viernes, 27 de abril de 2018


2017 - Postales del Ark, capítulo # 10: "En la cubierta, bajo el sol"
 La mano del Capitán se mantuvo en el aire, agitándose torpemente pero señalando sin lugar a dudas al velero que sobre la  alfombra de espuma del horizonte, se escapaba con velocidad pasmosa.
-No es nuestra ruta, -continuó apuntando al veloz clíper, -equivocamos la travesía.
De inmediato se fue hacia popa, seguramente a dar nuevas coordenadas al timonel.
Yo permanecí en el sitio, intentando encender mi tabaco que parecía ya seco. Una enorme mancha marrón invadía la hojilla y era cuanto una ola me había dejado de recuerdo, porque moví la cabeza con gran velocidad y no todo el cigarro se mojó. Igualmente, el calor no parecía ser suficiente como para permitirle estar con la humedad ideal para encenderse.
-¡García! -Llegó desde popa. Una densa bocanada de humo blanco salió de entre la barba negra del Capitán. García corría en su encuentro, y estando a pocos metros, el Capitán se introdujo en su cuarto donde sobre una enorme mesa descansaba el mapa espantosamente rayado y con cicatrices de fallidos movimientos, donde escasos centímetros correspondían a millas de derrotero entre olas y más olas.
 Una brisa fresca hacía tan agradable estar sobre cubierta que la tripulación se había desparramado en pequeños grupos que en silencio permanecían aletargados y coloreados del azul que la sombra de las velas les pintaba.
El velero que hasta hace poco nos había sacado varias millas, ahora corría en paralelo a nosotros, y seguramente no nos adelantaba por más de cien metros.
 Intenté no sacarle los ojos de encima, y me fascinaba cómo cortaba el cielo y el agua. Por momentos era una fiera descontrolada corriendo hacia una presa lejana, solo visible para él, y esto le hacía de temer, porque en la perspectiva y el velo blanco que por momento las olas al reventar se interponían entre nosotros, podía descubrirse en espantosa sorpresa, que éramos nosotros a quien buscaba, y era de él de quien huíamos. Pero escapaba, al igual que nosotros, de una tormenta que nos perseguía desde hacía un buen rato. Igualmente mi tenacidad por encender aquel tabaco me hizo solo retenerlo como una imagen quemada en mis parpados al bajar la cabeza y darle yesca al cigarro desprolijo.  Alguien apareció a mi lado y en el envión por descubrirle note que nuestro barco giraba a babor.
-¿Viste que no es el que buscábamos? -Me confesó un compañero con los brazos en jarra y los ojos en dos hendijas para repeler los rebotes de luz de la madera lustrosa de la cubierta.
 Miré hacia el horizonte y en un intervalo pude apreciar su popa, pues se alejaba y tomaba otro rumbo.
-Es un fantasma... mirale las velas.
 Lo hice y la sombra del marinero corrió por la cubierta como atrapada entre las tiras de madera que parecían darle dirección hasta matarlo en la oscuridad que las velas arrojaban.
Tenía razón, y había sido otro avistamiento de almas de navegantes afondados y reticentes a descansar entre las algas y piedras cubiertas de todo tipo de criaturas. Era cierto, sus velas se inflaban por un viento que no podía ser el que inflaba las nuestras, y yo me sabía en un barco y aquello visto no era real.
 Lo vi desaparecer en la lejanía del océano y un escalofrío me colmó al recordar mirarle y creerle una visión verdadera. Esto no sería cosa de ser comentada entre estas líneas si no hubiese sido que,  inmediatamente después de la sensación de hondo temor, me sobresaltó el punzante dolor del fuego que había aspirado en mi cigarrillo, que ahora sí, se coronaba con una braza roja que parecía alertarme sobre mis torpes y tardías reflexiones.

RV 2018 


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