lunes, 17 de octubre de 2022

 

2022 - Merodeadores / Capítulo 5º: "Volar"

 

 Ni bien amainó la tormenta que durante tres días de intensas lluvias peinó el desierto, me decidí a descansar. Una vez retirada la cantidad de arena que obstruía la salida de mi cueva, permanecí con el  rostro y patas delanteras expuestas al sol, como si se tratase de dar señales de vida al astro y sin descuidar cualquier detalle que diese a entender que no fuesen las tormentas motivo de desgracia.

 Luego me moví con total soltura e inicié la primera parte de la limpieza que pretendía dejar libre la entrada para que corriese el aire y se secase el agua empantanada en uno de los tramos de la galería. Por lo demás, estaba todo en perfecto estado, aunque cabe señalar que en las paredes notaba cierta capa de arena, muy fina, pero arena al fin.

 Pero el sol empezaba a calentar con violencia y era a ojos vista un espectáculo el ver como evaporaba el agua y volvía a su color blanquecino las dunas inmensas y planicies donde oscuras piedras permanecían impávidas y más limpias que nunca. Entonces creí oportuno ir por mis frutas, antes de que la temperatura queme a cualquier criatura que ose desplazarse por la inmensidad desértica. Esto para mí era una oportunidad de moverme sin el temor de ser atacado ya que nadie se arriesgaría a salir de caza merodeando bajo un sol tan feroz, únicamente que tuviese bien definido su objetivo, y el mío era ir por frutos a escasas decenas de metros...

 Me moví con rapidez y en mi tranco ligero imaginaba los ramos de frutas opacados por el agua seca, y las perlas de agua entre ellos y donde no pegaba el sol reciamente. Fue entonces que divisé una extraña criatura surcando el cielo, tan extraña que en ningún momento tomé por ave rapaz, y en la rigidez de su postura al volar, mi hizo pensar en un objeto suspendido por alguna suerte de torbellino o viento fuerte. M e detuve. Lo vi quedar suspendido durante un minuto, y luego retornó hacia atrás y entonces vi, bastante más lejos, a un individuo de gran porte parado sobre la cresta de una duna. Me asustó el no haber captado su figura recortada contra el cielo, pero esto quedó de lado cuando me sorprendió ver que aquel objeto se posaba sobre su cabeza y así quedaban, estáticos cual tótem de piedra al rayo inescrupuloso del sol. 

 ¿Sería prudente salir corriendo, o quedarme me develaría el misterio sin perjuicios en mi contra? En eso, de forma absolutamente sorpresiva, aquella criatura desplegó frondosas alas y se elevó volando con gran velocidad, describió un arco que lo puso sobre mí a pocos metros de altura, ¡yo vacilaba hacia donde huir caminando sobre mis propios pasos y tan agazapado como me daban las articulaciones! El tipo se posó casi a mi lado, de forma completamente suave recogió las alas, aunque las mismas se despeinaban con el viento ya que tenía plumas muy largas y blandas en los extremos.

 Creí más que oportuno decir algo: "Buen día". Quedé inmóvil a la espera de cualquier cosa.

-Buen día, caballero patas cortas. -Esto estaba bien, era simpático en el mejor de los casos, pero ignorante: en mi especie somos pelo y pellejo, y en mi caso, particularmente flaco y de patas extremadamente largas, lo que me valió el mote de "El Jirafa" durante mi adolescencia.

Linda cosa volar... (Solté a modo de elogio).

-Linda cosa sí, pero el calor excesivo quita sustentación.

En eso, ¡se desprendió su cabeza y emitiendo un silbido muy bajo, se disparó a la altura como un rayo! ¿Aquel tipo ya no tenía cabeza, pero hablaba!

-Por momentos quisiera tener el coraje del famoso Pingusio para adentrarme quilómetros adentro del desierto y explorar más allá... ¿Qué sabe usted del valle sinuoso y oscuro que hay hacia la zona este?

¿Un valle oscuro en el horizonte? (Respondí atónito... para mí, al menos desde donde tenía visión, todo era una alfombra de arena con dunas caprichosas que se movían cada tanto.)

-Sí, o la espesura boscosa de las montañas al sur, que por momentos parecen tan cercanas...

¿Montañas con bosques? (No podía salir de mi asombro, y tampoco sabía si dudar de lo que me decía o tomarle en serio. ¿Acaso había esas cosas alrededor mío?)

-¡Ja ja, sí, amigo!  Pero claro, difícilmente pueda entender el mundo del que le hablo desde esa altura...

 En eso la extraña cacerola volante volvió y tomó el puesto de su cabeza. El tipo me dio la espalda y comenzó a mover las alas como para dispararse al firmamento, seguramente aquella cabeza voladora le hacía un reconocimiento del terreno al que él luego se aventuraría.

-En fin, creo que prosigo algún quilómetro más, todo aparenta tranquilo...

¡Espere! (Corrí y me puse delante de él. El personaje dejó de mover las lasa y quedó estático, posiblemente se haya asustado por mi reacción desmedida, ¡incluso a mí mismo me sorprendió!)

¿Hacia el sur hay montañas con bosques? (Pregunté casi con desesperación.)

-Amigo, no tiene más que ir en ese sentido que no puede toparse con ellas. Montañas boscosas con cascadas y lagos... hermoso y peligroso.

 El individuo volador se hizo a un costado, permaneció inmóvil y rígido por algunos segundos, y en tres violentos aleteos salió vertiginosamente disparado al cielo, tan rápido que, apenas me giré para cubrirme de la arena que proyectó en su aleteo, volví mi mirada hacia él y era un punto negro volando a gran velocidad y altura... luego lo perdí...

 Había muchas conclusiones que sacar. Ahora caminaba mirando mi sombra en la arena y si bien no levantaba la cabeza, sabía que iba en la dirección correcta a las frutas. Sentí aquella aventura que así consideraba, la de ir por alimentos, algo triste y angustioso... Me intenté ver desde el cielo y percibí que sería un punto insignificante en un paraje monótono bajo condiciones áridas... todo poco amigable  y poco atractivo...

 De frente a mis frutas, las encontré pequeñas y degradadas, en medio de un montecito minúsculo y raquítico donde un bicho  peludo y tan flaco como sus huesos se lo permitían, se alimentaba colmando las expectativas de cada noche y día, y desde donde el universo ya era tan desconocido que se compactaba inexistente.

 Roí la base de las ramas y las arrastré con fatiga. Llegué a la puerta de mi cueva, diminuto hoyo en la planicie de arena, e introduje las ramas con tanto desgano, que apenas sentí se frenaban al rozar con las paredes, las dejé en medio del pasillo y me fui, completamente a oscuras, a mi recámara.

"Montañas con bosques, cascadas y lagos..." Lo confesado por aquel extraño personaje había hecho mella en mí, y notaba que ya nada podría ser como antes... Sabía que desde ahora, cada mañana o noche en el desierto tendría un ingrediente de tristeza conmovedora, y la visión, aunque torpe y mediocre de lo que yo creía un bosque, tendría el poder de la tormenta, abrazándome e impulsándome hacia ella, hacia el sur.

 Pasado un buen rato, mi estómago exigía menos pensamiento y más acción, entonces completé el desplazamiento de las ramas con gran soltura y vigor sorprendentes, lo coloqué en el mejor lugar y con decisión opté por las frutas más pulposas. Era lo que el desierto tenía para ofrecerme, y era cuanto yo quería de él.

 Después de comer, salí de mi guarida y trepé al pequeño montículo que coronaba la entrada. Me senté allí pero mirando a sus espaldas, o sea, hacia el sur. Creí reconocer estrellas, otras tantas me resultaron asombrosamente nuevas, y en un juego sin sentido ni oportunidades de hacer visible algo, las contemplaba hasta juntarse con el horizonte casi que con el poder la intriga y la fuerza de la curiosidad, cortando el desierto y fijando mi vista en un paisaje imaginario de  piedras gigantes bañadas en plantas húmedas de rocío.

 

RV 2022


 

 

 

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