Retractos # 13: “Polanko”
Cuando el tren desapareció en el horizonte
espeso de bruma y cepillado por los árboles que, junto al río cortaban en dos
la colina, Polanko se introdujo como una lagartija en la oficina de la estación
y pidió el teléfono. Permaneció de pie y con la espalda tirada hacia atrás, con
la postura de bastón que lo caracterizaba.
-¿Hola, podría hablar con el señor Bonus?
–Esperó unos minutos, tan inexpresivo que era confusa su atención al silencio o
a un supuesto discurso.
-¿Señor Bonus? Polanko de la Perfidias Traslados
S.A. –Del otro lado, parecía que el sr. Bonus hiciese
referencia a la famosa compañía, y Polanko, sonriente, movía la cabeza como si
ya supiese de antemano lo que el otro decía, y en la sonrisa se entendían los
elogios.
-Sepa, estimado amigo, que nuestra empresa hace tiempo le
anda buscando, y yo, como director comercial del sector Este, dije en la última
reunión empresarial: “que no me entere que durante esta semana alguno de
ustedes no se comunicó con el Sr. Thomas Bonus, que
se haya dejado estar argumentando falta de tiempo cuando está entre los más
codiciados comerciantes de la región”. Se asustaron, ¡já,
já!, porque le tienen mucho respeto, entonces el jefe
me dijo: “Polanko, hágase usted del tiempo suficiente para llamarle, puesto que
para la compañía sería un verdadero logro el transportar su mercadería”.
–Polanko, escuchaba ahora lo que el famoso comerciante Bonus
le decía, e inclinándose aún más hacia atrás, reía con la boca abierta y en
silencio, dejando escapar un silbido casi imperceptible, pero que al llegar a
los oídos, generaba en sus escuchas la fuerte conclusión: “¡es su risa, así se
ríe!”
-Tendrá ya a su disposición la flota de camiones que desee,
y ajustada a las necesidades y requerimientos de cada transporte con solo
llamarme al 0778 311 111.
Reiteró la tenebrosa
postura de la cobra que se inclina hacia atrás para lanzarse a la mordida
mortífera, despejando con el aliento las dudas de su extraña risa y cerrando
todo lo relativo a las características de su inquietante personalidad.
Colgó el teléfono y
lo pasó bajo la ventanilla de la recepción de la oficina. Algo le dijo el
hombre de uniforme azul que estaba detrás de los cristales mugrientos y Polanko
se inclinó en fantasmal risa. Se encendió un cigarrillo, y para ese momento, el
empleado que le había alcanzado el teléfono se arrimó a la ventanilla y a
través del círculo recortado del vidrio, le dijo con palabras turbias que
hacían un esfuerzo por filtrase entre sus bigotes grises:
-Mándele su tarjeta en primera clase, que capaz que el
hombre se aviva y le manda mercadería por tren para que después la reparta en
camión.
Del chiste prosiguió
su carcajada embalsamada hasta salir de la estación, siempre inclinado hacia
atrás como si las piernas, cortas en demasía, fuesen más rápidas que el resto
del cuerpo y lo aventajaran en varios pasos por delante.
Sorteó el incómodo
pasaje por sobre los durmientes y las piedras resecas, trepando con asombrosa
agilidad la baranda que frenaba a los mamados de una caída aparatosa y terrible
sobre las vías férreas. Entró en el derrumbado bar
que estaba frente a la estación.
Allí también pidió el
teléfono, al mismo tiempo que con un movimiento perezoso de la mano reafirmó la
costumbre por un beberaje oscuro y en baso chico.
-Luís… ¿Está la
Gladis?... ¿Salió…? Llamo en veinte. –Colgó, devolvió con
igual formalidad el aparato y se mandó de un golpe el líquido meloso que
contenía el vidrio. Sin pedirlo siquiera, le sirvieron otro igual y ya se
desprendía del cigarro acabado cuando de su saco retiraba el paquete y el Zippo.
-Hoy, a eso del medio día, cuando parecía que la cosa era
para siesta, apareció el dueño del camión rojo. -Le dijo casi en secreto un negro enorme, dueño del Bar. Polanko lo
miró y quedó como congelado. El otro tipo, al que el mostrador le llegaba al
ombligo continuó secando jarras de cerveza, que acomodaba a un costado.
-¿Qué te dijo?
-Nada, que si querés moverlo va
necesitar arreglar el radiador y poner un par de cubiertas nuevas. Que va a
andar por acá a eso de las 23 porque hay payada, ¿sabías?
-No, pero ahora sí, y vos sabés
bien que soy loco por la payada.
Salió nuevamente a la
terraza de tablones que desembocaba en las vías, se volvió como de un salto y
se acercó al mostrador.
-Si por una de esas lo ves antes, decile
que lleve el camión a lo de Fabio y que ya encare esos arreglos de los que te
habló, ni más ni menos. Que yo después arreglo con el mecánico, y que le diga
que va de mi parte.
Ahora si salió afuera
y encontró las sombras más chorreadas que antes, y en un rápido vistazo que
lanzó a su derecha, entre el humo del cigarro recién encendido, vio la forma
geométrica y contundente del Mack. El rojo intenso
resaltaba entre las plantas y bajo la sombra de un enorme sauce llorón, vibraba
y parecía ponerse en movimiento solo, como poseído por un espíritu de
engranajes negros por el hollín.
Cruzó a la estación y
nuevamente maldijo el pasaje por sobre la vía y el brinco que requería para
trepar al andén.
Dentro de la
estación, luego de esperar algunos minutos (pues no encontraba oportuno hacer
sonar la campanilla para pedir prestado el teléfono e incomodar a su amigo que
desaparecía de su puesto vaya a saber uno debido a qué), hizo sonar los
nudillos en el vidrio y en un rápido gesto en el que su mano adoptaba forma de
tubo telefónico a la altura de la cabeza, dio a entender lo que necesitaba. El
otro se lo arrimó y se sumió en la geometría que las carreras de turf le imponían al periódico.
-Buenas tardes, ¿sería usted tan gentil de comunicarme con
el señor Bonus? –Permaneció un instante en silencio,
y luego disparó:
-De parte de Polanko, de la Perfidias Traslados
S.A., dígale que tengo a su exclusiva disposición camiones de hasta siete
toneladas que le serán de formidable utilidad debido al espacio de carga y que
le evitará varios traslados reuniendo en pocos viajes la entrega total de su
mercadería… sí, él tiene mi número y es importante le trasmita el mensaje
porque de esto hablamos hace un par de horas y quedé en ponerle al tanto del
servicio.
Gracias, que tenga usted un buen día.
Pasó el teléfono por
debajo de la ventanilla y movió el brazo en clara alusión que decía “vamos a
tomar una”. El señor de bigotes le señaló el reloj, antiguo y tan polvoriento
como todo allí dentro, y subió el pulgar en claro “luego voy para ahí”.
Nuevamente el ágil
Polanko atravesó aquel pasaje para bestias de otra escala, a escasos metros de
la llegada de un tren de carga, conociendo los tiempos con absoluta solides
metálica.
Dentro del Bar, más vacío que antes porque a esa hora el paisano que
se adentraba era por cigarros o para tomar algo rápidamente, se volvió hacia el
negro jefe, que acomodaba unas bombitas de colores que corrían a los lados de
las descascaradas paredes. Sus manos, tan grandes pero delicadas en cada movimiento
al saber medir la bebida sin excederse ni tacanear, manipulaban las lamparitas
rojas lentamente como si se tratase de pequeñas cerezas a las que pendía de un
hilo.
-¡Qué día! –Dejó escapar Polanko, después de tamborilear en
el mostrador. –Negro, me pasás el teléfono.
El otro se lo alcanzó
con pereza, se dio media vuelta y permaneció mirando el decorado con los brazos
en jarra. Polanko marcó el número y esperó. Mientras esperaba, sacó del
bolsillo una caja de cigarros muy largos y extremadamente finos, de color ocre
con una cintilla roja muy cercana a la
boquilla.
-Tomá, esto es para vos. Me olvidé
de dártelos ayer, si seré distraído. Si te gustan, me avisás
y te traigo los que quieras. –Después de marcar nuevamente el número, con el
cigarro a un costado de la cara que le obligaba a una mueca similar a la que
hacen los simios con los labios manteniendo los dientes juntos, se sacó del
mismo bolsillo, entre movimientos que parecían demasiado exigidos para tal
empresa, una cajita dorada con delicada ornamentación blanca que parecían
perlas juntas formando dibujos.
-Esto también es para vos, porque cuando se lo regales a la
patrona, vas a quedar como un duque.
El negro, que tenía
uno de los diminutos cigarros que parecía un spaghetti seco entre sus dedos, inclinó
la cabeza hacia atrás y acomodó frente a su cara el objeto brillante, hasta
hacer foco en él. Después, como si hubiese descifrado un mensaje secreto,
mostró silenciosa una sonrisa enorme, con dientes tan parejos y blancos que
sería lógico pensar que era falsa.
-¿Hola, Gladis? En el Bar de la
estación… sí, ¿podés?... bien, bien… te espero,
muñeca.
Polanko colgó con
suavidad y mantuvo la mirada en el aparato, como si allí se encontrase la
conversación que sedujo a Gladis, y en los silencios y pausas de la
conversación, se acorralaran en el aparato intimidades.
-Mirá. –Le dijo el dueño del Bar, más señalando con el mentón que con las palabras.
Polanko observó la cara brillosa del negro, de edad indefinida y de envidiable
físico que en el brillo y lisura de la piel hacían más engañosa la edad.
Polanko miró hacia
fuera y rápidamente salió con paso decidido. Bajo el sauce llorón, el pesado Mack se movía. Hizo un gesto y recibió un juego de luces.
Luego, haciendo una lenta parábola que empezaba sobre su cabeza y bajaba hasta
su flanco derecho, con el brazo extendido, dio a entender al dueño del camión
que lo lleve al taller. El otro hizo sonar la bocina y en el humo negro que
sacudió las hojas del sauce se comprendió también que para ese lugar iba.
Polanko entró más
calmo al Bar y cuando llegó al mostrador tenía su
pequeño vaso oscuro servido. Sonrió al negro que aspiraba el extraño cigarro.
Luego, al acodarse al mostrador sintió la cara húmeda por el sudor de tanta
vuelta, y pensó, mientras se aproximaba el circulo de alcohol contenido en el
vidrio, por qué a veces hablar tanto dice tan poco y por qué a veces con
simples gesticulaciones se entiende todo.
RV 2016
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