Retractos # 30: "Olêpte"
Sentir las lluvia de
lava caer perforando las nubes azules y aspirar fuego como metal liquido, es el
recuerdo que hasta en pesadillas sentencia el destino. Los más pequeños que
fueron cargados en brazos, pocos de ellos, lograron sobrevivir: la gran mayoría
quedó atrapado por las llamas, envueltos en cuna de muerte entre el abrazo de
sus madres. Sentir arder los bosques con tanta velocidad que al evaporarse el
agua de sus ramas y hojas el humo se hizo pegajoso, y donde sus gotas se
depositaron, manchas negras quedaron emulando su forma sobre la piel. Todo
estaba señalado por una serie de fallas aberrantes en los sistemas de riego,
era de suponer que esto tarde o temprano ocurriría, y la falta de reacción de
quienes operaban la planta hídrica, denotó un accionar irresponsable y poco
precavido.
Después de la
tragedia, y por más de dos semanas, las población de Raptki continuó la marcha
hasta que el éxodo se fue desmembrando y para no perder el contacto, poco a
poco se fueron parando en grupos. Todos a las vista por una extensión de más de
doscientos kilómetros, los raptkianos se detuvieron con el fin de retomar
energía. Pero el lugar se hizo absolutamente cálido y el suelo era tan
fabulosamente fértil, que se asentaron en más de 340 poblados, que abarcaban la
distancia antes dicha, y que reunía, entre todos ellos, más de 270.000
individuos. Así se formó la Federación Raptki en forma de cadena que poco a poco
se amuralló y juntó en un enorme cerco a todos, comunicados entre sí por
túneles y la misma fortificación que los envolvía. Se dejaron pasajes cada más
de veinte kilómetros para permitir el paso de quienes quisieran continuar su
camino y se viesen obstaculizados por los enormes muros de más treinta metros
de altura.
Pasaron los años, y
las lluvias y sequías siempre estuvieron acordes a un ciclo natural y nunca tan
hostil como el que conocieron aquellas criaturas. Las construcciones se
volvieron fantásticas ciudades con jardines mágicamente situados a diferentes
alturas, y en pendientes y montículos gigantescos, se construyeron estanques y
depósitos donde el agua de lluvia fue retenida.
Pero una mañana de
sol escarlata y calor sofocante, en la lejanía del paraje reseco, se vio
temblar una figura como un espejismo. Avanzaba y en su paso lento pero erguido,
parecía un viajero que más que encontrarse perdido, portaba un mensaje. Y así fue. Llego a una de
las torres de guardia más grande, desde donde se había aglomerado la población
que le había visto venir. Estando a pocos metros de la muralla, y con la
distancia suficiente para ser bien visto, se detuvo. La sorpresa fue total al
comprobarse que se trataba de otro raptkiano.
-¿Dónde está el comandante de la guardia de esta torre?
-Preguntó aquel extraño individuo, en lengua absolutamente igual a la hablada
por ellos.
-¿Quién eres? -Respondió un oficial de la guardia. La
muchedumbre no podía sacarle los ojos de encima, y apenas era posible escuchar
las respiraciones agitadas por el asfixiante sopor.
-Vengo de Raptki. -Hubo un silencio que fue respuesta.
-Hace más de un mes que camino buscando encontrar habitantes
de mi nación. -Dijo el peregrino. No se notaba ningún síntoma de agotamiento y
parecía que el calor no le afectara.
-¿Para qué quieres encontrar gente de ese lugar?
-Ustedes lo son, ¿no es cierto? -Después de ciertas dudas
que se reflejaron en veloces miradas entre la muchedumbre, más de una voz
contestó afirmativamente.
-¡Já! -Dejó escapar el viajero. -Entonces sepan que todo el
tesoro de Raptki ha quedado al descubierto, el fuego consumió y desmoronó
paredes, y allí, como simples piedras de un camino primitivo, se encuentra toda
la riqueza diseminada. -Levantó una mano y un resplandor dio a entender que lo
que contenía era oro.
-¿Tu quién eres? -Volvió a sentirse la voz del comandante de
la guardia.
-Alguien que estuvo ausente durante el incendio, fui de los
que bajamos hacia los acantilados para buscar un lugar más húmedo donde
trasladarnos o de donde sacar agua. Soy del personal de la planta hídrica. Me
llamo Olêpte...
-¡Pedazo de idiota! -Se sintió desde la muralla. -¡Inepto,
por vuestra culpa todo se ha perdido! -Gritó otra voz desde lo lejos, casi
imperceptible. Luego fue arrojada una piedra, y en cuestión de segundos, Olêpte
tuvo que alejarse para no ser alcanzado por la lluvia de objetos que intentaban
dar con él. El berrinche asemejaba a un infierno de marranos gritando. El
viajero intentó en vano explicar de que él no estaba a cargo de la planta, y
que. simplemente era parte del personal de exploración. Pero de inmediato la
gente se fue disgregando y ganando los pasajes que los llevaba a los caminos
que se encontraban en el nivel más bajo. En minutos apenas solo se podía
apreciar la silueta negra de la guardia en el filo de los muros. El viajero se
acercó lentamente a una puerta. El comandante le tiró las llaves y con lentitud
Olêpte se introdujo por una puerta gruesa y angosta de la torre. Una vez
arriba, uno de los guardias le dio agua y el explorador permaneció sentado en
un pequeño muro. Desde allí, en remolinos de polvo que recorrían las márgenes
internas de la fortificación, Olêpte y el cuerpo de guardia vio a la inmensa
masa perderse en dirección hacia la destruida y fantasmal ciudad de Raptki.
Casi de forma instintiva, de forma casual se agenciaba la muchedumbre
recipientes que amontonaba como podía, pero prácticamente sin detenerse. Así
fue que vieron partir a la inmensa mayoría de los pobladores de aquellas
fortalezas. Y de ellos nada más se supo. Por algún motivo, quedaron unos pocos
en medio de la inmensa construcción, pero no permanecieron más de dos días, y
abandonaron el lugar partiendo en el sentido opuesto del que había llegado el
viajero o explorador. Eran más de diez o quince mil los peregrinos ahora.
Distanciados ya varios kilómetros, el comandante de la guardia se giró un
instante para contemplar la extensa muralla que como una línea ocre desaparecía
detrás del horizonte. Pensó en las distancias y odió el momento que estaba viviendo,
como una historia que se repetía oscuramente, y donde no podría haber lugar
para todos los pobladores de una ciudad que se creía tan brillante como un
astro.
RV 2016
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