viernes, 9 de diciembre de 2016



Retractos # 29: "Femírides"

Si las coordenadas no fuesen las correctas, si por algún descuido hubiese alteraciones en los trazados, si entonces jugase los dados la fortuna, todo estaría definitivamente acabado. De constatarse el menor descuido, antes de su completa difusión, los errores serían subsanados y las causas comprendidas dentro del accionar básico de cada instancia. Todo estaba contemplado y en el preciso momento del disparo inicial, la inición del declive y posterior nacimiento, se silenció la sala.
 Apenas la vibración del inmenso aparato se transmitía por todo el suelo quilómetros a la redonda, y el calor asfixiante que desde hacía siete años brotaba de los reactores encendidos, fingía espejismos en torno al cinturón desértico que se había formado. Ahora la vibración, temblor por momentos de fuerte frecuencia, eran sacudidas violentas y se precipitaban por tierra objetos, arneses, depósitos y muebles con instrumental y aplicaciones electrónicas que controlaban funciones del inmenso transbordador espacial. Se comenzaron a sentir detonaciones; primero de forma sórdida y espaciada, después, como los pasos de un gigante que se acerca a zancadas, explosiones huecas y ensordecedoras que parecían dañar el esmalte que cubría las toberas de cada turbina. En medio de la horrorosa sensación que más parecía la desintegración de todo, fue posible constatar que el monstruo se elevaba. Fue el mismo Femírides que así lo comprobó por su ventana de observación, la única dispuesta de modo de hacer posible tal acontecimiento, y la única que estaba destinada a un tripulante de aquella inmensa nava abordada por más de 75000 individuos. También constató Femírides que ya hacía un buen rato que estaban en el aire, y que, según sus cálculos al ver a lo lejos en la distancia las vías de acceso a la zona plataforma de lanzamiento, que sería cuando se sintieron los primeros estruendos, livianos aún para lo que en definitiva se transformaron, que ganaban altura lentamente.
 Se estabilizó su posición, si bien no pudo corregirse su inclinación hacia uno de los lados de depósitos, y a medida que se alejaban y esto no tenía remedio, ya se disponía parte del personal para romper los seguros que mantenían el ensamblaje con aquella parte de la nave que ejercía enorme peso. Pasaron segundos, quizás se llegó a algunos minutos, pero asintió con la cabeza Femírides y saltaban las enormes abrazaderas en explosiones retardadas en pares que al unísono liberaban el inmenso módulo de carga; la sombra misma de la nave se proyectaba sobre él, y a medida que se separaba y quedaba atrás, nuevamente la luz lo bañaba, expuesto a las brutales toberas que por un momento lo quemaron con sus terribles lenguas de fuego. La nave se estabilizó.
 Se vio a lo lejos, en la corteza árida del planeta abandonado, una serie de pequeñas chispas, detonaciones que estaban sincronizadas una vez esté el transbordador a aquella cota, y que, cuanto más se alejaba, más parecían encenderse. Se había economizado al máximo cada gasto energético, y si la idea de abandonar el planetoide incluía destruirlo, fue mediante un grueso cable que al estirarse, producto de estar enganchado a la nave, iba accionando las espoletas de cada carga de TNT. Después se desencadenó todo como un juego de dominó que empuja cada pieza a otra, y comenzaron las enormes detonaciones nucleares que envolvieron en gruesas nubes al diminuto cuerpo con forma de papa, después pareció abrirse de uno de sus lados como si por allí se escupiera luz hacia una parte del espacio.
 Quedó atrás y el zumbido del artefacto viajero comenzó a imponerse con la bondadosa comprobación de que todo funcionaba bien, pero con la angustiante idea de que sería un enorme esfuerzo acostumbrarse a convivir con él. Poco a poco cada tripulante se aplicó a su función, y cada pasajero se acomodó en silenciosa prolijidad. Femírides permanecía en su puesto de observación, sin dejar de mirar hacia el punto rojo en que se había transformado el que hasta hacía unas horas fue su lugar de hospedaje, y no cambió su posición hasta pasados tres días, cuando los paneles de control se vieron verdes, y las espesas mamparas que cubrían ventanas y ópticas, se corrieron poco a poco, por sectores y muy despacio, cuidando no recargar el esfuerzo de los motores.
 Pasaron los días y los meses, el rumbo estaba definitivamente trazado, y en una mesa repleta de uvas, Femírides, el observador, los ojos de todos, pausadamente narraba lo visto, Varios compañeros, alrededor de la mesa, escribían y grababan, lo que escuchaban. Aquel brutal suceso había tenido un único espectador, y a medida que las secuelas de la iluminación cegadora le quitaban las últimas amorfas composiciones de colores a sus ojos, se entendía que Femírides ya no vería más nada de lo que los demás pudiesen ver, pero quedaría impresa en su memoria, la imagen que solo a través de palabras podría enseñar para todos quienes nunca la hemos visto.

RV 2016


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