo pensado y manejado cual posible desenlace de sus actos, sórdido y desalineado, contaminado de olores que el fuego lanzaba caprichosamente al devorar a los muertos. Entre aquel mosaico espeluznante, de improviso reconoció, estática y firme como si fuese de piedra, a la mujer que le había gritado cuando salió al balcón. Se dio cuenta que fue un error, o al menos, sirvió para estar en ese momento de pie y con vida. La mujer avanzó lentamente hacia ella, sin quitarle los ojos de encima. Esquivaba todo lo que estaba desparramado caóticamente sobre el suelo, muy lentamente, sin dejar de mirarla, con una seriedad que asustaba y parecía tener los ojos pintados e inexpresivos en la cara tiznada.

 Llegó al pie de la escalera y comenzó a subir los peldaños. Enriqueta vio un brillo en su mano, pero el dolor la hacía delirar y cuando quiso acordarse estaba arrecostada a la pared, se había caído y no sentía las piernas... apenas podía hacer un esfuerzo para respirar. Luego, los ojos comenzaron a volvérsele pesados, y a la irritación del humo, el calor le obligaba a cerrarlos por largos instantes en los que la mujer subía la escalera, lentamente y con un estilete en la mano. Lo reconoció, era el del General sediento de muerte que sin llegar a oírle entre los gritos de la corte, le deseaba seguramente arder en el infierno como hacía ya un rato ardía todo...

Cuando la mujer llegó donde Enriqueta yacía tirada, comprobó que estaba muerta. Los ojos abiertos de la Consejera Real parecían mirarle a la cintura, o quedar expectantes de un suceso que acontecía detrás de la mujer y que la atravesaba hasta fundirse entra bocanadas de humo y piedras renegridas. La observó un rato. Estaba muerta y sentada en un charco oscuro de sangre. El calor del fuego le movía el pelo y la mujer sintió el impulso de apuñalarla, pero quedó solo en eso, en un reflejo animal contenido en su puño.

-¡Glena, ¿no venís?! -Le gritó un tipo barbudo que tenía un enorme abrigo de cuero pesadamente atado a la cintura gruesa de donde colgaba una espada enfundada también en cuero. Estaba en el centro de la sala revuelta. Ella lo miró, y se volvió hacia la muerta.

-¡¿Qué hacés?! -Volvió a gritarle el tipo. Al ver que no reaccionaba, escupió a un lado y se sonó la nariz. El humo era insoportable y entre él se fue el hombre, ágilmente como una bestia que no halló a su presa y se volvía hacia otro lugar donde encontrarla. La mujer le arrancó las caravanas a la muerta, y en cada tirón desgarró los lóbulos blancos de sus orejas. Se detuvo un rato contemplando uno de los discos de metal opaco y de piedras brillantes, y en una de las caras de un rubí, vio su reflejo oscuro y desaliñado. Se las guardó en un extraño y confuso pliegue de la ropa y emprendió la huida entre el fuego que ya estaba tomando proporciones monstruosas. Lloraba y las lagrimas apenas le limpiaban parte de la piel por donde corrían, pero el calor las secaba casi que de inmediato. Era difícil comprender, en un rostro tan inexpresivo, si lloraba por el humo o porque sabía que esas caravanas no eran para ella.

 

RV 2021

 


 

jueves, 6 de mayo de 2021

 2020 - Retractos II / Capítulo #04: "Petaca Moreira"

 

 Ni Druida ni Chamán, probablemente Petaca Moreira era eso combinado y algo más. Sus formidables predicciones fueron caldo de cultivo para las absurdas teorías, teorías conspiratorias de extravagantes argumentos. Pero "El Petaca" puso en su lugar a cada uno de sus detractores, y peor aún, les exhibió en cortas y duras frases cual sería su destino.

 Predijo un colapso económico y estallidos sociales sin precedentes, aunque siempre los hubo y muy violentos. También las provocaciones criminales del poder en decadencia para generar el caos y una guerra a gran escala y así imponerse nuevamente sobre las ruinas de la gente. Pero fue más allá con cuestiones seculares y de bajo perfil: alertó del inminente derrumbe de un teatro en el centro de la ciudad; aconsejó a la gente no acceder a plataformas de internet que delatarían todos sus datos y abrirían sus cuentas y depósitos de dinero; predijo la banca rota de dos empresas gigantescas del país y posterior especulación y chantaje de los empresarios contra el estado, exigiendo grandes cantidades de dinero para no despedir a su personal; adivinó el campeón de la Liga de Fútbol de aquel país diez fechas antes; informo de torrenciales lluvias que desbordarían ríos y alagarían zonas turísticas haciendo colapsar a este sector de servicios... y todo sin tener que lamentar un solo deceso y con pérdidas económicas mínimas, más allá del daño a infraestructuras que eran inevitables. 

"Me gusta el café, maravilla del día a día, y doy gracias a todos por tener la oportunidad de saborearle todos los días en su dosis perfecta", -decía.

 Pero en una entrevista, donde un periodista que le consideraba un fraude le preguntó: "¿Por qué si es usted tan sabio no apuesta al número de la lotería que sabe ganará?", el Petaca le respondió: "porque ser sabio es saber valorar el tiempo, y el dinero apenas puede comprarlo".

 En efecto, las autopistas, fibra óptica y banda ancha de descargas de información, cremas rejuvenecedoras, catalizadores que aceleran procesos químicos, trámites burocráticos online, superficies comerciales que concentran productos, titulares torpes que pretenden hacer comprensivo algo con la menor cantidad de palabras, acontecimientos banales e imbéciles que se amoldan a nuestra existencia, aprendizajes sin compromiso de adquirir conocimientos verdaderos, simplificación de desarrollos sociales naturales, etc., son, simplemente consecuencias obsesivas de intentar controlar al tiempo. Nosotros ponemos a la venta el nuestro, a veces sin importar lo que se haga durante el mismo, siempre y cuando sea remunerado como se cree es correcto.

  El periodista, tan idiota como su pregunta, encerraba también sabiduría en su inquietud, y a no ser por su grado de enajenación que le expuso allí delante de todos a formular tamaña estupidez, su presencia en público distrayendo la atención de los verdaderos conflictos de la sociedad y enfocando toda la energía en la superficialidad más grosera, es un formidable ejemplo de cómo se puede llegar a una misma conclusión por un camino opuesto.

 

RV 2021.