jueves, 26 de abril de 2012

La cena en el jardín
 Como era extranjero, jugaba un poco con mi talento de rufián, como en la fábrica de hielo "Topek", donde carbonicé abundante tiempo de mi vida.
 En su jardín, Doña Gruck se mostraba más amable que nunca, y hasta deposité parte de mi "admiración para los viajes" en sus pelos anaranjados que le chorreaban de la cabeza como gotas de cebo, como hojas de gomero... ¡era demoníaca!
 Su cara de "bebé-bomba" y su blusa blanca con lunares verdes me hacía, por momentos, soñarla ahogada en la fuente de mi patio, desnuda, boca abajo toscamente levitante en el agua turbia, proyectando su sombra en el fondo del estanque cubierto de piedras y musgo.
 Le hablé de mi padre y su reciente pérdida durante el último bombardeo y pareció tener un gesto de misericordia como lanzado al espacio entre las bocanadas de humo del asado que preparaba; como en mil lugares alguna vez alguien dijo algo similar y otro asintió ejecutando una acción por el estilo.
 Me atoré con el agua y ella hizo una pequeña arcada, como si le hubiese afectado mi ridícula contracción muscular.
 Bebimos agua largo rato. Agua sin gas.
 Los dos patos estaban a punto y me imaginé desde sus ópticas cómo se vería aquella gorda infernal, criatura global de movimientos lentos y precisos: "los mismos que nos descuartizaron como cristales y depositaron en el lecho de fuego", los mismos que escondieron en la caja de cartón violeta, entre las antiguas servilletas, los retaratos mohosos de los abuelos en amacas de anclas, ¡los mismos que sujetaron su cabeza dejando escapar macabras ideas, perversas sensaciones de un poder lubricante, zambullidas fulminantes entre deseos tan aburridos como obstinados!
 Fui al baño. En el botiquín encontré, a manera de empapelado, los planos originales del helicóptero de mi tío, sus bocetos originales, con todas sus absurdas pretensiones a lápiz. Allí estaban sus planos.
 Cenamos lentamente. Repentinamente oscureció y Doña Gruck se llevaba un trozo de pato a la boca y yo lo bendecía al partir en aquel viaje por entre las galerías orgánicas  de la ballena, las altas temperaturas, los motines no resueltos asechando a cada codo de sus vísceras, a cada soberbio depósito mecánico de su tosca estructura.
 ¡Su rostro no era el mismo, no, ya no lo era! Al menos su expresión no la recuerdo desde que entré al baño, donde descansa una de las más grandes estupideces de mi tío.
 Cenamos lentamente.
 Su rostro no era concretamente el mismo. No, sus facciones eran claramente otras y me asustaba mirarla sin pensar que notase algo extraño, que sospechase de mi exploración en el baño, el hallazgo de los planos, los eternos frascos conteniendo los misterios de su laboratorio... que hubiese descubierto en la mirada de los títeres de papel maché las cotidianas y enfermas costumbres que los confinaron con tal mal gusto a decorar la banderola del baño, cubiertos de polvo. ¡Pero no podía hacer como si nada!
 Ella estaba nerviosa y sudaba. Entre el botón y el ojal de su blusa un lamparón húmedo parecía ganarle poco a poco la prenda, luego se desvanecía. Me hizo acordar al óxido que entonaba el papel atrapado con chinches al fondo del pequeño mueble sobre la pileta. Hice un esfuerzo por recobrar la calma y decidí huir, luego vendría por los planos.
 -¿No te gustó el pato, nene?
-Soberbio... (respondí).
 Me miró taciturna y su enorme masa se alzó con el plato perfectamente vacío y limpio.
-Dejá que yo lavo. -Aseveró mientras depositaba delicadamente el plato en la pileta.

RV 2002.


martes, 24 de abril de 2012


¡Despertad!
¡Despertad! ¡Volved del letargo torpe y acuñador! ¡Sentid en punzantes latidos el llamado de los Dioses que en tormentas de barro y piedras intentan combatir! ¡Es la hora! ¡Cetáceos ponzoñosos se contorsionan de ira y escupen lava sobre los mortales! ¡Los Dioses te rescatan de la tumba arcillosa que creías tu morada! ¡No hay tiempo para empañar espejos con el húmedo aliento nostálgico de los humildes! ¡Hay que combatir a los escorpiones delatores que pronostican el caos! ¡Quien más, quien menos, en sus manos tuvo una carta con testimonios enloquecedores! ¡Un pasaje al abismo codicioso, el señuelo de los débiles y un tesoro en la orilla para piratas naufragados! ¿Sabéis qué dijo a los tiburones el último marinero?

"Tengo en las venas la travesía de todos los barcos
y es mi cuerpo un mapa,
puedo sentir en la sal de los mares las lágrimas de los afondados,
y ver en cada gaviota una salva!

¡Está la tempestad de mi lado
y de oponerse a mi destino,
solo hará más fuerte mi deseo
de llegar donde inicia el camino!

¡Monstruos vetustos, maravillosas máquinas,
flechas acuáticas bajo tenues sargazos:
abridse a mi paso, no opongan sentencia,
soy el espíritu que filtra en la tormenta,
entre nubes de agua y astillas de navíos,
como las inmensas fauces de la ballena,
el llanto de los ahogados y aturdidos!

¡Hay quienes temen encontrar en un reflejo, en una limosna de luz o en el chirriar de gastadas chumaceras, -como si fuesen coordenadas de un accidentado camino-, los testigos que golpean vuestras puertas implorando el regreso al abismo! ¡Despertad! ¡No por casualidad se encuentran los ríos, ni son capricho las cascadas! ¿Cómo saber hasta qué punto estas huellas son mías, o son las cicatrices de testigos? ¡Cuando estéis frente a las carcasas de las bestias poderosas que sucumbieron al eclipse, cuando encontréis en sus escamas el reflejo de los hundidos, entonces de la pesadilla os habréis diluido, y la hora del combate será propicia! ¡Despertad del sueño derretido por semejanzas cotidianas! ¡Hay manera de cortar la flor y no lastimar la planta, pero para sabernos con autoridad y destreza, para ello, es necesario empuñar la espada! ¿Os confieso el último deseo del Rey acosado en su castillo?

¡Medanos, pantanos y sombrías dunas,
colinas desmembradas y valles empinados:
cercad a los enemigos de oscuras dudas,
si se encuentran juntos o diseminados!

¡Volved la noche agreste
en día resplandecido,
hundid la sombra ecuestre
del caballero enfurecido!

¡A la suerte mi gente se a echado,
de muerte no habrán más testigos,
cuando el minuto sea señalado,
y la noche empuje los postigos!

¡Ríos, arroyos, mares y estuarios:
flagelad las costas y el dique,
que sientan los invasores sanguinarios,
como se arrastra su flota a pique!

¡El desierto susurra chocando la arena contra la arena, pidiendo ocultar nuestro árido rostro de temor ante la virulenta arremetida de las libélulas de la confusión! ¡Despertad, mil veces despertad! ¡Y si por descuido el demoledor sueño os aplasta contra el empedrado, no reparéis si el suelo es tumba, lecho o castigo, pensad en el marinero, en el Rey o en un naufragado: corred con la palma de la mano la escabrosa superficie, y señalad, cual inquieto y curioso cartógrafo, dónde está el punto donde os encontráis, o habéis llegado!

RV 2009.