viernes, 15 de junio de 2018


Pingusio 01: "Pingusio deja la aldea".

 A medida que Pingusio ganaba altura, poco a poco los valles se fueron tragando los poblados, y la alfombra verde de los prados  quedó atrapada entre las rocas como si fuese trozos de musgo. Pingusio conocía el paisaje desde esa altura, pero notó algunos detalles que, si bien seguramente flotaban en su memoria, eran más cercanos al mundo de los sueños. Notó que los ríos tenían recorridos bastante más caprichosos que los naturales causes generados por un derrotero de sinuosidades sutiles, por momentos, y violentas, por otros.  Los bosques se esparcían de forma desordenada y en extensiones desparejas, y no eran tantos los árboles que preferían vivir en las orillas como aquellos que habían optado por colinas alejadas y cercanas a nubes rastreras que siempre se pasean obstinadamente oscureciendo sectores del paisaje. Para Pingusio volar era cosa de todos los días, pero este no era un vuelo común y corriente, como se dice. Esta vez Pingusio estaba decidido a hacer de sus peripecias exploradoras un viaje de búsqueda consigo mismo. Algo habitual en los seres vivos, y no se trataba de un camino a la madurez espiritual, porque Pingusio es de metal. Sí, por si algún despistado aún no lo ha notado, Pingusio es un ave-máquina. De hecho sus colores hasta ayer eran el turquesa y el cian, y probablemente no regrese de igual color como lo hemos visto partir (porque es seguro que regrese, nunca se pierde). Pero decía que Pingusio hacía una búsqueda hacia su interior para ordenar datos y archivos recabados durante sus tres años de vida y vuelos constantes. Lo de "encontrarse consigo mismo"  no corre con él, se conoce bien, y desde muy chico sabe su número de serie y modelo.
 Pasado un acantilado rocoso y salpicado de helechos, absolutamente ensombrecido porque allí la luz nunca llega, Pingusio constató el cambio de coloración en el suelo más arenoso, el aire más cálido y la aridez de de la vegetación que de forma achaparrada consentía reuniones de criaturas de todo tipo, en mayor o menor cantidad según el tamaño del árbol, y también de los individuos que por allí optaban de hacer su campamento.
 Pingusio pensó: "cuando era más chico, hace como un año atrás, estuve en uno de esas pequeñas comunidades improvisadas a unos kilómetros de aquí, más al norte. Recuerdo que comí dátiles para hacerme el campechano y después me los tuve que despegar con pedregullo de las tuberías de ventilación del filtro de aceite. Había comadrejas de colores envidiables, por más que nadie les ponía el ojo, y sí eran de admiración algunas serpientes tan brillosas que parecían de vidrio. Luego vino la partida de dados y la gresca generalizada que terminó disolviendo a los comensales y haciendo que los árboles buscasen otro lugar donde dar sombra. Yo me reí mucho, pero cuando la reyerta se puso pesada, decidí irme sin importar los motivos que llevaron a que todos, estando en armoniosa compañía, terminaran a trompada limpia cuando no hubo alguna pedrada fulera: esto me asustó, esto me obligó a irme, las pedradas descontroladas.
 Los pensamientos parecían ganar la atención de Pingusio, más alguna ráfaga de miradas que hacía al suelo cuando su propia sombra patinaba por el paisaje.
-Después... -Y allí quedó el pensamiento de Pingusio, porque no iba a inventar lo que no vio, y sabía que en sus tres años de vuelo había visto mucho, pero no tanto como para perder tiempo improvisando escenarios para sus personajes de memoria soluble y personalidades escurridizas. Así que viró algo a babor, y en un parpadeo de esos que cada 36 minutos mecánicamente hace, sintió el sol más de frente calentándole el costado de su esmaltado cuerpo metálico.

RV 2018


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