miércoles, 4 de abril de 2018


2017 - Postales del Ark, capítulo # 8: "Maquinaria"

 (Apenas se hubo disipado la espuma tempestiva y abrazadora que parecía hacer flotar a la canoa más por tratarse de un despojo que otra cosa, el frío intenso me ganó la espalda y el hombro derecho, y poco a poco, todo el cuerpo se me empezó a helar. El agua ya había atravesado la ropa y entonces el viento parecía un hacha danzante que giraba en torno nuestro y nos masacraba sin piedad. Mis oídos, filtrando los estruendos de la tormenta y las voces desesperadas, escuchaban sin consuelo palabras que presagiaban nuestro inminente descenso a las profundidades).
 Aún se apreciaba la proa del Timmerios erguida, espantosamente atrapada entre las nubes y la espuma de las olas que lo azotaban sin descanso. Las olas, procurando sumergirlo con siniestra alevosía, eran un constante martirio que no cesaba un minuto.
 Nos alejamos del teatro donde se consumaba el naufragio y como la diapositiva de una pesadilla, era visible en la borrasca la forma piramidal del buque sosteniéndose aún a flote, oscura, adivinándose toda su estructura inmersa, entregada al abismo y al olvido...
-¿Qué fue? ¿Contra qué chocamos? - Repetía casi de forma demente un compañero. La lluvia, que ahora nos atropellaba, lo desfiguraba en torrentes que parecían llevarse sus expresiones de horror y pánico, pero cuando la superficie brillosa de su cara quedaba a la vista, ahí permanecía su expresión de terror, como esculpida en mármol.
-Hubo una explosión en el cuarto de máquinas... por allí entró el agua en cantidades enormes, y con fuerza... -Decía otro, sin levantar la cabeza, que entre los hombros, visiblemente escondida, acompañaba cada fatigoso envión en el remo.
-Yo no sentí nada...
-Fue en el cuarto de máquinas. -La tercera voz, casi como una confesión, dejó en claro lo sucedido.
-Allí, -continuó el remero que escondía el rostro, -hace meses se sentían rumores, sonidos que no pertenecían ni a los generadores, ni al motor de la nave... cuando estuve la última vez, Mario (el maquinista), me dijo que un fantasma se esmeraba en arruinar todo dentro del cuarto de máquinas, que tarde o temprano, torcería el destino de todos destruyendo la planta impulsora, y así quedaríamos a la deriva, en una tormenta, o en una tempestad...
-¡Eso es ridículo! -Grito entonces el hombre sentado en popa, el de rostro de mármol. -No es posible creer algo así, le sacaríamos responsabilidad a quienes la tienen realmente, porque el mantenimiento de los generadores, de toda esa maquinaria estaba a cargo de alguien...
-"Maquinaria". -Repitió el hombre que remaba y permanecía con la cabeza gacha, y así y todo, su potente voz se sintió aunque se trató de un simple comentario en voz baja: "maquinaria".
 Permanecimos más de una hora, o quizá varias en silencio, hasta que la penumbra de la noche hacía fantasmales las crestas de las olas, y la espuma eran latigazos que estremecían de miedo, porque algunas veces parecían jaquetones cazando, otras, bocas sin palabras, también eran enormes ojos, pero de ballenas, y también almas patinando sobre la superficie del mar, espíritus enojados que rondaban escupiendo veneno húmedo y sordo como olas que revientan en la lejanía... La noche nos abrazó y el mar aún permanecía picado. Por tanteo quise tomar un remo para relevar a un compañero, porque se seguía remando, como si se supiese hacia donde, creo que alejándonos del lugar donde se fue a pique el Timmerios, como si un pedazo de mar fuese diferente a otro pedazo de mar, como asustados y arrinconados por el vacío... así nos movíamos...
-Deje, compañero, usted está muy agotado. -Me respondió en la oscuridad el hombre de voz de trueno y cabeza gacha. También por tanteo, torpemente me refugié en mi lugar, y cuando me acomodaba, llegó hasta mis oídos el silbido del hombre con cara de mármol que entonaba alguna canción.
 Creo que a determinada altura de aquel viaje tenebroso, donde una carcasa de madera nos separaba de las profundidades inhóspitas y heladas, la fiebre me ganó por completo. De lo que decía o escuchaba, no puedo tener más certeza que de lo que recuerdo, y así y todo, posiblemente discrepe conmigo mismo cada noche, cada instante en que los recuerdos golpeen la memoria como una bestia atrapada en un cofre metálico, y crea haber entendido lo que sucedió.
 Hubieron pasajes siniestros en la travesía, siempre constante y sin sentido. Creí ver a Cara de Mármol flotando en el aire, como un mascarón pero de popa, y comprendí que no era posible porque estando el mar picado, su postura sería suicida. Pero era apenas un borrón en la oscuridad, y quien remaba delante mío, por momentos parecía un enorme pulpo que no se decidía a atacarme, y pendía mi suerte del instinto salvaje que le impulse a tomar la determinación de matarme. Cuando sentí la cara caliente, me sorprendí  e intenté comprender por qué perdía sangre, porque yo creía que era sangre. Entonces tiritaba de forma despareja y el brillo de los ojos de un compañero, creo yo que intentando calmarme, me parecieron estrellas y pensé que la tormenta había pasado...
-Tranquilo, que de aquí no nos saca nadie. -Me dijo alguno de ellos, pues las olas ahora nos sacudían de forma tan violenta que obligó a mis compañeros a tomarse con las manos  de la canoa, apretando con las piernas o como pudiesen los remos, para no perderlos. Por momentos, las olas eran tan enormes que ascendíamos por un rato para comenzar una caída tan vertiginosa que el encuentro con otra ola al chocarnos era como si diéramos de lleno contra la tierra. Yo no me sujetaba a nada y pensaba si Cara de Mármol aún se posaba en el aire, como una aparición consagrada que acompañaba la desgracia de los naufragados. Intenté silbar sin suerte, y en uno de los intentos, una ola me silenció de lleno y las carcajadas me llegaron como peces chocando contra mi rostro. Me decidí a huir de aquel lugar demencial. Sería entonces el turno de probar suerte a nado abierto, repuesto de un rato de quietud del que mis amigos no pudieron gozar, por estar remando o volando. No quería tirarme al agua sin saber hacia dónde nos movíamos, me pareció truculenta la posibilidad de tirarme y quedar abajo del bote, pero era imposible tener idea de en qué dirección nos movíamos. No quise preguntar, y menos mirar a mis compañeros, estaba decidido a escaparme de esa balsa de locos, y entendía que aquellos compañeros que se fueron a pique con el Timmerios, habían corrido mejor suerte, porque la nuestra, estaba a la entrada a un mismo destino, solo que el portal que nos separaba estaba contaminado por la desesperación que nos enloquecía.
 Entonces creí que la hora era la propicia para morir, y de corazón, como un instinto de cualquier especie en peligro, deseaba a mis compañeros la mejor de las suertes. No entendía si estaba muerto, o en vías a estarlo, si cada sacudida de la tormenta era un juego como el que tienen los predadores con su presa antes de comerla, y que habiendo suficiente espacio en el mar para alojar navegantes a la deriva, igualmente se esmeraban las olas en una suerte de confusa decisión, si dejarnos morir sobre la canoa, o integrarnos definitivamente al océano...
 Sentí silbar a Cara de Mármol con euforia tal que logre cobrar el sentido entre desproporcionados temblores que me hacían doler todo el cuerpo. El mar, si bien aún estaba picado, la virulencia de sus olas había disminuido haciendo aquello un juego del viento, un capricho para deidades menores que se divertían rozando el agua y tomando altura en forma de lloviznas saladas que golpeaban como arena en la cara. Pude sentarme, pude tener un panorama claro y preciso de la cubierta del bote, con un tinte rosado por el amanecer que comenzaba a reflejarse en las nubes y estas, a su vez, se espejaban en el mar que poco a poco se calmaba. Encontré la cubierta bacía, ni Cara de Mármol, ni el hombre de cabeza gacha, ni el tercer compañero que apenas pude oír una sola vez, se encontraban allí. Un remo, curvado en ángulo por un brutal golpe enseñaba las fibras de la corteza de la madera con la que estaba hecho, solo, acompañándome dentro del bote. Sentí un silbido de nuevo. Escudriñé desesperadamente a los bordes de la canoa buscando al compañero que creía estuviese aún allí, en el agua, intentando aferrarse a como dé lugar a su última posibilidad de sobrevivencia...
Entonces busqué más allá, entre las olas que bajaban y entre aquellas que ascendían cubriéndome la visual. El cielo negro ahora era gris contaminado de óxido, ya dispuesto a lanzar una nueva tormenta, y en el momento en que comprendí lo que sucedía, se oscureció el día, se empinaron las olas salvajemente, y el agua comenzó a caer con tal potencia que me era imposible ver más allá de mis rodillas.
 Sentí el ultimo silbido, no quise mirar y permanecí  acurrucado en la proa de la canoa, espantosamente sacudida. Pero sentí que alguien me tocaba y alcé la mirada, era el remo que se iba por la borda y en su trágico vaivén se despedía chocando mi pie para saltar al agua. Quise verlo partir, pensando que su destino estaba estrechamente ligado al de todos. Me dio mucha gracia, y comencé a reír roncamente: pensaba en lo tonto que era ese remo que permaneció sobre el bote, pudiendo flotar por sí mismo, y me consoló la idea de flotar yo también y llegar a una costa cercana y desconocida, solo por el impulso de las corrientes oceánicas. Creí que nunca pertenecería al mar, que él me rechazaba como los puertos desconocidos que huelen a lo extravagante y se habla de manera indescifrable... Me dispuse a contemplar el bosque de olas y nubes azotadas por la tormenta para atravesar, de una vez por todas, ese lumbral que aún me tenía del otro lado, cuando a mi costado, oscureciendo aquel paisaje dantesco, a pocos metros de la canoa, la inmensa proa metálica del Timmerios permanecía a flote, burlándose de las nubes y el océano, no aceptando a ninguno, y rompiendo silenciosamente el paisaje que furioso y con potencia aterradora, no podía hacerlo desaparecer.
RV 2018  



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