lunes, 25 de junio de 2018


Pingusio 02: "Las joyas de la abuela"

 Apenas se posó Pingusio en una roca, aquel personaje comenzó a hablar.
-Mi abuela Clitemnestra tenía hábitos extravagantes y bien pudo haber pasado por una persona de un intelecto tan refinado, que sería de suponer su marginación para adentrarse en un universo tan sofisticado y grotesco al mismo tiempo.
 Pingusio permaneció en silencio. El individuo que había dejado escapar aquellas confusas palabras, adentrado en la materia misma de la madera que lo contenía, se quedó estático. Parecía una foto.
-Un día, creyendo que los truenos de una tormenta que se acercaba eran las campanas que llamaban a misa, corrió desesperadamente a maquillarse y cuando volvió de la oscuridad de su habitación, notó los estigmas de Cristo pintados en sus manos y pies. Decidió peregrinar hacia no supimos nunca dónde y así la dejamos de ver.
 El hablante no alzaba los ojos, y se intuía su mirada a través de los párpados apuntando a un punto: allí donde el hilo de su caña de pescar desaparecía en un liquido extrañamente coloreado. Porque estaba pescando.
 Pingusio comprendió que el pescador comenzaría a hablar nuevamente, y ante el impulso de alzar vuelo, se frenó quedando estático como una rama seca.
-Una noche, esperando el vuelo de cientos de aviones como parte de los festejos de su ciudad, y donde la ceremonia consistía en encender velas y concentrarse en las plazas para que los pilotos y tripulantes se emocionen con las lucecitas que les saludaban, Clitemnestra decidió hacer una hoguera. -El tipo pareció mirar a Pingusio en un parpadeo relámpago para continuar en la misma posición. Continuó...
-A otros vecinos les pareció magistral la idea, y en breve, eran decenas, cientos y miles de fogatas danzando por toda la ciudad. Mi abuela se asustó; las autoridades también, y se puso en funcionamiento un operativo descomunal para apagar cada foco mediante camiones cisterna y de bomberos... mi abuela huyó a unas colinas cercanas y allí se refugió durante meses.
Ahora Pingusio quería saber algo más sobre aquella inquietante criatura, Clitemnestra, y sobre todo, cómo acabó después de tanta desventura.
-El fuego se desparramó descontroladamente, y se decretó la captura de Clitemnestra por daños potenciales a la ciudad. Vinieron a casa a buscarla y yo les dije que era una buena persona, y que seguro estaría meditando en alguna colina limítrofe. Fueron tras ella y después de una exhaustiva búsqueda, dieron con su paradero. Le dieron ocho años de prisión, pero en cuestión de trece días estaba absuelta: sus trabajos en macramé deslumbraron a las autoridades, y se propagó su oficio por muchos barrios y la gente aprendió a hacer macramé y fue el principal ingreso de esta fabulosa ciudad.
 Pingusio pegó velozmente una mirada alrededor, y no necesitó mucho para comprender que de fabuloso no había nada, y menos, una ciudad. Se dio cuenta de que era hora de partir, que aquel tipo nada más le aportaría que historias poco creíbles y para peor, le sacaba tiempo a su deseo de volar. Pero al impulso de su cuerpo metálico, aquel personaje extraño volvió a hablarle.
-Me llamo Sandalio. -Permaneció en silencio pero fijó sus ojos en Pingusio. Increíblemente, en ese momento se activaba un parpadeo de nuestro amigo viajero, y quedó como una actitud de respeto, de presentación y agradecimiento por lo expresado hasta el momento. De su abuela, Clitemnestra, no sabía si volvería a sentir hablar nuevamente, y más allá de lo inquietante que resultaba la supuesta concentración de Sandalio al pescar, más aún se volvía misterioso el motivo.
-Y aquí estoy... esperando sacar a flote un anillo que la abuela tiró dentro de esta marmita cuando decidió dedicarse a la extracción de esencias para perfumes. Se fue, y cuando se iba, me gritó: "¡Las joyas de la abuela descansan en ese recipiente, no las despiertes, no las agites, no las descubras!"
 Pingusio notó que algo se movió dentro de la marmita a la que aludía Sandalio, y vio con nitidez las ondas concéntricas expandirse y morir en el reflejo de las paredes del recipiente... Pero para ese entonces ya había tomado vuelo y su sombra escapó por detrás de la casita-mueble de Sandalio. Quizá no lo hubiese notado y creído que el pájaro metálico aún se encontraba allí escuchando, quizá nunca hubiese notado la presencia de Pingusio y solo hablaba a la nada...
 Pingusio continuó en línea recta, reconociendo montículos de piedras y zonas oscuras del terreno que en algún momento estuvieron alagadas. Pensó en Clitemnestra y sus actitudes, y en el extraño ordenamiento de las mismas en la narración de su nieto Sandalio. No podía ocupar parte de su memoria con datos tan desordenados y caprichosamente enredados, así que decidió eliminar estos recuerdos.  Pero ganando altura y turbando la vista con nubes rastreras, decidió quedarse con uno de ellos, el de las velas saludando desde el piso a los pilotos, y desde ese momento, cada vuelo nocturno sobre una ciudad donde las luces de las lámparas o los focos del alumbrado o los vehículos se apreciaban desde la altura, le fue difícil entenderlos como tales, y fue ganando poco a poco la idea de las velas, por más que era muy consciente de que eso era irreal. 

RV 2018




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