domingo, 4 de agosto de 2019


Los Viajes de Pingusio, capítulo #09: "Descontrol Nocturno"

 No se podría catalogar a aquel individuo como un primate, más allá de que su nombre, de algún modo, así lo presentara: "El Mono Bingo". Pero fue Pingusio quien llegó a tan formidable conclusión, lo que deja al descubierto el verdadero carácter de los viajes al profundizar en la sensibilidad del viajero. Pingusio observó sus manos y allí encontró elocuente torpeza y brutal motricidad, alejándole diametralmente del concepto de "simio".
 Desde la altura lo vio Pingusio, pero cuando ya sus agudos sentidos mermaban de forma contundente, llegado el atardecer, entre la borrosa visión de lo que era noche y era cosa. Entonces se esforzó por retomar el vuelo, a metros de la roca seleccionada para su descanso, y se acercó muy tímidamente: aquél grosero individuo levantaba enormes nubes de polvo con sus movimientos bruscos y descontrolados. Al verlo, el enorme mono se quedó embrujado, y poco a poco desaceleró sus movimientos hasta permanecer completamente estático: el polvo se disipó.
 Pingusio permaneció revoloteando en el lugar, pues aquel tipo no le inspiraba confianza.
-Pingusio, buenas noches.- Expresó claro y con voz fuerte el pajarraco metálico sacando en claro que el bruto difícilmente le oyese.
 El enorme simio permaneció inmóvil. Una gruesa liana de baba caía desde su boca, se cortaba y revotaba en su cuerpo hasta caer en el suelo arenoso levantando una gruesa cortina de humo. Rápidamente, cuando Pingusio volvió su mirada hacia la grotesca boca, ya asomaba entre los pequeños colmillos como una víbora de cristal una nueva cascada de baba que rodaba sobre las encías de aquel desagradable animal.
-Aeeeh... -Dejó escapar el gigante idiota. Pingusio observó el vehículo que tenía atrapado bajo una de sus patas. Parecía una ambulancia o algo así, por fortuna no parecía haber nadie en su interior.
-¿Cómo se llama?- Preguntó Pingusio. En otra circunstancia menos aterradora, bajo un teatro más iluminado y frente a un interlocutor algo más evolucionado, Pingusio lo hubiese llamado "amigo".
-Aeeeh... -Volvió a dejar escapar el animal. Su caja torácica se expandía y contraía agitadamente y parecía respirar por la boca. No cabía duda de que estaba extasiado frente a nuestro amigo Pingusio, quien no paraba de mover las alas con mucha calma.
 Pero en la oscuridad, Pingusio escuchó una voz que le estremeció, y fue fácil deducir de que no provenía del mono gigante, más bien desde la camioneta aplastada.
-¡Es el Mono Bingo! -La voz calló enseguida. Pingusio disminuyó su cota hasta llegar hasta escasos metros del frente del vehículo.
-¿Decía...? -Comentó en voz baja Pingusio.
-Es el Mono Bingo, un imbécil que gasta bromas en el desierto...
-En realidad cree jugar... -Dijo otra voz desde el interior de la camioneta.
-Mire, -prosiguió la segunda voz, -somos funcionarios del Correo, y no es la primera vez que nos cruzamos con este personaje... él cree que somos un juguete, o algo parecido... -Comentó con entrega y agotamiento aquel hombre. Pingusio miró atentamente al Mono Bingo y no lo creyó capaz de tener idea de  lo que representaría un juguete. Voló lentamente, suavemente fue ascendiendo hasta quedar frente a su bocaza. Era obvio que lo miraba, por más que no se entendía dónde tenía los ojos, pero cierto destello en los márgenes de la cabeza, le dieron a entender a Pingusio que por allí  veía, y la dirección de su cabeza, siempre hacia donde Pingusio revoloteaba, era más que evidente.
-¡Oiga...! -Se sintió desde la camioneta. El grito, aunque bastante seco y bajo, encerraba dramatismo y desesperación, y comprendió Pingusio que aquellos tipos necesitaban urgentemente ayuda.
-¡Aeeeh...! -Volvió a expresar el Mono Bingo. Pingusio, premeditadamente y no sin haber tomado recaudos, hizo varias pasadas cerca de la lengua amorfa de la bestia, que se proyectaba como una extensión de su interior tan árido y desparejo como la piel de un elefante.
-¡Aeeeh! -Soltó el animal y se giró hacia su derecha, siguiendo el vuelo de Pingusio. Entonces corrió su pata derecha y lo que sería su pata posterior izquierda se separó del camión del correo. En un par de intentos el vehículo se puso en funcionamiento y se alejó entre el humo de la arena y los chispazos de la chapa que rozaban la superficie pedregosa.
Pingusio siguió ganando altura y cuando sobre el Mono Bingo pudo distinguir a los funcionarios del correo desaparecer detrás de una loma, entonces él también se alejó, pero en sentido opuesto. Fue después de un rato que sintió gritar roncamente de nuevo al animal, pero ni si inmutó en buscarlo en la oscuridad, porque ya la noche se lo había tragado.
 Fue a muchos quilómetros y sobre un alto peñasco que Pingusio se paró, algo temeroso de que aquel monstruo, por cierto infalible instinto animal, le encontrara, hurgando en la oscuridad y embrujado por la curiosidad. Entonces le reconfortó saber que fue lo suficientemente astuto para entender que el Mono Bingo no era un mono, y de improviso le brotó la duda al recordar que los hombres así lo habían llamado, "Mono Bingo". Pero también pensó que se trataría solo de un nombre, nada más.
 Y mientras en su memoria permanecía como un objeto luminoso y suspendido en la noche cual astro la absurda charretera que pendía de un hombro del Mono Bingo, se dio cuenta de que era hora de volver, de regresar a su comarca y dar por finalizado aquel formidable viaje. Se durmió al cabo de dos o tres intentos, y se zambulló en un sueño formidable, en el que nadaba bajo un océano fosforescente, plagado de charreteras iguales a aquella que el monstruo portaba en su hombro, y que velozmente huían de cientos de Monos Bingo, hambrientos y ágiles nadadores que bajo la superficie del mar  intentaban saciar su voracidad.

Renzo, 2019