domingo, 8 de julio de 2018


Pingusio #04: "Veo, veo..."

Cuando Pingusio se posó sobre el enorme capó del extraño vehículo, constató, en la vibración de toda su estructura, que aquel seis cilindros estaba funcionando con cinco. No hizo más que mirar a sus ocupantes, que de inmediato se entabló una conversación bastante inusual. (Es obvio que piloto y copiloto permanecieron perplejos frente al pajarraco metálico que sin previo aviso aterrizó delante de sus narices).
-Hola... somos hermanos... Gregorio Pánfild y Torcuato Cocoliso... -El pájaro metálico no hizo más que fijar sus enormes ojos sobre las dos comadrejas, si así podía llamárseles, pero era más evidente la extrañeza de dos hermanos con distinto apellido, que la especie misma a la que correspondían.
-Pingusio.
-Viajamos hace un largo rato, y como verá, no tenemos capota, lo que nos acarrea distintos problemas... -Pingusio no sabía de qué hablaban, porque las temperaturas debían ser muy extremas como para que a Pingusio representen algún inconveniente.
-Primero, se nos recalienta la sesera, y después... nos da sed...
-¡Y divagamos largo y tendido! -Interrumpió el copiloto, el sentado a la izquierda. -Entonces vemos cosas que casi seguro no existan.
-Insolación, nos lo dijo un otorrinolaringólogo del barrio. Gualdemar Spitnik, ¿lo conoce?
 Pingusio permaneció en silencio. No sabía de que hablaban, no conocía a ese señor, ni menos eso de otoringo... ¡como sea!
-¿Sería tan amable de decirnos si pasando esta ladera, encontraremos un terreno escabroso, o si continuará el camino con la benevolencia que hasta el momento nos ha servido? -Pingusio mantuvo por un instante la mirada en el piloto, el sentado a la derecha, y comprendiendo velozmente de que le pedían un vuelo de reconocimiento, se despegó del espolón del convertible haciendo sonar la chapa al volver sobre su posición normal, sin el peso del pajarraco metálico.
Voló, echó un vistazo y como exhalación, estaba nuevamente sobre el auto, pero posándose cerca del radiador, adelante, donde la estructura era más sólida y de hecho no se hundió.
-Loma de 13 metros sobre el nivel del mar; pendiente moderada que en 76 metros alcanza punto mínimo a 7 metros sobre el nivel del mar; terreno algo arcilloso a esta altura, pero de fácil tránsito; montículos de piedras a la izquierda que no superan el metro diez de altura; vegetación rastrera y achaparrada; camino levemente sinuoso que a los 44 metros encuentra nueva protuberancia a 9 metros sobre el nivel del mar. -Las comadrejas (llamémoslas así), permanecieron en silencio. A marcha moderada llegaron a la cima de la pequeña colina, y constatados todos los datos a los que Pingusio hizo referencia, se dejaron llevar por la caída del terraplén y así siguieron, con un Pingusio revoloteando a unos tres o cuatro metros de altura, y detallando el relieve con tal exactitud que la comadreja copiloto (Gregorio), se durmió en un santiamén.
Así transcurrieron kilómetros que se hicieron horas, y en cada intercambio del volante para hacer frente a las horas de conducción, los hermanos intercambiaban diálogos absurdos, casi secretos como confesiones, y por momentos tan cómicos que parecían siniestros. Pingusio pensó: "El sol afecta la percepción de las comadrejas hermanas", y así lo anotó en una carpeta de su memoria donde recababa datos de comadrejas.
 Los datos, siempre precisos en exactitud fabulosa, eran entregados verbalmente a los viajeros por Pingusio, varios metros antes de atravesarlos con las cuatro ruedas.
 Pero algo comenzó a incomodar a los hermanos Pánfild-Cocoliso: ese delatar de paisajes que Pingusio les trasmitía aniquilando la sorpresa y el asombro. Los informes eran excesivamente detallados, hasta en la coloración de la flora y los insectos circundantes. A cada trepada en una colina, el panorama que se observaba parecía una postal ya conocida y completamente banal. El descontento pasó disimulado entre comentarios de insolados: "que tengo las maracas afinadas en sol; estoy sediento de ballenas cromadas; ¿cómo es que le comiste las pantuflas a mamá?; ¡tengo un frío de paquidermos!; ayer fui al invernáculo del tío y cantamos entre enjambres de bujías; siempre lloro antes de rayarme las pestañas contra los volcanes; ¡calláte, oligarca!; yo era fatalmente ruin, hasta que conocí la trigonometría; siempre instando a la masacre, siempre con rulitos rosa pendiendo del terruño... "etc., etc., hasta que en cierto momento Pingusio escuchó: "este pajarraco soplón me tiene saturado".
 Pingusio se puso muy triste, y comprendió que, lo que para él era diversión, para las comadrejas hermanas ahora era fastidio. Voló con poco impulso hacia la colina próxima, y la confusión que la desilusión le cuajó, le adentró en su parte mala, o sea, de malo, de ser malo.
 Volvió poco raudo del reconocimiento, y lentamente describió parte del paisaje. Una enorme frazada verde, con círculos naranjas yacía enganchada a un arbusto seco, a un lado del camino, y si bien sería la solución a la exposición al sol de las comadrejas, quedó en la garganta de Pingusio, que evitó comentarles sobre su hallazgo que tan bien les vendría a los viajeros.
-Pero estén atentos. -Repentinamente dejó escapar Pingusio. Los ojos de las comadrejas se agrandaron detrás de los lentes.
-He visto esconderse una enorme serpiente capaz de engullir este auto entero, o una roca grande. -Los hermanos no le quitaban los ojos de encima. Poco a poco disminuían la velocidad del vehículo a medida que se aproximaban a la cima de la colina.
-Podrán observar parte de su piel vieja a un costado del camino. -En efecto, la frazada quemó los ojos de los malagradecidos exploradores, pero antes de que les diera el tiempo para entrar en pánico, Pingusio les gritó a medida que se marchaba volando en sentido opuesto, a gran velocidad y ganado vertiginosamente altura:
-¡Me marcho porque no quiero que me ataque! ¡Es tan infalible como asesina, y nadie escapa una vez que ella desde su escondite le descubre!
 Las comadrejas, del terror que se les vino encima, comenzaron a tener repentinos movimientos de torpeza compulsiva: se bajaron de auto, volvieron a subir, se les apagó el motor, bajaron nuevamente y corrieron en cualquier sentido, volvieron al auto, una se metió en la cajuela y la otra abajo, entre los ejes, subieron y pusieron en marcha el motor, salieron disparados hacia un costado y quedaron trepados a una roca, se les apagó el motor nuevamente, y así continuaron, entre estampidas arbitrarias y movimientos sin sentido.
Pingusio echó un último vistazo al paisaje desde allí arriba, noto el recorrido absurdo y descontrolado de las comadrejas hermanas, entre nubes de polvo, volviendo sobre sus pasos para escapar y no perecer por la serpiente imaginaria que él les había hecho creer asechaba a un borde del camino.
 Aceleró el vuelo porque quería dejar atrás la triste decepción de haber sido un "pajarraco fastidioso", cuando con absoluto empeño detalló el camino a dos lunáticos viajeros que, aunque parezca irónico, le habían pedido lo hiciera. No volvió a mirar hacia atrás, y en un vuelo rasante eligió una piedra donde posarse y dejar en recarga sus baterías para el próximo vuelo. Recordó la frazada y pensó que para muchas criaturas les sería de gran ayuda a la hora de descansar como él ahora lo estaba haciendo.
No se preocupó por víbora alguna, porque Pingusio es una máquina, y quien se lo trague, seguro lo devuelva al instante. Y él, que ya había sido engullido en tres o cuatro ocasiones, pensaba sobre el hecho puntual de la ingesta: "es como que a uno lo inviten a conocer cómo es el otro por dentro, medio que sin protocolo y de forma abrupta, pero en el fondo, es un acto de bondad".
(Hay cosas que Pingusio aún no entiende muy bien).

RV 2018 


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