sábado, 27 de enero de 2018



2018 postales del Ark # 03: "La Protectora"

 El resplandor ceniza que comenzó a contaminar el cielo, a lo lejos, se presentó de forma tan sorpresiva que apenas tuvimos tiempo de aminorar la marcha, como embrujadas por la inercia del miedo que nos condujo hasta allí. Quedarían aún más de nueve o diez kilómetros para tener un panorama lo suficientemente amplio que nos permita entender por dónde y con quién escapar o improvisar una carga con las últimas fuerzas que nos quedaban.
 Sentí flaquear mi corazón y sus latidos opacos ser absorbidos por la arena.  Entonces apareció detrás de una duna, erguida como un mástil de navío y oscura como el carbón mojado. A lo lejos sí se veía el torbellino de arena acercarse en confusa danza que obligaba a replantearse si modificar el curso, o huir de lo que ahora parecía ser el epicentro de la tormenta. Negra, tan negra que el paisaje parecía resbalarle al moverse.
 La enorme serpiente enviada desde la Casa de Sasha, odiada por todas nosotras, se movió con velocidad espeluznante, y en la fatigosa carrera que la puso detrás de nuestra Protectora, pareció no vernos, o quiso desviar la atención para centrar su ataque en la yegua de trote mordido por la incertidumbre y el pasajero mal de la confusión...
Cuando aminoró la marcha y sus relinchos a destiempo llegaron con un eco de trueno, entendimos que la serpiente estaba inmersa en su propio fracaso, que por más que se impulsara con la fuerza de un volcán, nunca, siquiera tocaría a La Protectora. La acompañó en una marcha desteñida y escalonada por las dunas y más resplandores. La tormenta se alejaba y las estrellas se veían con nitidez asombrosa. Continuó escoltando a la yegua negra por entre las enormes protuberancias de arena... así se perdieron en el horizonte... la tormenta era un pequeño borrón ocre que escapaba en sentido opuesto.
 Decidimos ir tras los surcos que el viento trazó con latigazos calientes de furia, y al mirar hacia atrás, no había más que inexpresivas lomas salpicadas por diminutos cristales que reflejaban la luz de las estrellas. La marcha fue lenta, en un vuelo que no superaba los veinte metros de cota, y el cansancio se disimulaba gracias a la succión que la tormenta nos hacía arrastrándonos suavemente. Entonces una de nosotras, como una voz que hablara por todas, comentó en la noche que se cerraba inmensa: "La Protectora se hizo ver a nosotras por última vez, y de la serpiente, solo el  recuerdo de una amenaza mentirosa nos quedará", a lo que otra voz tan clara y seca contestó: "esa yegua nunca nos cruzó, solo vimos a una serpiente solitaria vagando en su tristeza insoportable, y es seguro  que detrás de cualquier duna, nos espere replegada sobre sí misma, añorando cuando las tormentas no deliñaban los caminos, y nosotras hundíamos nuestros pies en la arena".
RV 2018