miércoles, 19 de diciembre de 2012

Fragmento de la novela "La casa en sombras" (Renzo Vayra 2011).
 "Ayer fuimos con mi padre a un aeródromo y vimos varios aviones volando. Uno con doble ala, amarillo, subía bien alto y después se iba frenando hasta que caía para atrás y de nuevo quedaba con el buje hacia delante y parecía que prendía el motor apagado. Cuando llegaba cerca del suelo doblaba y seguía volando. Era todo amarillo y tenía unas marcas en las alas, como letras o números, y en los costados donde estaba el piloto, había dos manchas negras. Cuando aterrizó lo fuimos a ver y en las alas decía "MB-2235", que mi padre me dijo que era la matrícula como la chapa de los autos. Y las manchas negras eran un dibujo de una rana con galera que fumaba un habano. Le sacamos una foto y después en casa la dibujé en una hoja y la pinté y ahora, cuando entrás a mi cuarto la ves en la puerta justo antes de entrar."

miércoles, 10 de octubre de 2012

Coloquio con una momia.
 Fue en el 47, después de consumada la guerra y asumida la bruma de terror que flotando quedó sobre la gente. Trabajaba para una petrolera británica a la cual no puedo mencionar, y en excavaciones que menos quiero recordar.
Con Freddy, mi chofer, sin querer accedimos a intrincados pasadillos que nos pusieron de frente a una antigua tumba y a una momia. El aire hasta allí casi no llegaba, y abrumados por los reflejos de las estatuillas de oro que rodeaban al difunto, nos hicimos de todas las piezas que esparcidas parecían contener el espíritu que dominaba la cámara. Antes de ganar la salida, o quizá, ya tan próximos a ella, sentimos una lúgubre voz que con claridad se aferró a las paredes:
-¡Háblame! -Nos giramos tan sumisos, que la lentitud articulaba nuestros aterrados cuerpos. Y se volvió a escuchar con claridad:
-¡Háblame! -Esta vez la insistencia había disparado en nosotros el acercarnos con velocidad hacia la momia. No dudábamos de que quien hablaba era ella.
-¿Quién eres? -Dije mientras mi amigo le acercaba el farol, al tiempo que, estirando el brazo, alejaba su cuerpo manteniendo la mano que sostenía la luz tan fija que apenas las sombras se movían por el rostro de aquella tétrica figura.
-Vete hacia el sur, muy al sur... tu casa arde ahora, vete de aquí y no regreses núnca... lo más lejos que puedas, tan al sur que sientas el océano mojar tus pies. -Se silenció como si una cripta cortase el aire encerrando lo pútrido de un lado y lo iluminado por el sol del otro. Ahora sí ganabamos la puerta, y Freddy decía: "Es un despojo, solo eso..." Pero se sintió la voz nuevamente, tan terrenal que rozaba una escena cómica: "Despojos ustedes son."
 Llegamos al hotel, envueltos en polvo y un calor agobiante. Superados los primeros escalones, el conserje tomaba su cabeza entre las manos y en cámara lenta nos miraba. Frente al telégrafo, su asistente cubría el rostro dejando los ojos tan abiertos que parecían de porcelana, sin pestañar, encandilándonos con el temor que intentaba apartar de su mente. Subí hacia mi recámara, poco valía la pena detenerme a escuchar cómo un incendio consumió mi casa, a mi mujer y mi hijo... No utilicé la cerradura, mala y fatal costumbre que antes me podría haber evitado este pesar. No, tampoco utilicé una llave. Dentro del dormitorio, no hacía otra cosa que revolver y amontonar mis objetos para esparcirlos nuevamente en eléctricos movimientos. Freddy apareció en el lumbral del cuarto, y con voz seca me gritó: "¡Agua, solo nos llevaremos agua para atravesar el desierto, deje todo eso!" Obedecí y de inmediato corría tan cerca suyo que pude sentir el miedo en su sudor.
 Conducía mi amigo y yo giraba el mapa desconcertado, buscando la más inmediata salida hacia el sur. La pesada mano de Freddy detuvo mis ademanes bruscos y en un instante, casi en centímetros, señaló la salida en el mapa manchado y reseco.
 Conducimos con alternancia y absorbiendo con dedicación cualquier percance que en el camino pudiese ocasionar un desperfecto en el coche durante la huida vertiginosa.
 Bebía agua mi chofer y yo lo miraba, exhausto, intentando comprender de qué modo, a través de qué proceso químico, el agua se exparcía por el cuerpo hasta llegar a los pies.

RV 2012.


jueves, 26 de abril de 2012

La cena en el jardín
 Como era extranjero, jugaba un poco con mi talento de rufián, como en la fábrica de hielo "Topek", donde carbonicé abundante tiempo de mi vida.
 En su jardín, Doña Gruck se mostraba más amable que nunca, y hasta deposité parte de mi "admiración para los viajes" en sus pelos anaranjados que le chorreaban de la cabeza como gotas de cebo, como hojas de gomero... ¡era demoníaca!
 Su cara de "bebé-bomba" y su blusa blanca con lunares verdes me hacía, por momentos, soñarla ahogada en la fuente de mi patio, desnuda, boca abajo toscamente levitante en el agua turbia, proyectando su sombra en el fondo del estanque cubierto de piedras y musgo.
 Le hablé de mi padre y su reciente pérdida durante el último bombardeo y pareció tener un gesto de misericordia como lanzado al espacio entre las bocanadas de humo del asado que preparaba; como en mil lugares alguna vez alguien dijo algo similar y otro asintió ejecutando una acción por el estilo.
 Me atoré con el agua y ella hizo una pequeña arcada, como si le hubiese afectado mi ridícula contracción muscular.
 Bebimos agua largo rato. Agua sin gas.
 Los dos patos estaban a punto y me imaginé desde sus ópticas cómo se vería aquella gorda infernal, criatura global de movimientos lentos y precisos: "los mismos que nos descuartizaron como cristales y depositaron en el lecho de fuego", los mismos que escondieron en la caja de cartón violeta, entre las antiguas servilletas, los retaratos mohosos de los abuelos en amacas de anclas, ¡los mismos que sujetaron su cabeza dejando escapar macabras ideas, perversas sensaciones de un poder lubricante, zambullidas fulminantes entre deseos tan aburridos como obstinados!
 Fui al baño. En el botiquín encontré, a manera de empapelado, los planos originales del helicóptero de mi tío, sus bocetos originales, con todas sus absurdas pretensiones a lápiz. Allí estaban sus planos.
 Cenamos lentamente. Repentinamente oscureció y Doña Gruck se llevaba un trozo de pato a la boca y yo lo bendecía al partir en aquel viaje por entre las galerías orgánicas  de la ballena, las altas temperaturas, los motines no resueltos asechando a cada codo de sus vísceras, a cada soberbio depósito mecánico de su tosca estructura.
 ¡Su rostro no era el mismo, no, ya no lo era! Al menos su expresión no la recuerdo desde que entré al baño, donde descansa una de las más grandes estupideces de mi tío.
 Cenamos lentamente.
 Su rostro no era concretamente el mismo. No, sus facciones eran claramente otras y me asustaba mirarla sin pensar que notase algo extraño, que sospechase de mi exploración en el baño, el hallazgo de los planos, los eternos frascos conteniendo los misterios de su laboratorio... que hubiese descubierto en la mirada de los títeres de papel maché las cotidianas y enfermas costumbres que los confinaron con tal mal gusto a decorar la banderola del baño, cubiertos de polvo. ¡Pero no podía hacer como si nada!
 Ella estaba nerviosa y sudaba. Entre el botón y el ojal de su blusa un lamparón húmedo parecía ganarle poco a poco la prenda, luego se desvanecía. Me hizo acordar al óxido que entonaba el papel atrapado con chinches al fondo del pequeño mueble sobre la pileta. Hice un esfuerzo por recobrar la calma y decidí huir, luego vendría por los planos.
 -¿No te gustó el pato, nene?
-Soberbio... (respondí).
 Me miró taciturna y su enorme masa se alzó con el plato perfectamente vacío y limpio.
-Dejá que yo lavo. -Aseveró mientras depositaba delicadamente el plato en la pileta.

RV 2002.


martes, 24 de abril de 2012


¡Despertad!
¡Despertad! ¡Volved del letargo torpe y acuñador! ¡Sentid en punzantes latidos el llamado de los Dioses que en tormentas de barro y piedras intentan combatir! ¡Es la hora! ¡Cetáceos ponzoñosos se contorsionan de ira y escupen lava sobre los mortales! ¡Los Dioses te rescatan de la tumba arcillosa que creías tu morada! ¡No hay tiempo para empañar espejos con el húmedo aliento nostálgico de los humildes! ¡Hay que combatir a los escorpiones delatores que pronostican el caos! ¡Quien más, quien menos, en sus manos tuvo una carta con testimonios enloquecedores! ¡Un pasaje al abismo codicioso, el señuelo de los débiles y un tesoro en la orilla para piratas naufragados! ¿Sabéis qué dijo a los tiburones el último marinero?

"Tengo en las venas la travesía de todos los barcos
y es mi cuerpo un mapa,
puedo sentir en la sal de los mares las lágrimas de los afondados,
y ver en cada gaviota una salva!

¡Está la tempestad de mi lado
y de oponerse a mi destino,
solo hará más fuerte mi deseo
de llegar donde inicia el camino!

¡Monstruos vetustos, maravillosas máquinas,
flechas acuáticas bajo tenues sargazos:
abridse a mi paso, no opongan sentencia,
soy el espíritu que filtra en la tormenta,
entre nubes de agua y astillas de navíos,
como las inmensas fauces de la ballena,
el llanto de los ahogados y aturdidos!

¡Hay quienes temen encontrar en un reflejo, en una limosna de luz o en el chirriar de gastadas chumaceras, -como si fuesen coordenadas de un accidentado camino-, los testigos que golpean vuestras puertas implorando el regreso al abismo! ¡Despertad! ¡No por casualidad se encuentran los ríos, ni son capricho las cascadas! ¿Cómo saber hasta qué punto estas huellas son mías, o son las cicatrices de testigos? ¡Cuando estéis frente a las carcasas de las bestias poderosas que sucumbieron al eclipse, cuando encontréis en sus escamas el reflejo de los hundidos, entonces de la pesadilla os habréis diluido, y la hora del combate será propicia! ¡Despertad del sueño derretido por semejanzas cotidianas! ¡Hay manera de cortar la flor y no lastimar la planta, pero para sabernos con autoridad y destreza, para ello, es necesario empuñar la espada! ¿Os confieso el último deseo del Rey acosado en su castillo?

¡Medanos, pantanos y sombrías dunas,
colinas desmembradas y valles empinados:
cercad a los enemigos de oscuras dudas,
si se encuentran juntos o diseminados!

¡Volved la noche agreste
en día resplandecido,
hundid la sombra ecuestre
del caballero enfurecido!

¡A la suerte mi gente se a echado,
de muerte no habrán más testigos,
cuando el minuto sea señalado,
y la noche empuje los postigos!

¡Ríos, arroyos, mares y estuarios:
flagelad las costas y el dique,
que sientan los invasores sanguinarios,
como se arrastra su flota a pique!

¡El desierto susurra chocando la arena contra la arena, pidiendo ocultar nuestro árido rostro de temor ante la virulenta arremetida de las libélulas de la confusión! ¡Despertad, mil veces despertad! ¡Y si por descuido el demoledor sueño os aplasta contra el empedrado, no reparéis si el suelo es tumba, lecho o castigo, pensad en el marinero, en el Rey o en un naufragado: corred con la palma de la mano la escabrosa superficie, y señalad, cual inquieto y curioso cartógrafo, dónde está el punto donde os encontráis, o habéis llegado!

RV 2009.