martes, 27 de marzo de 2018


2017 - Postales del Ark # 07: "El rapto de una imagen"

 Siempre escorado hacia el mismo lado y envuelto en un humo denso como el óxido, dejando escapar  crujidos ensordecedores de su estructura al embestir enormes olas, no deja de ser escoltado por toninas. Sus calderas se alimentan de la nada y por nadie, y su recorrido es solo un capricho indescifrable, inmerso en cambios repentinos y violentos de curso, sin más sentido que la locura misma que ni a tormentas poderosas respeta.
 Le decía a mi amada cuando en una época, hace ya décadas, nos embarcábamos durante meses, llegando a tierra para luego partir casi despavoridos en salvaje remontada hacia lo más profundo del horizonte, donde creíamos que nuestro mundo no se contaminaría nunca... le decía: "a pesar de los barcos tripulados por fantasmas y de los aullidos náufragos que emergen entre remolinos, como pasajes ocultos con el mundo de las profundidades, a pesar de esto y el encuentro fortuito con navíos de carga, o pesados acorazados cortando olas, aquí, solo el esqueleto del Styrmann puede envenenarnos".
 Descendíamos a profundidades que solo la mente humana es capaz albergar, y bajo cielos estrellados y combate entre olas y nubes,  planificábamos cada nuevo mundo al que llegar, como impactados por una suerte de naufragio sistemático y endémico del que inexorablemente podíamos escapar. Ya el miedo era una droga, ya era simple reflejo de nuestras almas intoxicadas y entregadas al mar como demonios del abismo exiliados sobre la cubierta de un velero...
 El Styrmann, navío del correo devorado por un incendio originado por un espíritu arrepentido de una confesión escrita y ensobrada en ruta hacia un destino antes amado, se presentaba sorpresivamente al punto de que se nublaba la vista y su humo denso atropellaba y mataba secando a las tripulaciones hasta quedar como hojas secas.
 Gladisse, mi mujer por aquellos tiempos, me juraba haberlo divisado en el horizonte, atrozmente veloz y rígidamente compactado por el humo rojizo que a pocos metros de salido de su borda, se apoyaba sobre el agua coloreando el olaje. Nunca le creí, y siempre soñé con aquella imágen, que en momentos de tenebrosa conmoción, desparramados sobre la cubierta del velero al acoso musical del silvido de los palos y aparejos, casi desesperadamente imploraba encontrar sobre el horizonte.
 En un puerto bajó Gladisse, y de ella más nada supe. Mi desesperación, aquel día de lluvia y calor tropical, me anclaron por más de tres meses, y decidí irme. Intuí y después supe que me había dejado. Al llegar a nuestro puerto, mi puerto, en casa hallé una carta recortada sobre el piso negro como las profundidades de las pesadillas, allí ella me escribía y en pocas, muy escasas palabras, se despedía de mi. Continuaría sus travesías con otro marinero, o tal vez sola, o con otra compañera viajera... jamás lo sabré.
 Yo no volví a embarcarme y después de un par de años, decidí vender mi velero. Nunca vi al Styrmann y dudo, confieso que juro que Gladisse lo haya visto realmente, pero ahora, desde aquí, seguramente narre a su acompañante su pasional avistamiento, del que yo me he apoderado y pienso conservar como un tesoro que tuve en mis manos, y se sumergió hasta desapareser.

RV 2018



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