lunes, 2 de noviembre de 2020

 

2020 - Retractos II / Capítulo #02: "Magnolia Peluche"

 

 Una damita sin parangón, de carácter sensible y educada pasión, Magnolia se impuso a ponzoñosas vecinas que en vano intentaron quitarle mérito a su persona intachable, unas veces con calumnias, otras con intrigas venenosas, las más veces a trompada limpia en medio de la calle. Magnolia, sin embargo, conservó siempre su espíritu noble y modales correctos, con austero desprecio hacia sus contrincantes de turno, fue siempre una damita sublime.

 Pero los buenos modales se vieron groseramente arrinconados por actitudes cada vez más hostiles de sus irreverentes enemigas, entonces tuvo Magnolia que pasar a la acción; una acción sesgada por el odio que poco a poco la fue invadiendo, y al estallar, supuso una reacción absolutamente ajena a alguien como ella...

 Corría el año 1988, "Carnaval de las Desgracias": la fiesta tradicional por excelencia de aquel país, de una duración sorprendente de 124 días ininterrumpidos de groseras bromas rayanas en la psicosis colectiva, inaugurado en el año 1790.  Para esta fecha, 1988, se pretendía hacer una fiesta especial que pudiese competir con el gran festejo de los 200 años (era un carnaval bienal), por lo que se intentó sorprender drásticamente en todo su formidable, delirante y enigmático espectáculo. Se habían ya dado algunos fuertes indicios de atrofia mental cuando fueron noticia sucesos como el del asilo "Misericordia del Marqués Redentor", "Helados Mónkis", o el "Gran estanque de la Paz". Era indudable en varias de estas jugadas la impronta característica de las Hermanas Lupi, sus desproporcionados golpes y su carisma demoníaco. Magnolia era un espectador más en la fiesta, y si bien la muerte de su padre durante la descollante puesta en escena de "La murguita de los Lemures" le jugó un rato de desconsuelo y confusión, a los tres o cuatro días, la pequeña niña de 12 años recién cumplidos se dejaba salpicar por la sangre de la fiesta, las ensordecedoras detonaciones, los alaridos descontrolados, el repugnante olor a carne chamuscada...

 Los preparativos de cada día venían acompañados, en el mejor de los casos, por un ensayo simple y austero. Esto era común porque la mayoría de la población implicada en aquel irracional festejo, se preparaba ensayando durante el año precedente, con horarios extensos y controles tan férreos que se calcula un porcentaje de damnificados a nivel psicológico bastante más grande que el que las autoridades justifica, debido a las inspecciones y exigencias por parte del Comité Organizador y de Ajuste Práctico (COAP). No podemos pasar por alto los centenares de decesos o mutilaciones sufridas durante este período, (pero son un motivo acalorado de debate en el parlamento debido a la fuerte carga tributaria que implican las pensiones por lesión.)

 Fue durante el ensayo fugaz de "Las Princesas Iracundas de Saturno", grupo coreográfico del que Magnolia formaba parte... como utilera, que llevó a cabo su primera venganza: primera de siete terribles, conmovedoras, perentorias y conspicuas venganzas...

"Chelita y Gorreta", así llamadas por sus amigas, eran el objetivo de Magnolia: Chelita abuzaba de certeros puñetazos en su nuca, casi de forma diaria, o durante la mayor parte de la semana puesto que estaban en la misma clase en secundaria; Gorreta se había especializado en un sorprendente salto, prodigio de su atlética conformación, que se caracterizaba por pasar sobre Magnolia elevando las piernas y quedando con la cabeza hacia abajo, a escasos cinco centímetros de la cabecita de Magnolia Peluche, para caer del otro lado parada a sus espaldas. No era tanto el potente puntapié anal que le otorgaba en el momento de tocar el piso lo que tanto le enfurecía, si bien el dolor le hacía ver extrañas alucinaciones de círculos concéntricos lumínicos en un magenta degradado lastimosamente entre lágrimas, sino el feroz escupitajo que le depositaba en la frente durante el acrobático salto, cuando por segundos quedaban enfrentadas aunque de forma inversa. También "compañera" de 1er año de Liceo. Aquí ya había suficientes argumentos para que Magnolia se desquitara de tanta brutalidad, para que les diera un escarmiento, para que, por qué no decirlo, asesinarlas.

 El ensayo fue precedido por las incansables actividades de Magnolia Peluche, tanto para organizar el vestuario, como para mantener limpia y despejada la pista para el derrotero coreográfico. Las "Princesitas Iracundas de Saturno", danzaban emotivamente en torno a una grosera hoguera que en cuyo centro se erguía una aberrante escultura en cemento que supuestamente representaba al dios Saturno. Las bailarinas, en fabulosas estampidas corrían hacia el foco ígneo para detenerse vertiginosamente en su borde, llegando a chamuscar la ropa, y correr luego en sentido inverso formando un espiral de gran dinámica que alcanzaba a rozar al público circundante. A medida que el espectáculo avanzaba, las Princesitas olían a quemado, y el sudor llegaba a salpicar a ojos vista, producto de la temperatura aberrante que irradiaba Saturno. Sin remordimientos ni cuestionamientos, Magnolia se movió quirúrgicamente denotando la agilidad de un plan mil veces ensayado y planificado al detalle más insignificante. Dos cartuchos de dinamita, de mecha corta pero sublimemente embetunadas en pólvora y ron fueron adosadas, una por cada blusa que las dos chicas debían endosar. Magnolia tomó registro de todo el proceso, desde sus corridas alocadas, el humo que de las puntillas de sus vestidos dibujaban en la noche, el brillo de sus pieles empapadas, las caras de entrega, sufrimiento y esfuerzo físico, las expresiones de subnormales desenfrenadas, las detonaciones, las salpicaduras y trozos de tejido apretando huesos astillados unidos a tiras de órganos desflecados creativamente con la impronta del TNT y sus fragmentaciones lúdicas. Magnolia corrió hacia el pedazo más grande que apenas se separó de la pista por un metro de altura,  tiritante como conteniendo la cuerda que le impulsaría energía para seguir danzando, encontró sorpresivamente medio torso con un brazo y cabeza de Gorreta. Gorreta logró verla a los ojos, y en medio de convulsiones caprichosas, alcanzó a decirle: "¡Vos...!" Allí quedaron sus palabras, mas no sus contracciones musculares que continuaban haciendo las delicias de todos aquellos que allí estaban presentes.

 Magnolia se tomó más de tres semanas para compaginar un hermoso video, un capítulo dentro de sus testimonios de la Edición 1988 del Carnaval de las Desgracias. Pero fuertemente motivada por el resultado de aquel plan, directamente se centró en el segundo, el que  amañaba a un cruel destino a cuatro de sus peores enemigas: Melucha O'Higgins, Pamela Mola, Eusebia Cornamenta, y Segismunda Malamecha. Todas vecinas, todas mayores que ella, todas espigadas y refinadas, todas golpeadoras... y todas cinturón negro de Judo. Las posibilidades de venganza y salir ilesa en el intento eran pocas para nuestra sagaz Magnolia, pero los complejos que impregnaban su alma eran conflictos que cargaba día y noche y que la mortificaban sin piedad, además, tenían un nombre: "el cuarteto de los esqueletos". Los daños colaterales serían dos, las hermanas Fremulia y Kaspita Edison de Hugonote. Dos repulsivas criaturas ganadoras de dos discos de oro por sus famoso reguetón "¡Probá esta sopa, mi negro voraz!", que además de fortunas en dinero, fama y glamur, les había otorgado la impunidad para despreciar sin miramientos ni limites, y entre sus marginales repulsas, estaba "La gordita Peluche", o sea, Magnolia.

 Las seis, de las que solo cuatro eran el objetivo de Magnolia, correrían sobre un formidable furgón preparado para alojar a las seis damas como reinas, y abrirían la jornada número 87 del Carnaval. Magnolia lo sabía, y sabía hora, recorrido y distancias. Este plan fue el que mayor dedicación le consumo, porque no podía ser ensayado, y solo se valía de cuanta información y minuciosidad lograse concretar efectivamente. Las seis murieron de manera bochornosa, por no decir "lastimosa".

 17:34 horas, sábado 15, Avenida de las Huestes Crepusculares a la altura del 1230, esquina Petrona IV, "Las Seis Dianas", así se hacían llamar, se desplazaban velozmente sin reparar en la gentuza que se agolpaba intermitentemente por la ancha avenida. (Cabe señalar que un gran porcentaje de la población sentía verdadero desprecio por ellas, y debido a su fuerte poder y actitudes gangsteriles, nadie se atrevía a reprobarlas en público, por lo que, aquellos que las odiaban, simplemente las ignoraban. Pero Magnolia no correspondía a este sector de gente, y lo dejaría en claro estrepitosamente.)

17:44 horas: "Las Seis Dianas" toman la calle Renacuajo Topacio, en sentido hacia el Jardín Botánico. A la altura del cruce con la calle Contubernio del Cretáceo al 2600, se topan con la inmensa obra vial impulsada por la municipalidad, que si bien detiene la velocidad y dinámica del desfile, no la corta como hubiese sido posible de tomar laterales aún en peores condiciones. Frente al cruce, se eleva caprichosamente y desafiando a la física, el mamotreto del nuevo Hotel Cambas, estancado en una construcción interminable y groseramente salpicado de malos manejos de fondos y defraudaciones fiscales. A la altura del 23º piso, una grúa deja pendular de su punta un bloque de hormigón de aproximadamente media tonelada; a sus mandos: Peluche, Magnolia Peluche Capuleta de Requena.

 17:56 horas:  Un estridente sonido delata, a oídos de pájaros y misteriosos personajes, que el gancho que sujeta la brutal carga acaba de ser abierto, y como un latigazo la masa de concreto emprende su loca carrera hacia el suelo dejando detrás suyo una cortina de humo gris del polvo que la abrazaba. El estruendo certero se oyó a varias cuadras a la redonda del impacto, una grosera nube de polvo envolvió todo el cruce, saltaron chispas del metal apretado con brutalidad al ser compactado contra el pavimento. Una vez que la cortina de humo se fue disipando, el resultado del certero golpe dejó al desnudo la espantosa imagen donde, a pesar de la enorme cantidad de partículas de cemento y trozos metálicos, la sangre ganaba relevancia y se imponía, por caprichosos sectores, a forma de salpicaduras en amorfas direcciones y concentraciones dantescas.

1850 horas: Se hace pública la noticia del deceso de las "Seis Dianas", el cielo se tiñe de fuegos artificiales, hay sollozos entre la muchedumbre, y como una fiesta demoníaca y bajo los efectos de una fiebre delirante, se manifiesta pesadumbre, alegría y extravagancia de sentimientos, siempre al ritmo descontrolado del Carnaval.

 El noveno y último espectáculo ofrecido por Magnolia fue decisivo para su compleja psiquis, puesto que acarreó un confuso malestar que le perturbó hasta el final de aquella festividad, incluso hay quienes afirman que hasta hoy en día...  

 Clorinda Hoffman Reichembärgen, la "Teutona del Malambo", así conocida en la ciudad. Combinaba el mágico trotar del caballo exquisitamente interpretado en el malambo, con un paso marcial de Alemanda que estremecía hasta al público más primitivo e inconsistente.

 Si bien no se trataba de un número al que la población dedicase gran devoción ni admiración, se volvía delirante en medio de aquella hemorragia de sensaciones mal desbordadas, y que por momentos, resaltaba magníficamente entre cada sacudida violenta de Clorinda, sus impactos en el suelo de sus pesadas botas, su sesgo autoritario en cada movimiento, avasallante en sus miradas e intimidante en el ruedo. Sin embargo su espectáculo concitaba apenas la atención de unas doscientas personas, nada comparado a otros que sumaban de a miles, tales como "La fragmentación de Calderas", penosa pérdida de locomotoras antiguas que eran alimentadas a fuego sin abastecimiento de agua hasta alcanzar una formidable deformación de la caldera, o una explosión de vapor criminal; ""Sal si puedes", contagiosa hilaridad provocada por la demolición controlada de edificios donde la gente participaba agolpada en el sótano de cada construcción, con la sorprendente resultante de un increíble número de participantes sobrevivientes; "La doma de Satán", consistente en ser adosado a un cohete de propulsión sólida, disparado desde la bahía y con el genial y atrevido desafío de "cabalgar" sobre el bólido hasta segundos previos a su detonación, dejando a la suerte la caída, sin paracaídas, sobre las aguas que bañaban las costas de aquella singular ciudad. Y así se podrían mencionar infinidad de actos de brutal desparpajo y candentes consecuencias en la severidad de quienes cometían aquellas aventuras públicas.

 Pero Magnolia se vio condicionada por los tiempos que demandó su primera incursión, la de Chelita y Gorreta, por lo que la puesta a punto de este tercer plan, espeluznante desde su concepción originaria, no tuvo las pruebas necesarias para un desarrollo correcto. Pero lejos estuvo Magnolia en echarse atrás en su empresa, y si bien pasó por alto detalles insignificantes que en otro momento y bajo otras circunstancias así no lo hubiese hecho, algunos pautaron la tragedia de forma descontrolada y de difícil conclusión. 

 Una carga explosiva de doscientos kilos de nitroglicerina serían puestos bajo el escenario y tan superficialmente que su simple contacto con las tablas de aquella tarima funcionarían como percutor al más simple cercano golpe. Este detalle hacía suponer una efectividad casi que total en la detonación, y la pulverización sino completa aunque parcial de la "Teutona del Malambo".  La fiereza y entrega que ponía esta mujer de 116 kilos en el escenario, su formidable destreza en trasladarse bailando por todo el escenario, y la compacta y brutal pisada en cada uno de sus pasos, arrojaba un promedio de vida de casi doce minutos, como mucho, según los cálculos de Magnolia.

 Dada la constante agresividad de Clorinda hacia Magnolia, que supuso un confinamiento total en su casa al verse siempre acorralada por la violencia de su enemiga, para Clorinda Hoffman el "Pequeño Lechón" era simplemente inexistente. Así llamaba la Teutona del Malambo a nuestra Magnolia Peluche, "El Pequeño Lechón", y en este delirio de irrespetuosidad hacia nuestra amiga, sus descuidos fueron el fatal condimento que, no sin mucho esfuerzo y en resistida competencia, sentenciaron su vida en favor de la de Magnolia.

 Jueves 30, 19:20 horas: en estado de conmovedora ebriedad, el director de la Biblioteca Comunal 233 hace uso de la palabra. Primero intenta pasar por alto la poca concurrencia, no se logra expresar con claridad, comienza a insultar al público soezmente y esto atrae a más gente. Magnolia, a uno cuarenta metros de distancia, observa con prismáticos el espectáculo siniestro. La gente increpa al Director, Don Fernando del Alcázar; caen objetos, una bugía impacta en su pómulo derecho, el hombre trastabilla, da un par de pasos hacia atrás, se toca la cara, ve la sangre en su mano, sonríe, saca un 38mm del saco y a quemarropa elimina dos o tres individuos de la primera línea del palco. Por un lateral sube gente que no es vista por Don Fernando, es brutalmente linchado apenas cae del escenario producto de una embestida en masa que termina por arrojar a todos del escenario como si se tratase de un número circense. Magnolia ríe y en su festejo aprieta su bolso de mano contra el pecho: siente la rigidez de una 9mm que se trajo por temor a que el plan fracase y sea asesinada por una enfurecida y despiadada Clorinda. El escenario se cubre de humo, un ingenioso juego de luces lo peina y la lonja floja y grabe de un par de bombos silencian a la muchedumbre que ve entrar en un estruendo a la magnífica Clorinda Hoffman Reichembärgen, empujando al humo y corriendo a las sombras en estampida. La gente permanece en silencio, en sus rostros de trastornadas expresiones se delata una masa estúpida, convulsionada e hipnotizada como bestias en un corral; el sudor hace más groseras sus facciones. Magnolia observa a la multitud sin reparar en que la detonación pueda envolver a varios de los espectadores, y esto es solo un detalle omiso pero sin importancia. En uno de los extremos del palco, entre sombras borrosas se aprecian dos o tres tipos que patean denodadamente un bulto en el piso: esa masa inerte es el señor Director de la Biblioteca Comunal 233, seguramente ya sin vida...

 Pero Clorinda es un huracán que desborda el tablado y la gente parece aprobar lo que observa, y lo dan a entender sus bocas a medio abrir, inexpresivas todas aunque tendientes a la sonrisa sarcástica. Nadie dice nada y Clorinda castiga las tablas  en perfecto compás y admirable riqueza en la intensidad de cada frase sentenciada por sus botas germánicas.

 Magnolia teme lo peor, pues pasados los diez minutos, la corpulenta mujer emprende una reiterada arremetida de pasos al borde del escenario, esquivando muy a lo lejos el centro del escenario. La gente comienza a aplaudir frenéticamente cuando el desenlace de su danza se acerca al final con un derrame de virtuosismo que atropella a la gente que ahora grita eufórica... ¡Clorinda remata el baile al borde del escenario cuando completa su número exactamente en el minuto dieciséis! La multitud enloquece, y un funcionario atraviesa el escenario con un aberrante ramo de flores, Clorinda se da vuelta, el hombre detona la carga explosiva... Un fogonazo enceguece a la gente, vuelan pedazos de la estructura del escenario, la iluminación y trozos humanos en direcciones insospechadas, luego se siente el estruendo de la explosión.

 Transcurren minutos de sordera y es difícil mantenerse en pie, parte de la escenografía está inclinada hacia un costado, otra parte de la misma yace enredada brutalmente a cables de la luz y ramas de árboles. El momento es dantesco y Magnolia ve realizarse su peor pesadilla: con el rostro severamente desfigurado y completamente roja en toda su parte frontal como un monstruo humeante del que cuelgan mechones de pelo y telas chamuscadas, puede apreciar los ojos brillosos de ira de la Teutona, pues la ha visto y se le viene cual exhalación. Los gritos, las bocinas y detonaciones secundarias son una bola infernal de un sonido aprisionado en una cámara del infierno, Magnolia huye despavorida pero Clorinda ya está sobre ella, se desespera, no encuentra el lado del cierre de su bolso, Clorinda la toma del pelo y con él su oreja, su mano hurga dentro de la cartera y no entiende cómo no encuentra lo único que allí lleva... Clorinda echa su otro brazo hacia atrás, es una masa desfigurada y  de un rojo asquerosamente oscuro y viscoso, su puño compacto como un adoquín se aleja para venir a su encuentro como un marrón matando a la res... Magnolia deduce la posición del arma que creía fría, sin embargo su propia sangre y el calor abrumador del lugar hicieron confusa su búsqueda en el estrecho bolso... Clorinda enseña unos pocos dientes que brillan como diminutas perlas contenidas en el agujero negro de su boca... el puño se dispara cual chicotazo de fuerza liberada en un cañonazo y sórdidamente apenas se siente el arma de Magnolia detonar en un chispazo sorpresivo. El impacto de la bala da de lleno en el cuello de Clorinda, que desvía involuntariamente su golpe y apenas roza la cabeza de Magnolia. Ambas pierden el conocimiento... la atmósfera asfixiante hace confuso todo, y si es difícil ver algo, peor es intentar respirar...

 Han pasado varios meses desde aquel último acto salvaje de Magnolia, a quien ya nadie se atreve a ofender ni llamar de otro modo que no sea por su nombre. Ha finalizado el Carnaval de las Desgracias hace unas semanas y en la sociedad aún persisten arrebatos de violencia que salpican la rutina mecánica de los pobladores de aquella ciudad, y esto contrasta y no gusta, porque allí, donde se festeja el Carnaval más largo y extraño del planeta, el trabajo es un ritual sagrado y la entrega de cada uno en su ocupación es desmedidamente consagrada a la eficiencia completa. Nadie en el mundo puede afanarse tanto y entregarse de aquel modo al trabajo, y es probable que sea este fenómeno de enajenación el que genere un desahogo en masa tan estrepitoso como se refleja en el Carnaval...

 Magnolia no cursó el último año de bachillerato como tenía pensado y era deducible a alguien con notas tan sobresalientes, y es difícil creer que en algún momento de su vida pudiese volver a su curso anterior. Porque ya no tiene enemigas, no puede contrastar sus argumentos con la saña desmedida y mongólica de aquellas contrincantes desleales y abusivas. También es cierto que de haber sido lo opuesto en el resultado de aquellas acciones, de estar vivas sus enemigas y ser ella la muerta, sentirían todas su ausencia como un golpe ciego o un disparo al vacío.

 Fue entonces que los años transcurrieron y nada se supo de Magnolia Peluche, al menos para nosotros, sus vecinos más próximos, los de la vereda de enfrente, los que la podíamos verle desde la ventana, porque aquellos que convivían con ella y su familia en el mismo edificio, difícilmente pudiesen ver lo que desde esta perspectiva se observa. Pero fue noticia encontrarla a unas tres cuadras de allí, en una tienda refinada de ropa, atendiendo a sus clientas distinguidas, y más sorpresa fue saber que nunca llegó a estudiar abogacía, como se decía anhelaba, y que, muy por el contrario, se dedicaba a la alta costura desempeñando el oficio con reconocido virtuosismo. Lo supe cuando entré a su tienda, acompañando a mi madre que necesitaba un encaje o algo por el estilo, y allí encontramos a la controvertida Magnolia. Fingió no reconocernos, y mantuvo siempre la mirada baja. A cada comentario de mi madre, ella asentía y en sus lentes se reflejaba la alfombra de figuras geométricas que imponía círculos amarillos sobre rombos grises y azules. Cuando todo quedó claro, y mi madre le agradeció por su cortesía y amabilidad, Magnolia levantó por primera vez en aquella tarde su cabeza, y pude ver sus ojos plenamente al tener los lentes bajos. Cierta pesadumbre me invadió, y entre lástima y rechazo mis sentimientos intentaron encontrar la cordura que combinase con el orden y pulcritud de la sala. Yo ya me había aproximado a la puerta de salida, y mientras mi madre le daba la espalda y se acercaba a mí, ella, Magnolia me miró con ojos de acero y dejó escapar con una voz seca y grave que retumbó evadiendo la absorción de las telas allí colgadas: "-Yo me comunicaré con usted cuando el trabajo esté hecho."

 Después de caminar una cuadra de regreso a casa, ambos inmersos en el silencio, pensé en decirle a mi madre que yo iría por su pedido ni bien estuviese pronto, temiendo a la sola idea de ver a mi madre allí adentro con aquella persona tan oscura, encerrada en una jaula tersa que se tragase los gritos y envolviese los cadáveres como capullos, pero mi madre me sorprendió con un comentario que, si bien me pareció desatinado, acabó por ratificar mi temor:

-Pensar que esta chica quería defender gente en un juzgado, y terminó uniendo retazos de tela huérfanos como si se tratase de un mosaico.

Y a la cabeza se me vinieron los retazos de personas en los que caprichosamente Magnolia volcó su arte, y más que encontrar a  su nuevo oficio una redención, me estremeció de miedo al punto de obligarme a sacudir la cabeza en dinámica negación.

     RV 2020