viernes, 10 de junio de 2022

 

2022 - Merodeadores / Capítulo 2º: "La caída"

 Al zumbido espantoso que me compactaba la cabeza, un punzante dolor del lado derecho de las costillas me congelaba obstaculizando la respiración. En aquella postura tan incómoda, el frío distraía mis nervios adormeciéndome casi por completo, pero la necesidad de aspirar aire, desparramaba nuevamente el dolor por mi cuerpo.

 Estaba consciente, y sin darme cuenta, mis patas ya estaba en una postura natural, lo que me alegró de forma sorpresiva. Ahora respiraba con un dolor intermitente, y llenaba los pulmones con tanta lentitud que me resultaba maravilloso el jactarme que ese ejercicio lo hacía de manera mecánica y constante sin reparar por un segundo en él.

 Decidí no moverme, porque los dolores podían aflorar al menor instante. El no articular el cuerpo, me impedía cerciorarme de que realmente estuviese bien, y mi estática posición fuese la manera de engañar una lesión. ¡Pero había cambiado de posición las patas, y esto no había sido motivo de dolor ni queja alguna!  Decidí incorporarme. Apareció el dolor en las costillas, pero solo eso, entonces poco a poco quedé parado aunque con cierta flexión en las piernas, y al dolor de las costillas que obstinadamente me atormentaba, lo acomodé con una suerte de engaño donde retenía el aire cuando articulaba la pata delantera derecha.

 Así retomé el camino a mi guarida, furioso de dolor y angustiado por la confusión...

Entonces, al igual que las puntadas que me hicieron temblar de dolor, apareció la respuesta, y como en una caída de fichas de dominó, quién me la provocó, cómo y cuándo.  

 Pues estaba allí, a pocos metros de mí pero los suficientes como para escapar corriendo, el tema era que con aquella herida de la que no tenía idea de su magnitud, ignoraba si me quedaría en el intento, atrayéndole nuevamente a atacarme para entonces rematarme.

 Opte por la quietud, además estaba bien escondido entre piedras tan irregulares, que podía meterme entre ellas y tener así, por lo menos, una posibilidad de prolongar mi vida.

 Quien me había hecho aquella brutal herida, fue una criatura aberrante y desagradable que rotaba sobre su propio eje apuntando arbitrariamente a objetivos imaginarios en su alrededor. Era rápido, aunque torpe, con balanceos abruptos del cuerpo generados por el impulso exagerado que hacía al moverse y cambiar de flanco.

 En más de una ocasión había apuntado hacia mí, pero sabiendo de lo absurdo de su criterio para enfocarse en algo, simplemente permanecí quieto, contemplándole, con más odio que miedo.

 Él continuo moviéndose y avanzando sin sentido, siempre de igual manera, y cada tanto, tiraba brutales patadas al vacío que lo desestabilizaban tanto que queda a punto de caer...

 La curiosidad y el quedarme quieto hacían soportable el dolor, y si bien en más de un cambio de postura comprobé que estaba mucho mejor de lo que creía, era necesario entender la lógica de aquel individuo deplorable que me había agredido sin que yo me diese cuenta siquiera de su amenaza cuando silenciosamente se me acercó. Pues sí, rápido, torpe y silencioso: una fatal combinación que me ubicó en la demencial carrera de una de sus patadas y que me sorprendió dejándome inconsciente del golpe.

 El frío era cruel, pero aliviaba la contusión y me mantenía alerta. Él continuaba con su danza demoníaca, en completo silencio y escalofriante esfuerzo. En uno de sus brutales puntapié, rozó una piedra que igual movió por la potencia del mismo, y así y todo continuó como si nada, como si aquello para él no hubiese existido.

 Ya estaba lejos, yo ya podía moverme y escapar sin que él se diese cuenta, pero al verle aproximarse a una ladera alta donde un violento accidente rompía la planicie del desierto con un precipicio de más de veinte metros, decidí seguirle en la penumbra de la noche poco iluminada, ansioso de verle caer desde allí sobre las piedras que tapizaban el lecho de aquella depresión.

 No me defraudó, y luego de un rato pataleó en el borde del acantilado: yo reía en silencio al verle escapar de una caída mortal al cambiar inexplicablemente de sentido, alejarse del peor destino, y encaminarse nuevamente hacia la nada. Y llegó el momento, más temprano que tarde, en que tiró una patada a modo de latigazo, tomó de lleno a una roca, esto lo torció con tanta fuerza que emprendió una carrera hacia el lado opuesto del golpe, intentando desesperadamente retomar el equilibrio, pero cuando ya casi lo había logrado, se le terminó el desierto y calló al vacío.

 Yo me mantuve absolutamente expectante al desenlace que tendría una maravillosa confirmación con el sordo golpe de su cuerpo contra las piedras... ¡práp!, así ocurrió.

 Corrí con dureza y el dolor me volvió a mi penosa realidad, pero gané el borde del acantilado con rapidez. Desde allí arriba le divisé con claridad, y noté en su confusa postura las incongruencias caprichosas de un terrible impacto contra las piedras, una quietud de tela y el tamaño insignificante de cualquier criatura inmersa en el desierto.

 Lo observé un largo rato, tomando mis recaudos siempre en mirar enredador, por si no me llegara a agarrar distraído otro de estos engendros delirantes. El camino a mi guarida estaba algo alejado de donde estaba el cuerpo inerte de mi agresor, y más allá de que daba por finalizada la caza frustrada y accidentada de aquella noche y me dirigiría sin demoras a mi hogar, opté por inspeccionarlo más de cerca, confirmar su deceso y calmar mi sed de venganza.

 Destruido, completamente destrozado y asombrosamente desconocido debido a la caída. Lo observé otro largo rato, pero esta vez desde diferentes ángulos y siempre a distancia prudencial, y en este ejercicio de apreciación llegué a su lado. Allí estuve aún más rato que el sumado por todas mis instancias anteriores de vigilancia. El aire no corría y la sólida postura de su cuerpo, estampada a las piedras, hacían tan falsa la escena como la de un pesebre.

 Localicé la angustia que me aquejaba, y era mi deseo de orinar y el temor de que me duela el hacerlo. Pero era necesario dejar ese lastre y lo hice sobre los restos de aquel bruto que por poco me había matado con sus coreografías de imbécil subnormal. En el placer de evacuar y no sentir dolor alguno, mi esmero por rociarle de la forma más completa fue una tarea de gran empeño.

 Volvía a mi hoyo entre mis fieles guardianes de piedra y no encontré mejor idea que orinarle todos las noches, o cuando por allí me encontrase; un poco para recordar aquel momento siniestro con final feliz, otro por marcar mi zona de caza a otros depredadores que ocasionalmente se adentrasen en él, como señal del destino fatal que les esperaría de cruzarse en mi camino.

 

RV 2022