viernes, 30 de diciembre de 2022

 

2022 - Merodeadores / Capítulo 7º: "Búsqueda"

 Después de una semana de calor agobiante, donde era prácticamente calamitoso respirar y el agua retenida en los frutos se secaba de manera dramática, las noches también se volvieron pesadas haciendo imposible dormir dentro de la cueva.

 Pero en el exterior, a la intemperie, corría una brisa que de algún modo refrescaba y por lo menos hacía posible respirar. El calor mantenía la superficie del desierto caliente y a pesar de la disminución de la temperatura llegada la noche, igualmente era una pesadilla de soportar.

 Me había ubicado sobre el pequeño techo de la entrada a mi madriguera, y permanecía acostado en un ángulo que me permitía ver parte del cielo y así contemplaba las estrellas. Durante un buen rato fijé la vista en diferentes sectores del firmamento, en aquellos  donde se agrupaban astros que me llamaban la atención o se destacaban más que otros dispersos y poco visibles...

 Noté que uno parecía moverse de forma evidente y en una dirección que por momentos se volvía confusa para luego desviarse, pero siempre en movimiento. Noté además que su color era turquesa, y que estaba a una altura estrepitosamente inferior... Luego vi otra luz idéntica, y al instante muchas más... ¡la bóveda celeste estaba impregnada de estas luces!

 A la lejanía, sin llegar al horizonte, se apreciaban algunas que estaban a pocos metros de la arena del desierto, tan bajas que iluminaban el suelo haciendo revotar la luz contra ellas mismas y dejando al descubierto un aspecto metálico muy bruñido.

 Estaba a punto de incorporarme cuando noté, a tan solo siete u ochos metros de mí, una de esas espantosas criaturas con forma de gusano que emitían un ronquido bajo constante y monótono.

 El miedo me mantuvo quieto, y así me mantuve hasta que este personaje siniestro pasó tan cerca mío que llegó a rozarme los bigotes.. pero continuó su marcha, como si no existiese, como si yo no estuviese allí.

 En efecto, no me veía, y tampoco otros tantos de estos seres que aparecieron detrás de una duna, cientos de ellos, caminando de igual forma y emitiendo aquel ronquido tan desagradable. Iban en una misma dirección, hacia donde ahora, a lo lejos, se apreciaban decenas de estos extraños módulos luminosos.

 Contemplé la escena que duró más de una hora, y cuando su aproximación a las luces los hacía ver como pequeñas líneas negras, fueron absorbidos por cada una de ellas hasta desaparecer todos por completo.

 Absorto me paré sobre mis patas, y temí que aquellos seres volviesen a bajar ya con otras intenciones o poderes capaces de identificar a otras criaturas, y quizás, por qué no, asesinarlas.

 Poco a poco las luces se fueron alejando del suelo y tomando altura en pares, y así se fueron desvaneciendo apenas quedaban en un campo visivo donde las estrellas se confundían con ellas...

 Debía sacar una conclusión de todo aquello, por simple que fuese, pero no podía irme a dormir pensando en que estarían de regreso en el momento menos pensado.

 Pero algo me hizo suponer que no regresarían a un paraje tan árido y vacío. Con las opciones de tantos paisajes formidables, no era nítido el objetivo de volver aquí... Pero entonces poco me importaba, e incluso pensé que sería un buen motivo para dar inicio a una nueva etapa de mi vida...

 Entonces desee que así fuese, que ellos volviesen aquí y lo encontrasen el lugar ideal para su establecimiento... ¡lo más parecido a su decadente y colapsado planeta! Pero para mí sería el dejar estas dunas caprichosas, y salir a la búsqueda de un nuevo lugar donde vivir...

 Y soñé que este desierto era el sueño más codiciado por aquellos viajeros, y que luego de explorar cientos o miles de parajes, aquel fuese el escogido.

 Ahora era el momento de emigrar e ir hacia el sur, donde los bosques con lagos y cascadas que para ellos habían sido descartados, fuesen para mi mi nueva morada.

RV 2022 


 

sábado, 12 de noviembre de 2022

 

2022 - Merodeadores / Capítulo 6º: "Evadiendo al destino"

 La costumbre de fijar la vista en mi propia sombra me hizo exponer salvajemente a los peligros que en el desierto se esconden tras la brisa suave y seca de las estaciones ventosas, el rapaz instinto de criaturas asesinas, o a las trampas bajo la arena con forma de chatarras metálicas.

 No podía dejar de pensar en los bosques con lagos que aquel individuo de cabeza observadora me había expuesto como el más simple de los lugares que contrastaba con el paraje desolado donde vivo.

 Me dediqué con gran empeño en retener las ramas de los frutos que comía y disponerlas de forma que simulasen plantas vivas, dentro de mi pequeña madriguera. Al cabo de pocos días se volvieron marrones y toda mi vivienda quedó infectada de millones de pequeñas mosquitas absolutamente insoportables. Tuve que abandonar ese torpe ritual y eliminar la enorme cantidad de insectos que allí quedaron atrapados. Pensé lo terrible que sería para algún habitante de los bosques el hecho terrorífico de que de un día para el otro sus árboles desaparecieran, o sus lagos se secaran... Pero traspasado a mi paisaje y como poblador del desierto esto no me resultó nada terrible: ¿qué hay después de la arena y el cielo?

 La sombra me cansaba en su modesto desplazamiento, me hartaba de mi mismo visualizándome desde un ángulo sesgado, una imagen fantasmal pero real en su perímetro peludo y zancadas largas...

 Levantaba la cabeza para husmear enredador, pero nunca alterando aquella suerte de melancólico vagabundeo, triste peregrinación atrapada en la cotidiana traslación de la luna y el sol, y mi cansina sumisión al monte de frutas...

 De improviso sentí un fuerte impacto cerca de mí, como si algún pequeño objeto se hubiese estrellado contra el suelo. Miré estupefacto en todas direcciones, y en el barrer de la mirada, lo encontré.

 A tan solo unos veinte metros, aquel grotesco individuo que asemejaba a un tonel con piernas, se me acercaba lentamente, tan lentamente que parecían sus movimientos retrasados por el tiempo contra su propia voluntad.

 Un nuevo impacto se estrelló a mi lado, pero rozó mi cuello y sentí la salpicadura de arena tras de mí: ¿Qué hace? (Atiné a preguntarle).

 El tipo no me respondió y continuó con igual actitud. Decidí correr hacia el acantilado donde podría tenderle una trampa, y así fue, porque el muy estúpido comenzó a acelerar su tranco para darme captura o fijar su puntería con más precisión. Era igualmente muy lento, y en una de las vueltas que me di para observarle, sus movimientos me confundieron. Pensé que se alejaba, entonces me frené y quedé quieto, ¡fue un error!, me disparó y sentí su munición silenciosa pegarme en la punta de la oreja izquierda. El dolor era soportable, pero nada sentía por el miedo, y más cuando ahora nuevamente se me venía encima.

 El terror nos otorga ligereza y velocidad, pero también muy malas elecciones y descuidos: olvidé estar tan cercano al borde del acantilado, y mientras le observaba como me seguía, llegué al borde del acantilado y me precipité al vacío de forma completamente inesperada.

 Durante la caída tuve tiempo de replantearme pensamientos, y entre ellos, ganaba de forma contundente una representación muy primitiva de lo que yo consideraba un bosque...

 Di contra el suelo, y el golpe fue casi que inexistente. Las ramas que fui tirando luego del experimento fallido de la selva hogareña me hicieron de cama y protegieron de estrellarme contra las rocas. ¿Era acaso esto un mensaje?

 Pasé a un lado de los despojos de aquel maldito bruto que en una de mis salidas me había agredido, desee igual suerte para aquel bidón deambulante. Lo vi aparecer en el borde del acantilado, y temiendo corra por uno de sus lados para seguirme, comencé a correr hacia el monte, quedando expuesto a sus tiros desde esa altura.

 Entonces dio el paso en falso que deseaba diese, y vi su sombra correr contra la pared del precipicio adelantándose a su caída. Un espantoso y seco ruido a madera quebrada hizo eco en el desierto, luego sentí un sollozo...

 Me tomaría mi tiempo para ver el resultado de aquel formidable desenlace, entonces describí un semicírculo hasta tenerle a la vista. Se movía con mucha dificultad y gemía. Lograba girarse pero nunca darse completamente vuelta, y menos atinar a incorporarse. Tenía dos caras, y entendí cuando le vi alejarse estando su rostro volteado hacia mí, y su repentino disparo casi tan acertado que me podría haber matado. Vi parte de su grosero tonel partido y dentro algo moverse con viscosidad y temblando vibrantemente. En determinado momento, desistió, y poco a poco se fue acomodando a las piedras hasta quedar inmóvil. Donde él había caído, apenas se encontraba alguna rama fina y reseca que en nada influyó para amortiguar el golpe.

 Fui hacia el monte sin fijar mi vista en la sombra. Corté las ramas haciendo foco en el verde de las hojas tanto como en el color púrpura de las frutas más maduras.

 Volví sin demora hacia mi guarida, tratando de hacer un recorrido muy desviado para que las pocas huellas u hojas que deje o pierda por el camino, no delaten la llegada a mi escondite. Una vez dentro de la galería fresca e iluminada de mi casa, dejé ordenadamente las ramas y volví corriendo hasta el acantilado. Observé un largo rato al invasor derrotado. Pensé en el destino de los traidores y los asesinos como una calamitosa secuencia mal armada y compaginada en una historia escrita por un imbécil. Su figura deforme y poco elegante, brutalmente amoldada a las piedras, con aquellas ramas secas a un lado y los restos del otro infame agresor as u lado, casi ya desintegrado, me sugirieron la escena de un pesebre hecho por un demente.

 Ubiqué desde allí mi casa e instintivamente miré hacia el lado opuesto de su entrada. Ya no me importaba si era el sur, el este...

 Permanecí así sobre la cresta del acantilado, mirando hacia donde estarían escondidos los frondosos jardines con lagos. Recordé haber llamado a este individuo desconocido y pervertido "invasor derrotado", me pareció genial. Me pregunté si era posible seguir viviendo situaciones como esta, tan imprevistas y despiadadas, y si bien llegué a la conclusión de que sí, hay muchas probabilidades de que se repitan, me propuse intentar tener menos miedo. O al menos no siempre escapar evasivamente, para evitar accidentes como aquel que, afortunadamente, fue un regalo del destino.

RV 2022  

 


lunes, 17 de octubre de 2022

 

2022 - Merodeadores / Capítulo 5º: "Volar"

 

 Ni bien amainó la tormenta que durante tres días de intensas lluvias peinó el desierto, me decidí a descansar. Una vez retirada la cantidad de arena que obstruía la salida de mi cueva, permanecí con el  rostro y patas delanteras expuestas al sol, como si se tratase de dar señales de vida al astro y sin descuidar cualquier detalle que diese a entender que no fuesen las tormentas motivo de desgracia.

 Luego me moví con total soltura e inicié la primera parte de la limpieza que pretendía dejar libre la entrada para que corriese el aire y se secase el agua empantanada en uno de los tramos de la galería. Por lo demás, estaba todo en perfecto estado, aunque cabe señalar que en las paredes notaba cierta capa de arena, muy fina, pero arena al fin.

 Pero el sol empezaba a calentar con violencia y era a ojos vista un espectáculo el ver como evaporaba el agua y volvía a su color blanquecino las dunas inmensas y planicies donde oscuras piedras permanecían impávidas y más limpias que nunca. Entonces creí oportuno ir por mis frutas, antes de que la temperatura queme a cualquier criatura que ose desplazarse por la inmensidad desértica. Esto para mí era una oportunidad de moverme sin el temor de ser atacado ya que nadie se arriesgaría a salir de caza merodeando bajo un sol tan feroz, únicamente que tuviese bien definido su objetivo, y el mío era ir por frutos a escasas decenas de metros...

 Me moví con rapidez y en mi tranco ligero imaginaba los ramos de frutas opacados por el agua seca, y las perlas de agua entre ellos y donde no pegaba el sol reciamente. Fue entonces que divisé una extraña criatura surcando el cielo, tan extraña que en ningún momento tomé por ave rapaz, y en la rigidez de su postura al volar, mi hizo pensar en un objeto suspendido por alguna suerte de torbellino o viento fuerte. M e detuve. Lo vi quedar suspendido durante un minuto, y luego retornó hacia atrás y entonces vi, bastante más lejos, a un individuo de gran porte parado sobre la cresta de una duna. Me asustó el no haber captado su figura recortada contra el cielo, pero esto quedó de lado cuando me sorprendió ver que aquel objeto se posaba sobre su cabeza y así quedaban, estáticos cual tótem de piedra al rayo inescrupuloso del sol. 

 ¿Sería prudente salir corriendo, o quedarme me develaría el misterio sin perjuicios en mi contra? En eso, de forma absolutamente sorpresiva, aquella criatura desplegó frondosas alas y se elevó volando con gran velocidad, describió un arco que lo puso sobre mí a pocos metros de altura, ¡yo vacilaba hacia donde huir caminando sobre mis propios pasos y tan agazapado como me daban las articulaciones! El tipo se posó casi a mi lado, de forma completamente suave recogió las alas, aunque las mismas se despeinaban con el viento ya que tenía plumas muy largas y blandas en los extremos.

 Creí más que oportuno decir algo: "Buen día". Quedé inmóvil a la espera de cualquier cosa.

-Buen día, caballero patas cortas. -Esto estaba bien, era simpático en el mejor de los casos, pero ignorante: en mi especie somos pelo y pellejo, y en mi caso, particularmente flaco y de patas extremadamente largas, lo que me valió el mote de "El Jirafa" durante mi adolescencia.

Linda cosa volar... (Solté a modo de elogio).

-Linda cosa sí, pero el calor excesivo quita sustentación.

En eso, ¡se desprendió su cabeza y emitiendo un silbido muy bajo, se disparó a la altura como un rayo! ¿Aquel tipo ya no tenía cabeza, pero hablaba!

-Por momentos quisiera tener el coraje del famoso Pingusio para adentrarme quilómetros adentro del desierto y explorar más allá... ¿Qué sabe usted del valle sinuoso y oscuro que hay hacia la zona este?

¿Un valle oscuro en el horizonte? (Respondí atónito... para mí, al menos desde donde tenía visión, todo era una alfombra de arena con dunas caprichosas que se movían cada tanto.)

-Sí, o la espesura boscosa de las montañas al sur, que por momentos parecen tan cercanas...

¿Montañas con bosques? (No podía salir de mi asombro, y tampoco sabía si dudar de lo que me decía o tomarle en serio. ¿Acaso había esas cosas alrededor mío?)

-¡Ja ja, sí, amigo!  Pero claro, difícilmente pueda entender el mundo del que le hablo desde esa altura...

 En eso la extraña cacerola volante volvió y tomó el puesto de su cabeza. El tipo me dio la espalda y comenzó a mover las alas como para dispararse al firmamento, seguramente aquella cabeza voladora le hacía un reconocimiento del terreno al que él luego se aventuraría.

-En fin, creo que prosigo algún quilómetro más, todo aparenta tranquilo...

¡Espere! (Corrí y me puse delante de él. El personaje dejó de mover las lasa y quedó estático, posiblemente se haya asustado por mi reacción desmedida, ¡incluso a mí mismo me sorprendió!)

¿Hacia el sur hay montañas con bosques? (Pregunté casi con desesperación.)

-Amigo, no tiene más que ir en ese sentido que no puede toparse con ellas. Montañas boscosas con cascadas y lagos... hermoso y peligroso.

 El individuo volador se hizo a un costado, permaneció inmóvil y rígido por algunos segundos, y en tres violentos aleteos salió vertiginosamente disparado al cielo, tan rápido que, apenas me giré para cubrirme de la arena que proyectó en su aleteo, volví mi mirada hacia él y era un punto negro volando a gran velocidad y altura... luego lo perdí...

 Había muchas conclusiones que sacar. Ahora caminaba mirando mi sombra en la arena y si bien no levantaba la cabeza, sabía que iba en la dirección correcta a las frutas. Sentí aquella aventura que así consideraba, la de ir por alimentos, algo triste y angustioso... Me intenté ver desde el cielo y percibí que sería un punto insignificante en un paraje monótono bajo condiciones áridas... todo poco amigable  y poco atractivo...

 De frente a mis frutas, las encontré pequeñas y degradadas, en medio de un montecito minúsculo y raquítico donde un bicho  peludo y tan flaco como sus huesos se lo permitían, se alimentaba colmando las expectativas de cada noche y día, y desde donde el universo ya era tan desconocido que se compactaba inexistente.

 Roí la base de las ramas y las arrastré con fatiga. Llegué a la puerta de mi cueva, diminuto hoyo en la planicie de arena, e introduje las ramas con tanto desgano, que apenas sentí se frenaban al rozar con las paredes, las dejé en medio del pasillo y me fui, completamente a oscuras, a mi recámara.

"Montañas con bosques, cascadas y lagos..." Lo confesado por aquel extraño personaje había hecho mella en mí, y notaba que ya nada podría ser como antes... Sabía que desde ahora, cada mañana o noche en el desierto tendría un ingrediente de tristeza conmovedora, y la visión, aunque torpe y mediocre de lo que yo creía un bosque, tendría el poder de la tormenta, abrazándome e impulsándome hacia ella, hacia el sur.

 Pasado un buen rato, mi estómago exigía menos pensamiento y más acción, entonces completé el desplazamiento de las ramas con gran soltura y vigor sorprendentes, lo coloqué en el mejor lugar y con decisión opté por las frutas más pulposas. Era lo que el desierto tenía para ofrecerme, y era cuanto yo quería de él.

 Después de comer, salí de mi guarida y trepé al pequeño montículo que coronaba la entrada. Me senté allí pero mirando a sus espaldas, o sea, hacia el sur. Creí reconocer estrellas, otras tantas me resultaron asombrosamente nuevas, y en un juego sin sentido ni oportunidades de hacer visible algo, las contemplaba hasta juntarse con el horizonte casi que con el poder la intriga y la fuerza de la curiosidad, cortando el desierto y fijando mi vista en un paisaje imaginario de  piedras gigantes bañadas en plantas húmedas de rocío.

 

RV 2022


 

 

 

sábado, 15 de octubre de 2022

 

2022 - Merodeadores / Capítulo 4º: "El Delirio de Ágler"

 

 Desde que me desperté con aquellos terribles truenos  toda mi perspectiva de salir a la superficie en busca de alimentos se esfumó opacada por el tronar del cielo. Rápidamente el delicioso olor de la tierra mojada se introdujo por las galerías de mi cueva con sutileza y seducción, y cuando olfateaba con el hocico tan en alto cuanto mi cuello le permitía, se me hacía evidente al menos asomarme desde la puerta.

 No llovía cuando salí, apenas un furibundo chaparrón llegó a oscurecer la arena, y las nubes pesadamente bajas y azules corrían hacia el monte rastrillando la superficie del desierto con su sombra gigantesca.

 Tomé la decisión de ir precisamente hacia el monte, desde donde apreciaba el perfume de los frutos cálidos y bañados por la tormenta relampagueante que ya era un muro negro en el horizonte. Por algún motivo que me causa todavía asombro, no reparé en esconderme ni tomar las precauciones que siempre tomo al salir a campo abierto, pero creo que el instinto me protegió sabiamente y de esto doy fe puesto que fue de mis salidas menos conflictivas...

 Pero casi llegado al acantilado sentí extraños sonidos que me atrajeron misteriosamente, y no hice más que asomarme al borde del barranco, esta vez con mucha mesura.

 Un personaje latoso y de movimientos de curiosa flexibilidad, daba a entender que se articulaba casi por reflejo, y que su dirección era el capricho de cada impulso descontrolado. Lo observé y noté su interés en rodear los restos del idiota que aquella vez me golpeó y pereció en su caída. Los movimientos que hacía por más que parecían desarticulados obedecían a un propósito claro de acercamiento, y a pesar de lo accidentado del terreno, en dos o tres impulsos quedó a tan solo centímetros del cadáver. Su agilidad, o mejor dicho, eficacia de movimientos, me hizo mirar en rededor puesto que tampoco había hecho ruido alguno, y esto me sobresaltó temiendo hubiese otro igual cerca mío, en actitud amenazante, y con propósitos homicidas.

 Su tamaño era apenas menor al del muerto, y por un momento dudé si se tratase de alguien de su especie, pero mientras caminaba alrededor de aquel despojo oxidado, toda similitud se desvaneció como el agua que apenas dejaba manchones tenues sobre algunos sectores de la arena.

 Bajé lentamente por una ladera del acantilado, siempre agazapado y mirando en varios sentidos, hasta que le sentí hablar y el miedo entró en escena aunque creyera que lo tenía dominado.

-¿Quién es?

Como no miraba en ninguna dirección ni interrumpía su reconocimiento, dudé si se dirigía a mí. Luego alzó la grosera protuberancia que deduje fuese su cabeza e intuí hiciese foco en mí. Su voz gruesa y metálica me había impresionado más que nada, y si bien me detuve y quedé estático, mi cuerpo ya estaba apuntando en sentido contrario apuntando a mi refugio.

No le conozco, yace allí antes de que yo viniese. (Aquél comentario podía delatar objetivamente un punto donde estuviese asentado, por lo que inicié mi regreso con pasos cautelosos).

-Entiendo. -Respondió. Luego de un par de vueltas más alrededor del muerto, proyectó un disparo de luz y se colocó en tres o cuatro posiciones de observación distintas  repitiendo la acción.

-Lleva aquí poco más de cuatro meses, su identificación es "Sable 217F". Pereció al caer desde la punta del acantilado, debido al Delirio de Ágler.

¿Ágler?, le pregunté.

-Ágler Nóvotny, un cartógrafo excepcional que pereció luego de mapear un inmenso sector del desierto de Cook, de hecho se dice que un 15% fue hecho por él.

¿Un inmenso sector, un quince por ciento?, me pregunté. ¿Entonces lo restante a quién corresponde?

-Deambuló por el desierto durante casi veinte días en un estado de locura dantesco, y fue encontrado por un vehículo del correo que se encontraba en servicio. Se llegó a la conclusión que se intoxicó con algún fruto, o fue picado por alguna mosca de la locura. Entre sus pertenencias tenía abundante agua y alimentos, y había dejado de escribir en su diario muchos días antes, aunque las incoherencias se evidenciaban en las últimas páginas.

 Pensé en qué fruto sería, y si las moscas fuesen como las que  comúnmente espanto sin gana ni precaución cuando las saboreo. Todo era una intriga que me aterraba y angustiba, dejando al descubierto mi inocencia al desplazarme sobre este paraje tan árido ignorando todo tipo de amenaza.

¿Y cómo es ese fruto y esa mosca? (Fui derecho al grano, debía informarme lo antes posible porque aquél individuo ya comenzaba a perder interés en su objeto de estudio, y en sus confusos movimientos todo indicaba que se comenzaba a alejar.)

-El fruto posiblemente sea el Copérno, excesivamente duro para mi gusto. En cuanto al insecto, se trataría del Moscardón Corintio, pero no es de esta zona...

Mis frutos no son duros, y esa cosa voladora y picadora no es de aquí, pensé. "¡Entiendo!", repuse con tono baqueano y con el hocico en alto, como dándole a entender que era de aquí y conocía la zona y sus criaturas deambulantes.

-¡Cuídese! -Me gritó y comenzó su camino casi en dirección al montecito.

 Lo contemplé hasta que ya era un punto levitante en el horizonte, pero lo hice en movimiento, en dirección a mis soñadas frutas. Entonces sentí un trueno sórdido que parecía un puño gigante golpeando el desierto.

 Llegado al monte. opté por las ramas más verdes dentro de las maduras, roí su base y emprendí la vuelta a la cueva. Ni reparé en el acantilado y el cadáver momificado del imbécil que allí descansaba en postura sinuosa.

 Cuando introducía la rama en mi hogar, las primeras gotas, grandes y pesadas, comenzaron a estallar contra el suelo. Algunas me alcanzaron y fue como si me inyectaran frío...

 Permanecí en la galería con algunos frutos, luego de haber dejado la rama en la cámara más profunda. Desde allí, veía la lluvia y los relámpagos me enceguecían por segundos, y en este juego, cuando miraba las frutas parecían contener una fosforescencia mágica y eso me daba la impresión que me aportaban poderes especiales... o al menos eso me imaginaba mientras las comía.

 Luego la lluvia se volvió monótona y el viento se volvió demasiado frío como para permanecer allí, entonces volví al interior de la cueva, donde estaba mi rama recién traída.

 Al entrar en la cámara, me sorprendió lo oscuras que estaban las frutas, luego recordé no haber traído las más maduras: posiblemente al temor de que me intoxique con aquellas demasiado maduras, o dando por sentado que la lluvia duraría mucho y de allí no saldría por un tiempo, razón por la cual, las frutas madurarían poco a poco en su proceso natural de descomposición, como todas las cosas.

 

RV 2022