sábado, 30 de agosto de 2014

Historias aberrantes - Capítulo #6: "Postales de un sueño".

 A alguien despojaba de la luz y contaminaba con una suerte de pútrida humedad, como la que permanece en la hojarasca y salpica el follaje bajo. Así, encantado y déspota me revolcaba hasta confundirme sobre el oscuro terreno, laberinto de ramas y zanjas profudas de un caudal disuelto.
 A veces, cuando estoy acorralado por sentimientos de remordimiento y hosquedad, este recuerdo abre esclusas en mi anegada alma, para dejar escapar lo más turbio de mi conciencia. El precio es alto, pues esto me obliga a dejar drenar lo bueno entre lo malo, y contemplar entre la espuma convulsionada esta pérdida es sentirme cada vez más cercano a la muerte.
 A alguien quitaba la vida... quizás esto debí decir desde un principio, pero lo terrible no es considerarlo una simple pesadilla, sino sentir melancolía por un sueño.
 Por algún motivo no escapaba, y permanecía inmerso en la maleza y las casitas que se desparramaban por aquel hermoso valle hasta un lago calmo que espejaba el cielo en la noche. Podría haber sido yo la víctima de aquel atropello aterrador, o simplemente un vago espectador nocturno de un hecho siniestro que contaminó la noche cálida iluminada por la luna.
 Por momentos pienso que las pestañas son filtros que retienen lo adverso de una imagen para luego, durante el pestañeo, eliminarlo completamente haciéndolo desprender cual fruto podrido al sacudir la rama.
 No pretendo destruir lo oscuro o perturbador de ese recuerdo de un sueño, tampoco quiero dejar de considerarlo como tal al evocar las laderas de hierba fosforescentes por donde corro sin pisar mi sombra. Instintivamente dejo los ojos entrecerrados peinando con la mirada aquello que se encuentre confuso, y barriendo todo lo otro que comprometa mi satisfacción y la seducción, por más terrible y dramático que esto pueda ser.

RV 2014.

jueves, 14 de agosto de 2014

Historias aberrantes - Capítulo #5: "Requiescat in pace".
 Huyendo de la terrible ofensiva, que todo lo apisonaba entre cenizas y lodo, escapando a las trampas de chatarras retorcidas por el fuego, los tres hombres encontraron refugio en un oscuro galpón. Aún en pie, con sus cuatro paredes y techo a dos aguas prácticamente enteros, la construcción de madera dejaba entrar la luz entre los tablones rajados y perforados por impactos de balas.
 Sin mediar palabra, los hombres se arrojaron sobre un montículo de paja y maderas diseminadas dramáticamente. A pesar del estruendo terrible de los disparos de proyectiles y cohetes que pasaban lamiendo la opaca construcción, ensombrecida más aún por las columnas de humo en movimiento, los hombres se durmieron profundamente oprimidos por el agotamiento. Los últimos aviones de ataque a suelo pasaban zumbando sobre el suelo calcinado para perderse en dirección hacia donde ellos al principio corrían, tras los pasos de los demás soldados y vehículos que también escapaban.
 Hubo una pausa quizás exquisita como el más sabroso y fresco fruto. No había interferencias entre el mundo soñado y el árido entorno que envolvía al mismo tiempo.
 En el sueño los hombres parecían sumisos a un extraño poder bondadoso y cálido, pero que enrarecía la atmósfera con los temblores del rigor y el miedo. Se entregaban, pues nada más podían hacer, a la fuerza que los mecía como ramas por la brisa.
 Un sueño se escapaba y las imágenes hacían confuso el escenario que, si bien no causaban verdadero bienestar, los inducía confortablemente entre oscilación y oscilación donde el panorama se deterioraba.
 Una joven se hacía presente dentro de un galpón, que fácilmente podía deducirse era en el que se encontraban en ese momento. La chica, de unos dieciséis años, portaba un candelabro, el cual mantenía con las velas a la altura de la frente, lo que ilumunaba su rostro plenamente. Sus rasgos eran bellos por más que su seño fruncido parecía contener furia. Detrás de ella, la luz del día daba plenamente, pero sobre un mar infinito, calmo pero en movimiento. A ninguno le pareció extraño que allí no hubiese campo, pero en el momento que intentaron incorporarse la muchacha dio un enérgico paso y se frenó desafiante, dando a entender que les cortaba el camino. Tenía un arma en la otra mano, la cual apuntó hacia un costado y allí, como por un extraño efecto lumínico, apareció un bulto oscuro, una persona arrollada, un hombre muerto. Los tres hombres, aun sobre la paja reseca, contemplaban la escena como simples espectadores. Entonces el hombre muerto se alzó de forma ilógica quedando en pie, al tiempo que de su pecho se desprendía materia y humo cual impacto y de allí se proyectaba hasta el revolver de la joven, penetrando por el caño y arrastrando una llamarada fugaz que también se introdujo en el arma. Su dedo, el que gatillaba, volvía asu posición estática sobre el gatillo.
 "Con esta arma aspirarán la muerte sobre cada persona que yace tirada sobre el terreno", dijo la muchacha, volteando en ágil pirueta el revolver y tomándolo por el caño. Así lo ofreció a uno de ellos, y así, por la culata, el soldado lo tomó como si se tratase de un objeto extraño. La chica y el hombre revivido se marcharon dando la vuelta en la enorme abertura que hacía a la entrada y desaparecieron sin ser vistos siquiera por entre los espacios de las tablas rotas. El agua parecía embravecerse y ahora las olas corrían con mayor celeridad.
 Cuando el hombre que empuñaba el arma se incorporó, esperó a que su compañero también lo hiciera, y aunque con mayor esfuerzo, al instante estuvo parado a su lado.
-Él está muerto, se murió dormido. -Le  comentó su compañero, mientras mantenía el arma apuntando el suelo. Permanecieron observaron al hombre que en la posición que se encontraba era en la que había caído. Por un momento dieron vuelta la cabeza hacia atrás, para prestarle atención a las tempestuosas aguas que comenzaban a arrastrar ramas y objetos comunes. No parecía crecer si bien su caudal se apreciaba severamente aumentado.  El hombre del arma pensó en si lo ocurrido anteriormente se trató de un sueño, y de haber sido asi, hasta qué punto creer en que su compañero hubiese visto lo que él vio con la chica y la implosión del arma. Pero el otro lo observó a los ojos, luego contempló el arma y volvió la cabeza hacia el compañero muerto. Entonces el arma estaba allí y era reconocida por ambos, lo que afirmaba la idea de que la escena de la muchacha y el cuerpo que se alzó fuese común para los dos. Esto, con el transcurso de los minutos se hizo evidente, por más que la corriente de agua se había vuelto ensordecedora y los distraía de a ratos, pero solo quedaba una duda flotando en el espacio dentro del maltrecho galpón: si apuntar al soldado muerto antes, o esperar a que se levante primero.

RV 2014.



martes, 12 de agosto de 2014

Historias aberrantes - Capítulo #4: "La espera".
 Como un pájaro volando en un cuarto cerrado, como pétalos caídos dentro de un jarrón oscuro y frío, chocando contra el espeso muro del humo que envuelve un bosque en llamas, Joaquín consumía la ira que cada día lo desborda.
 No en vano esperaba sentir las llaves que hermetizan su aliento del exterior, y lo hacen palpitar empeñoso en su empresa, alejado del bullicio. Se ha planteado, como una promesa anudada al tobillo de un náufrago, no permitir que le tormento lo ahogue más, porque de ser así, lo sentenciaría a muerte.
 No faltaron en su imaginación las ocurrencias más tenebrosas para impedir o modificar aquella situación, para retener a Noelina a su lado con el vigoroso impulso que desde un principio los unió hasta hacía escasas semanas.
 No compartían las mismas vías o carriles, sus vidas se separaban indefectiblemente, esbozando cruces que, pareciendo coincidencias, desnudaban la más absoluta intolerancia e incompatibilidad.
 Pero a la mirada fría y silenciosa con que la mujer retenía la adiposa pena del hombre, Joaquín se reflejaba en otro costado, en otra situación y bajo la perspectiva de un posible cambio. Pensó abatirse frente al instinto animal que le obstruía cada vez más tener una actitud civilizada, cuando no, humana.
 Las horas de ausencia de Noelina se fundían en la esmerada actividad de Joaquín en su altillo. Frente a la fragua y el buril, donde poco a poco formó su nuevo calendario de vida. En él, bien marcados estaban los días de paseo y descanso entre los árboles al margen del río, o el placer del frío en la colinas linderas.
 Esperaría. La contemplaría alejarse temprano en la mañana, y retendría aquella imagen, mejorada, retocada, si bien algo más cercana a él, durante las largas noches en que se ausentara. Luego prestaría atención al bajar la escalera, con la visión drásticamenet limitada, pesado insecto al asecho, hasta ubicarse donde sus articulaciones encuentran libertad de movimientos, velocidad y contundencia.
 El sol calentándole el esqueleto por momentos le hacía pensar que por él corría sangre. Inmóvil e impávido, esquivado por el viento que le hace más brillosa su coraza, permanecía a la espera, al instante propicio de derramar toda la pena, inundada de energía cegadora y punzante.

RV 2014.