jueves, 26 de abril de 2018


2017 - Postales del Ark, Capítulo # 09: "La señal"

Cuando ya la discusión se volvió un atolladero para necios empecinados en hacer prevalecer su postura por sobre cualquier diferencia, eran exactamente las 0230 horas y parte de la tripulación que descansaba se vio sacudida por la reyerta.
 No pasaron quince minutos que todos cuantos nos encontrábamos en aquella nave, sin excepción, nos amontonamos entre la torre de mando y un guinche colocado en proa. Fue imposible contener la mirada e hilar una discusión cuando la señal se había vuelto tan insistente que sugería un desenlace violento del que en mar abierto se logre escapar.
 Poco a poco las voces que cargaban con el argumento de responder a la señal se fueron callando, y más impulsivas se volvieron las que reclamaban, como si se tratase de vida o muerte, no hacer caso y desviar nuestra ruta con el fin de alejarnos de aquel buque maldito.
-Es una señal de auxilio, deberíamos responder... -Aun argumentaba un mecánico, implorando no hacer oídos sordos a una alerta máxima.
-¡Es una señal del demonio, es un destello de odio enfermo! - Le increpaba un viejo marinero con la barba cortada recta como un bloque. -No hay vuelta atrás: si vamos, nos hunde. -Agregó.
 Una enorme pausa se lleno con el golpeteo sistemático de un cable suelto de un foco sobre la baranda de metal. El roce de las ropas, estando todos tan juntos y nerviosos, parecía el juego indeciso de las manos que contenían armas a punto de ser iluminadas por las estrellas. 
 El viejo de barba rectangular apenas alzó la cabeza hacia la torre de mando y permaneció así unos cuentos segundos. Parecía comunicar con su mirada un secreto a las estrellas, pero luego, en el tenue reflejo oscuro de los vidrios, algo se movió, y el barco giró modificando su rumbo y dejando atrás al antiguo navío que desesperadamente imploraba ayuda.
 Las personas todas allí reunidas parecieron aceptar sin protestar a aquella voluntad que sostenía alejarse y perder todo contacto con el barco tintineante. Todos volvimos a nuestro sitio, y en el lento peregrinar de los bultos oscuros empapados de sombras, quedó la cubierta tan clara que parecía la de otra nave. Pude ver al viejo ir hacia un lado del barco, y poco a poco, desplazarse hacia popa absorto en pensamientos. Sabía que el insomnio me había ganado e intenté ir tras el viejo para saber más sobre aquel extraño buque que daba señales y al que no respondimos. Pero alguien me detuvo tomándome por el hombro.
-No vayas. -Era Juan, el cocinero. Permanecí mirándole la cara que ahora estaba brillante por la luna. Yo permanecí en la sombra ocultando cualquier expresión. Era un tipo extremadamente alto y delgado, y era común entre nosotros llamarle, ¡con más casualidad que ironía!, "Mambrú".
-¿Por qué?
-No lo sigas ni le preguntes sobre el barco. -Me respondió seco como si se tratase de un extraño advirtiéndome de serias consecuencias de algo inevitable y desagradablemente desconocido. Pero si tenía curiosidad, ahora hervía debido a ella.
-Tengo que hablarle, a mi...
-Dejálo, no vayas. -Me interrumpió de forma más agresiva. El buque aceleró y a destiempo la sombra de la cortina de humo escupida detrás mío pareció esconderle las facciones, y ahora no sabía si estaba frente a un loco, un suicida, un asesino, alguien que bajo circunstancias tan tenebrosas delataba su verdadera personalidad. Quise decir algo, no sé bien qué, pero Juan habló antes y desintegró mis pensamientos como si se diluyeran en su argumento:
 -El viejo conoce a ese barco. Él lo vio dar la primera señal de socorro, y responder con una feroz andanada de cañonazos al velero que vino en su ayuda. Los desgraciados se fueron a pique tan espantosamente sorprendidos que vio sus espíritus quedar aún sobre el agua, ignorando la inmersión de todo el buque con su gente. El viejo estaba allí, y a la semana, estando cerca de un puerto al sur de Cerdeña,  se lanzó al agua para no enloquecer y nado como un demente entre las aguas negras de una noche cerrada, y así se escapó.
-¿Pero de quién... por qué...? - Intentaba que lo narrado diera una explicación a la actitud que el viejo había tenido recién, pero Juan supo cómo diezmar mis inquietudes sin desparramar más dudas e intrigas.
-Cuando se decidió a huir de aquel barco, fue cuando despertó una mañana y nadie estaba sobre él. Estaba sólo, y a pesar de buscar desesperadamente por más de tres día de demenciales corridas, bajo la luna y el sol, divisó las luces de la costa. Pero lo que más le desconcierta, es una maldición que lo tortura, y es que aquella primera señal de pedido de ayuda dada al desgraciado barco solidario, se dio por él, en medio de una crisis de locura de la que nada recuerda y cree haber dejado sobre la nave maldita.

RV 2018


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