domingo, 7 de febrero de 2016


Retractos # 11: “Manuel, amigo de Géminis”

 Una vez presentado el presupuesto al municipio de Bourart, sección Obras, una vez introducido el voluminoso expediente dentro del armario y pasadas las llaves ocultando el llamativo color amarillo de sus tapas, el arquitecto permaneció de pie, como una guardia de honor y tapando el mueble de lata.
¿En qué bolsillo guardó las llaves? Sus manos descansan en ellos, y una, imperceptibles las protuberancias a través de la tela, contiene las piezas metálicas de excesivo brillo.
 -No estoy en condiciones de anticipar nada, pero podría decirse que el tele esférico   deberá elogiar a la ciudad, su estructura tendrá gracia con la planta urbana de sus inmediaciones, especialmente con la histórica Plaza Calabozo, pero será un guiño al transeúnte que la descubra, para que se suba y lo lleve hasta la gran Catedral Dálmata.
  Fueron palabras agrias, dentro del favorable panorama que se planteaba frente al delegado de la empresa constructora, sin embargo ese “deberá”, dicho por el arquitecto, auguraba una actividad segura.
 ¿Sería cuestión de tiempo? Las especulaciones y decisiones municipales siempre fueron un secreto inexpugnable, que supo darle humildad a sus representantes, contundencia a sus obras y desapercibido cuestionamiento a sus presupuestos.
 Manuel Delage, el arquitecto de la intendencia, quien poseía cierta adversidad a los ingenieros, presentó el proyecto 0334 en el despacho del jefe de obras y posteriormente, junta a él, se internaron en la oficina del Intendente, quien se encontraba abrumado de expedientes sobre sus mesas de trabajo.
-¿Ahora me vienen con esto? –Les habló con repudio.
-La licitación cierra pasado mañana y hasta el momento son dos las empresas que se presentaron. –Le objetó el arquitecto, sin hacer caso al tono violento del jerarca.
 El Intendente, se alejó hacia la mesa que aún conservaba un espacio libre, y que estaba alejada del ingreso a la inmensa sala, y donde el sol marcaba un fuerte rectángulo de luz en la alfombra opaca. Durante el trayecto, se movió con lentitud, y no dejó de frotarse la frente con una de sus manos; la cabeza hacia abajo.
-Qué cagada. –Dijo el Intendente, apenas se volteó a sus subordinados que le habían seguido a distancia.
-Qué fortuna, -acotó el arquitecto, -de este modo la elección será más simple desde todo punto de vista. Será fácil justificar una decisión y más aceptable la frustración para el perdedor.
-¿Qué saben de las propuestas?
-La empresa Géminis es la que mejor se adecua a nuestras exigencias. El precio es similar, y los tiempos parecen mucho más elásticos… osea, razonables.
-¿Cuál es la otra empresa?
-Cuming S.A., la del ingeniero Tancrerman.
-Suficiente, dale la obra a Géminis… ¿Le parece correcto? –Agregó el Intendente hacia el ingeniero jefe de obra, Sánchez Blanco.
-No hay problema. Acotó inexpresivo.
 La carpeta amarilla, gorda y geométrica quedó sobre el escritorio del jerarca municipal, sin embargo esto fue algo que el mismo intendente denostó cuando los dos hombres se retiraban del despacho.
-¿Y esto queda acá? ¿Qué creen que voy a hacer con esta cosa entre medio del papelerío que tengo por ver todavía?
 El arquitecto en una corrida lo retiró de la mesada y por mientras el intendente decía con voz fuerte: “¡fuera, fuera!”.
 Pero pasada una media hora, no se hizo esperar un llamado desde el despacho del intendente. Exigía la presencia inmediata del arquitecto, no así del jefe de obras.
-Manuel, usted está al tanto de esto. –Le presentó un periódico doblado, donde ganaba el título toda la atención: “Encuentran sin vida al sospechoso del doble atraco al camión de transporte de valores”. Pues sí, fueron dos los camiones, por más que el titulo llame a confusión. En los dos, se transportaba dinero que supuestamente pertenecía a la recaudación de Trans-Line Group, empresa que explotaba los traslados en tele esférico.
-Le aseguro que allí no había un centésimo, esos camiones no llevaban nada, y ese supuesto atracador y su banda, tenían coordenadas falsas, trasmitidas adrede para que los asaltara. –Dijo el jefe, limpiando con una servilleta sus pantalones. Se veía una gran mancha de café sobre el escritorio, entre el desparramo de papeles. El arquitecto permaneció estupefacto, sin dejar de observar el diario que sostenía a veinte centímetros de la cara.
-Llame a ese Douglas, el de la empresa que ganó la licitación y dígale que hasta nuevo aviso, la Intendencia no dará los resultados. Es más, publíquelo en nuestra página, para que se enteren todos.
-Pero, señor… -tartamudeó Manuel, además de utilizar “señor”, algo que llamó poderosamente la atención de su jefe, -usted, no crea que algo tiene que ver con la empresa constructora…
-¿Qué empresa constructora?
-La licitación, no puede demorarse más, dar el resultado no tiene incidencia alguna…
-Escuche, Manuel: la Trans-Line es trucha, la licitación es trucha, y su amigo de la Génesis, es trucho al igual que su empresa…
-Pero no…
-¡Basta! Vienen del tribunal de investigaciones a revisar la documentación de la movida del puto tele esférico… Nos acusan de no cobrar a la Trans-Line el porcentaje de recaudación correspondiente al municipio. Falta dinero en la caja, y sabemos donde está.
-Escuche, el robo a los camiones se quedó con el porcentaje de la explotación de la concesión, es solo cuestión de dar un plazo a la empresa para que se recupere y pague…
-¿Está loco? ¿Quién va a creer algo así? El dinero faltante se fue y no es comparable al que debe la Trans-Line al municipio…
-¡Igualmente es lo que usted va a decir! –El intendente permaneció mirando al arquitecto con ojos de fuego. Seguro, de tenerlo a mano cuando le gritó así, lo hubiese golpeado con el mismo puño que apretaba la servilleta húmeda de café.
-Pedazo de imbécil… -Atino a decir entre los dientes apretados, mientras poco a poco se incorporaba del asiento.
-Usted dirá eso porque es lo único que se puede decir, y será lo que mejor salga, porque de la Génesis nos van a matar, siempre y cuando no marchemos presos por la defraudación.
 No había palabras que pudiesen salir del intendente. Permaneció así, como si tuviese las mandíbulas hechas de acero y le fuese imposible moverlas. Tenso, apoyada una mano en el respaldo del sillón, se mantuvo hamacando levemente la mano donde oprimía el pañuelo mugriento.
-Antes de que esos perros no agarren yo a vos te estrangulo.
-Antes que nada demore la entrada de la comisión, y no diga palabra alguna sobre la licitación.
 Manuel se fue y lo dejó en el fondo de la sala, donde parecía que las ventanas, por donde la luz entraba como fogonazo, eran el abismo mismo por el que se precipitaría.
 Pero esto no ocurrió. Pasada la tempestad, porque el arquitecto vio cómo ingresaron los enviados del ministerio y supo de discusiones terribles que tuvieron que ser apaciguadas con la ingerencia de de gente por ambas partas, todo se torno calmo y silencioso.
Manuel, desde el piso uno de su oficina, vio a la comitiva inquisidora retirarse. Estuvieron un rato fuera, a la sombra de los edificios. Fumaron, alguno se acomodaba el sombrero, y aquellos que no permanecían en la charla, se aprestaban a acarrear enormes expedientes que ingresaban en cuatro o cinco autos de la comitiva. Vio al Ingeniero Sánchez Blanco, a su secretaria y a otras tantas personas más mezcladas. De un bar de la esquina, la simpática gordita secretaria de cultura volvía abriendo un paquete de cigarrillos. Manuel recordó los suyos, y como contagiado a lo que se veía por todas partes como una salida amistosa y sin eventuales complicaciones, se prendió uno él también, y lo aspiró fuertemente.
 Esperó un rato antes de ir por lo del intendente. Su actitud, aunque lo sorprendía un poco por lo violenta y directa, era la actitud que sentía hace mucho tiempo atrás, cuando el mismo intendente le ponía objeciones a los contratos o se negaba a leer los meritos de proveedores y empresas que él mismo le llevaba.
 Pasada la media hora, se apersonó en el despacho del intendente. No golpeó para entrar, además de que la puerta estaba entornada. Dentro, le llamó la atención el orden de muchos de los papeles que hasta hacía un rato eran una suerte de desparramo obsceno. No encontró a l jefe, pero al darse media vuelta, de esas que uno da con desconfianza y en las que el cuerpo anticipa a la cabeza que continúa husmeando en lo profunda del campo visual, como intentando rescatar o develar secretos, encontró sorpresivamente al intendente frente suyo.
 Manuel le sonrió y espero igual actitud del intendente. Viendo que esta no se reflejaba en su rostro, y ni había el menor atisbo de expresar gracia alguna, se aprestó a buscar los cigarros en el fondo del bolsillo de su pantalón. Recordó haberlos dejado sobre el dispensador de agua, pero poco importaba ya que, ahora, la escena se había enturbiado al punto de hacer innecesario todo tipo de vericueto o formalidad ordinaria: aunque se veía la expresión de furia en la cara del intendente, nada hacía suponer que, en el abrir y cerrar de los ojos, una terrible trompada al mentón le sacudiría el cerebro al arquitecto. Retrocedió como pudo, más intentando conservar la distancia al piso y cierta linealidad en el recorrido que en formularse un destino en la traslación. Con la mano dentro del bolsillo, dio contra una mesa, tiró a un costado montaña de papeles, y esperando la ayuda de su jefe para que no se desplome vaya a saber dónde y hacia qué lado, recibió una segunda piña que, a fuerza de estar medio dormido por la salvaje agresión inicial, igualmente tuvo la sensibilidad suficiente para cotejarla con la trompada anterior y comprobar, en lo contundente y ensordecedor, que fue igual o peor. Se desplomó para el lado de la mano atrapada en el bolsillo.
 Luego, sintió voces, sobre todo la de una mujer que parecía alterada y a él le llegaba como latas que se amontonan y chocan entre sí. Luego, la furia del agua mansa y fría en donde la cara estaba cortada y un extraño escozor en el hombro, del lado que cayó.
 Pero después sintió, claramente antes de que sus compañeros lo tomaran de debajo de los brazos para elevarlo lentamente, la voz del intendente con claridad:
-Llévenselo y acompáñenlo por si quiere hacer alguna denuncia. Vos, Esteban, acompañalo a la casa o metelo en un taxi. Que venga mañana a buscar sus cosas.
 Después de eso, ya casi en el lumbral de la puerta, sintió lo que más le dolió de aquella tarde, dirigido a él, y que, lejos de ser un percance a resolver en una charla en un  bar, era su desgracia firmada cual sentencia.
-         Y de tu amigo de Géminis, dejá que me encargo yo.

RV 2016   




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