jueves, 26 de mayo de 2022

 


 

2022 - Merodeadores / Capítulo 1º: "El anillo perdido"

 Aquella noche, de lúgubres reflejos desérticos en el opaco telón del firmamento, me hizo dudar si salir o quedarme en la madriguera. No tenía opción, porque de haberme quedado en encerrado, no hubiese comido y serían ya tres días de ayuno forzado.

 Me sobrepuse a lo que creía una noche calamitosa, y me guié por los sonidos de mi estómago  que me aturdían en su lamento... La noche parecía iluminada por antorchas escondidas tras densas capas de nubes, y mi sigilo afinaba con la calma del paraje llano.

 No hube avanzado más de cien metros, que por entre piedras con caprichosas formas de puntas dentadas, me di de frente con aquel extraño personaje. Creí que lo mejor sería seguir como si nada, pero se detuvo y me observó con tanta atención, que comprendí que la sorpresa era compartida.

 No sabía qué hacer, pero él se anticipó hablándome con voz eléctrica y de volumen desmedido.

-¡Hola!

 Asentí con la cabeza, y de no entender el significado de mi gesto, poco me importaba: necesitaba comer algo con urgencia, y aquel contratiempo no podía retrasarme... Pero algo me detuvo, quizás la incómoda presencia de aquel individuo absurdo e inexpresivo, quizás el temor a sentir como un trueno su voz  relampaguear entre las nubes y ahogarse en la arena desteñida... Lo observé inclinando sutilmente mi cabeza hacia él, y forzando mis ojos cuanto podía en su dirección: era su aspecto realmente terrorífico, y al notarlo, me estremecí al punto de considerar mi salida un error. Necesitaba hablarle, porque, de lo contrario, la posibilidad de que me atacase escapaba a mis nervios.

¿Se siente bien?, pregunté con tono calmo pero sumamente claro. El personaje se mantuvo expectante. Noté cierto balanceo en su cuerpo, como si estuviese por ponerse en movimiento, pero sin certeza de hacia dónde. Decidí  moverme sin dejar de mirarle, pero él me frenó en seco con aquella voz surgida desde una catacumba anegada.

-Tengo por atributo la cautela, y hago de la observación un arma infalible, sin embargo... -Sentí temor por su "cautela", pero cuando se refirió al arma infalible el grosero y ágil instinto de darme a la fuga con la poca energía que conservaba me pareció más que oportuno, pero el "sin embargo" me dejó estático, y respiraba con dificultad por el miedo y esto me mareaba. Pero continuó hablando:

-¿Sabe cuántas veces recorrí este predio fijando la mirada en cada partícula del suelo?

El terror me heló los pies y sentí  en las manos un cosquilleo desagradable. Lo imaginé como una mantis inmensa, escudriñando el terreno milimétricamente, con la mayor atención conteniendo el seco latigazo de un ataque, de un asesinato... y si entonces era como decía, que hacía ya varias veces que recorría este sector del desierto donde se encuentra mi guarida, el azar quiso que no me lo encontrase antes, y mi inocente caminata hoy, podría ser la última una vez consumado su ataque del que mi suerte se evadió en tantas probabilidades siniestras pendientes en la noche. Decidí entablar una conversación que le distraiga o haga pensar en que su preocupación, de existir, estaría emparentada con la mía por algún motivo casual.

-No tengo idea, señor...

-Ferdinand. Vengo de las colinas que limitan con el Gran Volcán, y que por momentos, hace confuso su tamaño al fundirse tan arbitrariamente entre los peñones sinuosos de la estepa. 

No sabía de qué me hablaba, y menos aún tenía idea de a qué se refería con ese volcán o gran volcán... Asentí con la cabeza. Encuadré mis cuatro patitas de forma simétrica, porque la postura que había adoptado, como si me hubiesen congelado en la carrera, me habían cansado y necesitaba pararme de manera más normal.

-Uno busca y busca, duda si no pasó por alto algo, y vuelve sobre sus pasos, y la realidad le presenta el mismo panorama que retenía en la memoria, y comprende que buscó bien, y que allí no estaba... -Deduje que el tono de su voz, si no era sarcástico, podía ser cierta alegría contenida en la sabiduría de saberse un ser pensante, dudoso, imperfecto, y también posiblemente carente de aquel arma infalible de la que hizo mención antes. Podría salvarme...

¿Qué busca?, le pregunté casi en un suspiro.

-Un anillo, una formidable alhaja que difícilmente joyero alguno logre igualar en hermosura. Pretendo encontrarla ahora, porque no deseo perder más tiempo en este transe.

 Se puso en movimiento, por fortuna no en mi dirección. Para mi sorpresa, sus pasos eran cortos y torpes, atropellando pequeños montículos de arena que desperdigaba en todas direcciones, y que serían un verdadero obstáculo a su búsqueda, cubriendo de polvo todo el sector por donde se desplazara. Caminaba zigzagueando nerviosamente, y apenas me daba la espalda, yo me aprontaba a correr, pero de inmediato se giraba y quedaba en su campo visual, haciendo mi huida una aventura arriesgada que no estaba decidido a jugar. Me angustió el tiempo que estaría bajo aquella circunstancia, absolutamente dependiendo de su traslación incierta y pensamientos dignos de un imbécil desafortunado empeñado en una empresa que estaba arruinada por su propia torpeza e incapacidad.

-No le pido que me ayude, pero de tener sospechas de extraños brillos en la arena, le pido no dude y me lo haga saber. -Me dijo sin detener su marcha idiota y contagiosa de espanto, como la de un descerebrado que deambula por los corredores de un manicomio en una dirección tan falsa como sus pretensiones. Ahora el tipo me resultaba bastante menos peligroso que en un comienzo, y si bien el temor a un repentino y brusco ataque aún me paralizaban, la posibilidad de salir con vida ya no me resultaba tan lejana.

Un anillo... (Repuse).

-¡Un hermoso anillo! -Respondió entusiasmado.

Y dígame, si para usted no es un atrevimiento de mi parte, ¿para quién sería? (Creí así empantanarle en explicaciones de romanticismo grosero, pero la respuesta me sorprendió tanto que ahora mi huida estaba contenida tanto por miedo como por intriga).

-Para mí, es mío y lo aprecio mucho. Lo gané en un juego de naipes cretenses.

No sabía existiesen naipes de Creta, pero la respuesta era digna de un cretino, y esta similitud de palabras, conjugadas con mi irónica observación, me dio mucha gracia.

-Lo encuentro, me lo pongo, y me marcho. -Dijo secuencialmente. Entonces me vino a la cabeza  cómo y cuál sería el procedimiento para colocarse el anillo, un anillo que debería ser tan extraño en su forma como el lugar donde alojarlo, porque manos y brazos, aquel individuo no tenía. Pero mientras esto pensaba, mi pequeño y degradado cuerpecito se puso en movimiento...

-¡Él! -Sentí gritar a Ferdinand. El pavor me cortó la respiración, pensé que se dirigía a mí, pero al sentir su risa, comprendí que "él", era el anillo buscado. Me giré ya con menos disimulo y lo que vi me sorprendió dejándome estático como un adorno: vi saltar al anillo (supongo se haya tratado de él porque fue una diminuta braza que se disparó desde el suelo hacia un extraño compartimiento que no había notado y que se hallaba bajo lo que sería su rostro). Permaneció en esa posición tan antinatural con la que lo había encontrado, luego, poco a poco, su risa se hizo más evidente, y noté que se asemejaba más al sonido que un serrucho hace al cortar madera, que a una risa. Pero esa era su risa, por gracia o desgracia de su naturaleza, así reía ese personaje. Dio un brusco giro de ciento chenta grados, y quedó de espaldas, congelado, mientras la arena expulsada en su movimiento marcial elevó una nube de polvo que poco a poco se disipó. Yo no me moví y lo observaba feliz, muy seguro de que así, en esa posición, y de la forma aberrante que se trasladaba, emprendería su marcha hacia su bendito volcán o gran volcán o como carajo se llame.

El tiempo se volvió de plomo, y los dos permanecíamos quietos como las piedras del paraje de Cook, que comenzaba a helarse a esa hora, mientras mi estómago ya no soportaba su agonía en largos trémolos sonoros...

 Emprendió la marcha. Sus pasos eran largos y ágiles, y en cuestión de minutos, lo vi ser tragado por una lejana duna y esta a su vez, tragada por la noche. No me moví. Consideré aquella situación penosa como un triunfo a recordar de otra de mis salidas de caza.

 En cuestión de minutas me trasladaba sobre mis cuatro patitas, y en la primera parada que mantuve con el hocico en alto y las manos a los costados del cuerpo, el dulce olor de frutas caídas por su acentuada madurez, me alegraron la noche. Encontré una enorme rama, más lejos de lo creído, y seguramente perdida por una enorme criatura que allí se le cayó. Comí cuantas pude, y luego, a fuerza de mordidas concentradas en un punto de la rama, separé las que quedaban para arrastrarlas hasta mi hogar.

 Caminaba con la cabeza erguida transportando mi motín. El amargo gusto que me invadía la boca, producto de la resina de la rama seccionada, también era un trofeo de aquella noche. Lo disfruté sabiendo que luego lo aplacaría con el sabroso gusto de las frutas, como un premio a mi audacia y un estímulo a la continuidad eterna de este ecosistema. Pensé en correr por momentos, pero con la cabeza de costado para no pisar la rama, me obligaba a un paso bastante más austero...

 Divisé mi guarida, un pequeño hoyo entre dos piedras de formas antagónicas: mi guardia personal que allí permanecía pese a las inclemencias del tiempo y ajena a mis estados anímicos.

 Luego de pensarlo un breve momento, me decidí, y con gran velocidad di vuelta la rama y la introduje por el lado de las frutas viscosas y maravillosamente dulces, dejando el grueso del tronco de la rama a la intemperie.

 El sabor helado de las primeras, bien maduras y ya casi negras de tan moradas, me resultó un placer como el que un cofre debería sentir al apoderarse de joyas y alhajas  en su vientre.

 

RV 2022.