sábado, 15 de octubre de 2022

 

2022 - Merodeadores / Capítulo 4º: "El Delirio de Ágler"

 

 Desde que me desperté con aquellos terribles truenos  toda mi perspectiva de salir a la superficie en busca de alimentos se esfumó opacada por el tronar del cielo. Rápidamente el delicioso olor de la tierra mojada se introdujo por las galerías de mi cueva con sutileza y seducción, y cuando olfateaba con el hocico tan en alto cuanto mi cuello le permitía, se me hacía evidente al menos asomarme desde la puerta.

 No llovía cuando salí, apenas un furibundo chaparrón llegó a oscurecer la arena, y las nubes pesadamente bajas y azules corrían hacia el monte rastrillando la superficie del desierto con su sombra gigantesca.

 Tomé la decisión de ir precisamente hacia el monte, desde donde apreciaba el perfume de los frutos cálidos y bañados por la tormenta relampagueante que ya era un muro negro en el horizonte. Por algún motivo que me causa todavía asombro, no reparé en esconderme ni tomar las precauciones que siempre tomo al salir a campo abierto, pero creo que el instinto me protegió sabiamente y de esto doy fe puesto que fue de mis salidas menos conflictivas...

 Pero casi llegado al acantilado sentí extraños sonidos que me atrajeron misteriosamente, y no hice más que asomarme al borde del barranco, esta vez con mucha mesura.

 Un personaje latoso y de movimientos de curiosa flexibilidad, daba a entender que se articulaba casi por reflejo, y que su dirección era el capricho de cada impulso descontrolado. Lo observé y noté su interés en rodear los restos del idiota que aquella vez me golpeó y pereció en su caída. Los movimientos que hacía por más que parecían desarticulados obedecían a un propósito claro de acercamiento, y a pesar de lo accidentado del terreno, en dos o tres impulsos quedó a tan solo centímetros del cadáver. Su agilidad, o mejor dicho, eficacia de movimientos, me hizo mirar en rededor puesto que tampoco había hecho ruido alguno, y esto me sobresaltó temiendo hubiese otro igual cerca mío, en actitud amenazante, y con propósitos homicidas.

 Su tamaño era apenas menor al del muerto, y por un momento dudé si se tratase de alguien de su especie, pero mientras caminaba alrededor de aquel despojo oxidado, toda similitud se desvaneció como el agua que apenas dejaba manchones tenues sobre algunos sectores de la arena.

 Bajé lentamente por una ladera del acantilado, siempre agazapado y mirando en varios sentidos, hasta que le sentí hablar y el miedo entró en escena aunque creyera que lo tenía dominado.

-¿Quién es?

Como no miraba en ninguna dirección ni interrumpía su reconocimiento, dudé si se dirigía a mí. Luego alzó la grosera protuberancia que deduje fuese su cabeza e intuí hiciese foco en mí. Su voz gruesa y metálica me había impresionado más que nada, y si bien me detuve y quedé estático, mi cuerpo ya estaba apuntando en sentido contrario apuntando a mi refugio.

No le conozco, yace allí antes de que yo viniese. (Aquél comentario podía delatar objetivamente un punto donde estuviese asentado, por lo que inicié mi regreso con pasos cautelosos).

-Entiendo. -Respondió. Luego de un par de vueltas más alrededor del muerto, proyectó un disparo de luz y se colocó en tres o cuatro posiciones de observación distintas  repitiendo la acción.

-Lleva aquí poco más de cuatro meses, su identificación es "Sable 217F". Pereció al caer desde la punta del acantilado, debido al Delirio de Ágler.

¿Ágler?, le pregunté.

-Ágler Nóvotny, un cartógrafo excepcional que pereció luego de mapear un inmenso sector del desierto de Cook, de hecho se dice que un 15% fue hecho por él.

¿Un inmenso sector, un quince por ciento?, me pregunté. ¿Entonces lo restante a quién corresponde?

-Deambuló por el desierto durante casi veinte días en un estado de locura dantesco, y fue encontrado por un vehículo del correo que se encontraba en servicio. Se llegó a la conclusión que se intoxicó con algún fruto, o fue picado por alguna mosca de la locura. Entre sus pertenencias tenía abundante agua y alimentos, y había dejado de escribir en su diario muchos días antes, aunque las incoherencias se evidenciaban en las últimas páginas.

 Pensé en qué fruto sería, y si las moscas fuesen como las que  comúnmente espanto sin gana ni precaución cuando las saboreo. Todo era una intriga que me aterraba y angustiba, dejando al descubierto mi inocencia al desplazarme sobre este paraje tan árido ignorando todo tipo de amenaza.

¿Y cómo es ese fruto y esa mosca? (Fui derecho al grano, debía informarme lo antes posible porque aquél individuo ya comenzaba a perder interés en su objeto de estudio, y en sus confusos movimientos todo indicaba que se comenzaba a alejar.)

-El fruto posiblemente sea el Copérno, excesivamente duro para mi gusto. En cuanto al insecto, se trataría del Moscardón Corintio, pero no es de esta zona...

Mis frutos no son duros, y esa cosa voladora y picadora no es de aquí, pensé. "¡Entiendo!", repuse con tono baqueano y con el hocico en alto, como dándole a entender que era de aquí y conocía la zona y sus criaturas deambulantes.

-¡Cuídese! -Me gritó y comenzó su camino casi en dirección al montecito.

 Lo contemplé hasta que ya era un punto levitante en el horizonte, pero lo hice en movimiento, en dirección a mis soñadas frutas. Entonces sentí un trueno sórdido que parecía un puño gigante golpeando el desierto.

 Llegado al monte. opté por las ramas más verdes dentro de las maduras, roí su base y emprendí la vuelta a la cueva. Ni reparé en el acantilado y el cadáver momificado del imbécil que allí descansaba en postura sinuosa.

 Cuando introducía la rama en mi hogar, las primeras gotas, grandes y pesadas, comenzaron a estallar contra el suelo. Algunas me alcanzaron y fue como si me inyectaran frío...

 Permanecí en la galería con algunos frutos, luego de haber dejado la rama en la cámara más profunda. Desde allí, veía la lluvia y los relámpagos me enceguecían por segundos, y en este juego, cuando miraba las frutas parecían contener una fosforescencia mágica y eso me daba la impresión que me aportaban poderes especiales... o al menos eso me imaginaba mientras las comía.

 Luego la lluvia se volvió monótona y el viento se volvió demasiado frío como para permanecer allí, entonces volví al interior de la cueva, donde estaba mi rama recién traída.

 Al entrar en la cámara, me sorprendió lo oscuras que estaban las frutas, luego recordé no haber traído las más maduras: posiblemente al temor de que me intoxique con aquellas demasiado maduras, o dando por sentado que la lluvia duraría mucho y de allí no saldría por un tiempo, razón por la cual, las frutas madurarían poco a poco en su proceso natural de descomposición, como todas las cosas.

 

RV 2022 

 


No hay comentarios:

Publicar un comentario