lunes, 13 de mayo de 2019


Los viajes de Pingusio, Capítulo #08: "Metamorfosis"

 Una vez disminuida la cota, alcanzó Pingusio a reconocer aquella extraña silueta que se recortaba oscura y nítida  contra el fondo claro del desierto. Se trataba de una ave, una ave enorme y que se trasladaba caminando. A medida que su acercamiento ponía en evidencia detalles, también descubrió que la naturaleza de aquel individuo estaba enormemente emparentada con la de él, se trataba de un pájaro de metal.
 Por un momento se contuvo a unos cincuenta metros de distancia, volando a sus flancos y sin movimientos bruscos que pudiesen alterar la parsimonia de aquel pesado viajero. Estando a tan poca distancia, comprendió que difícilmente aquel bicharraco alzase vuelo, y que aquellas alas plegadas que parecían el casco de un barco, eran, si por alguno de los casos, un decorado o cubiertas protectoras, nada más.
 Transcurrida más de una hora, Pingusio disminuyó la distancia y se acercó a tal punto que comenzó a rozar con sus alas el extremo de las del inmenso pájaro, replegadas y en popa. Entonces se posó. Permaneció allí expectante, en la punta extrema del ave, por si en algún repentino ataque arremetiera contra él, y desde allí, impulsándose hacia atrás, evitar la embestida. Caminó por el enorme fuselaje de aquella bestia metálica, y se mantuvo a un costado de su cabeza. Siempre en alerta máxima, Pingusio se percató de que sentía algo que podría corresponderse con lo que se definía como "miedo". Lo grabó en su memoria.
 El enorme animal, a un tranco de enormes zancadas  relativamente lentas, avanzaba por el desierto dejando atrás todo tipo de curiosidades que hubiesen sido motivo de distracción para Pingusio.
 -Hola. -Dijo secamente Pingusio. No hubo respuesta. No se desmotivó, porque en varias ocasiones le sucedió encontrar personajes que entablaban conversaciones después de un largo y persistente estímulo.
-Me llamo Pingusio y soy de metal... como usted. -Hasta aquí, lo más atinado que podía ofrecer Pingusio, después de estas aseveraciones, sólo podía adentrarse en preguntas y ya sería más difícil obtener una respuesta, pues no dejaban de ser extraños que no habían intercambiado una palabra.
-Me pregunto si...
-La temperatura ha aumentado y el riesgo de incendio se vuelve probable. Ya activé el sistema de enfriamiento, ya está fuera de peligro cualquier sistema y su funcionamiento sin alerta. -Fueron las palabras que dejó escapar el armatoste metálico. No se le había movido el pico y la voz parecía surgir desde los costados, como si se emitiesen desde los ojos, entendió Pingusio. Ahora no sabía que decir, pero cuando elaboró una respuesta, el pajarraco continuó hablando.
-Aldeas como la de Euskoquímbo son muy comunes por estas latitudes, no así el calor formidable que envuelve el paraje.
-Este calor es excesivo. -Argumentó Pingusio. Pasados unos largos minutos, la bestia de hierro respondió "sí".
-Sí. -Dejó escapar nuevamente. Pingusio se acercó más a su cuello y se entusiasmó con un fluido diálogo.
-Yo tengo un sistema bastante simple, por no decir rudimentario, que detecta recalentamientos en cualquiera de mis sistemas y automáticamente los refrigera o, en el peor de los casos, detiene.
-Sí.
-¿Usted se...
-Sí. -La interrupción confundió a Pingusio y optó por continuar el diálogo por otro lado. Pero no pasaron segundos que el pajarraco nuevamente afirmó con igual tono: "sí".
 Pingusio dudó, pero las dudas se disiparon cuando aquel personaje comenzó a hablar nuevamente.
-Sí, casi en la intersección del bastidor, desde el extremo Este a unos 244 kilómetros. Se acentúa la pigmentación oscura en la arena y son más esporádicos los arbustos de Marva. -Continuó el viajero.
 A este punto, a Pingusio le fue fácil entender que no le escuchaba, y que entablaba una conversación con otro individuo que no era él. Opto por la observación y deambuló por sobre el armatoste que continuaba con su tranco de topadora impotente. Sobre su cabeza, a una temperatura por demás elevada, Pingusio escribió su nombre con el pico que accionó como una fresa de trazos perfectos: "PINGUSIO". Luego bajó al cuerpo y caminó hasta la popa. El enorme pajarraco dejó escapar más "sí", con algún dato más, pero para Pingusio eran absolutamente desestimables. Observó el paisaje desde esa ubicación y le pareció una experiencia fabulosa el avanzar tan rápido pero en sentido opuesto, no viendo aquello a lo que se acercaba, sino descubriendo lo que dejaba atrás. Pensó en los viajes que algunos individuos hacían bajo iguales circunstancias, y los encontró sorprendentemente divertidos, todo lo opuesto a lo que hasta el momento había experimentado.
 Su impulso le obligaba a apreciar el paisaje viendo siempre lo que sería motivo de acercamiento, y el foco en los detalles, lo pondría en motivos de atención que durante un lapsus de tiempo le sedujera, una vez más cerca, y desde un ángulo diferente a cuando le descubrió. De este modo, viajando de espaldas, veía lo que difícilmente hubiese visto volando de forma progresiva como lo hacía siempre, y se perdería detalles también que esa inclinación le otorgaran.
 Así estuvo un buen rato, feliz y apasionado con cada descubrimiento, por más que se le volvía triste el paisaje al alejarse de él. Comenzaba a oscurecer, y Pingusio decidió emprender el vuelo, buscar una piedra alta, y posarse sobre ella para reposar como hacía en cada jornada de vuelo.
 ¡Entonces sobrevino el susto, la sorpresa y el desconcierto! Cuando Pingusio se volteó para emprender el vuelo, se encontró con una escena sorprendentemente aterradora: el pajarraco de hierro había girado la cabeza noventa grados, y había quedado con su ojo apuntándole directamente. A esto se sumaba que abrió espantosamente el pico y lo apuntó hacia el cielo, de forma tan forzada que se desfiguraba completamente y ya no parecía ni por asomo lo que era al encontrarlo... y darle la espalda. Pingusio saltó hacia un costado y no voló a lo largo del cuerpo de aquella enorme ave misteriosa, pero en su vuelo a la misma altura, observó que desde el cuello, donde un enorme anillo hacía de junta de la cabeza con el cuerpo, brotaba un líquido viscoso que parecía aceite, y que pudo identificar entre las huellas del monstruo al observar el terreno desde popa.
 Se alejó desde estribor y lo dejó a lo lejos. Ahora su cabeza parecía una línea coronada por un pincho, la maxila superior puesta perpendicular al suelo. El susto lo acompañó hasta que se posó sobre una piedra no muy alta, y a la que se aferró con cierta torpeza que le obligó a acomodarse en más de una ocasión. Todo había sido repentino y no salía de su pasmoso asombro...
 Pingusio se estremecía de miedo pensando en aquella postura aberrante del armatoste metálico, toda su proyección en el tiempo, el silencio o sonido casi imperceptibles que acompañaron la transformación siniestra. Y lo peor de todo, siempre Pingusio de espaldas, ajeno completamente a la metamorfosis del gigante metálico, sin sospechar nada ni sentir nada...
 Ahora Pingusio se acomodaba sobre la piedra, no lograba aferrarse del todo a la base, el temor lo hacía temer sobre qué estaba apoyado, y también, porque no podía sospecharlo ni quería saberlo, cual había sido el motivo de aquella postura tan dramática que le acompañaría como una de sus peores pesadillas.

RV 2019