sábado, 11 de febrero de 2023

2022 - Merodeadores / Capítulo 9º: "Los bosques que habitamos"

 Para cualquier incrédulo que crea que los desiertos son tan monótonos como sus planicies, yo les respondo: sí, casi...

 Es imposible hacerle entender a quien no vive aquí, la variedad de tonalidades del cielo y su fuerte contaminación cromática en el suelo, o que puedan creer que, en determinadas ocasiones, muy cada tantos años, es posible oler al mar... y más increíble y demente es que, ese olor a mar, lo reconocemos quienes nunca estuvimos siquiera cerca de él.

 También, aunque a menor medida , es difícil oír música en el desierto, generada por vientos, el rozamiento de la arena con la arena, los truenos ensordecidos y desintegrados entre nubes de polvo que se elevan al cielo como verdaderas montañas... ¡y apenas puedo tener una noción de montaña basada en los picos rocosos que por momentos he observado en el horizonte!

 Pero la magia del desierto obliga al refinamiento de los sentidos alcanzando una fantástica gama de blancos y ocres casi ilimitada; la profundidad del cian en los cielos; la distancia y parpadeo agonizante de algunas estrellas... la descomposición de los colores en los cristales de la arena...  la sequedad o humedad del aire...

 Todo se vuelve maravillosamente variado, en un espectro limitado. Entonces la imaginación busca detallados recuerdos de sustancias o imágenes para resolver acertijos frente a situaciones extrañas.

 Aquella tarde, preciosamente fresca y que se dispersaba en la noche, hechizada de tantas estrellas que ni siquiera se escondían con el sol, aquella hermosa noche donde la briza componía una melodía apacible y misteriosa, con perfumes del monte y frutas fermentadas, con el olor metálico de las rocas bruñidas por la eternidad de los tiempos, presencié una escena tan absurda que podría retener como inteligente y acertada.

 Frente a mí, desde la puerta de mi cueva y trazando secuencias de sombras a lo largo de los ojos entrecerrados, apareció una formación de criaturas que avanzaban con paso firme, y para mí, bastante rápido.

 Alineados con separaciones de más de veinte metros entre sí, y abarcando una línea de horizonte a horizonte, estos individuos caminaban sobre el desierto.

 Me asustó el no haberles sentido llegar, pero comprendí que el perfume que sentía estaba contaminado por ellos, y más precisamente por la sustancia que expulsaban.  Una vez pasaron frente a mi madriguera, continuaron a paso firme y veloz, y yo fui tras ellos con la idea de que me vieran, pero sobre todas las cosas, que vean que soy inofensivo.

 Su dirección no variaba, y las coordenadas de su desplazamiento estaban perfectamente alineadas al acantilado y el monte, por lo que les seguí con calma y apenas mirando hacia atrás para corroborar que su curso era siempre el mismo.

¡Amigo! (Grité a uno de ellos que hacía un rato me había observado en más de una ocasión.)

¿Hacia dónde se dirigen, si se puede saber y no es un desatino de mi parte plantearle esta pregunta?

-¡Hola, pequeño! -Me respondió con voz jovial, y además, el "pequeño", me pautaba que mi propósito de caer amigable había funcionado.

-Nos dirigimos hacia los valles de los Feudos Cróxis, hasta allí, nada más.

-¿Feudos Cróxis?

-Así es, pequeño amigo. Allí el suelo se vuelve absolutamente  árido y nuestra empresa no es posible.

-Pero, ¿qué hacen? (Ni  bien pregunté, noté que de sus hombros surgían pequeñas flores o piezas metálicas que se asemejaban a flores. Que de su zona plana con forma de disco, brotaban pequeñas partículas desde perforaciones dispuestas concéntricamente.)

-Fertilizamos el desierto para que en un futuro sea posible que crezcan plantas.

¿Crezcan plantas? ¿Y el otro tipo de hace unos días sacaba aceite negro de abajo del suelo y estos tiran cositas en la arena? ¿Qué es esto? Comenzaba a fastidiarme, más que el ignorar cómo podría ser mi desierto, donde forasteros venían y me hablaban de cosas que no conocía porque no se ven, que además hagan lo que les plazca sin consultarme. Tuve un arrebato de locura, posiblemente si estos personajes no hubiesen sido tan afables en su trato, difícilmente lo hubiese concretado. Pero el hecho fue que lo tuve: corrí hasta situarme delante de ellos, más precisamente frente a aquel con el que había mantenido la conversación. Me paré  obstaculizando su recorrido, a unos metros. Más que continuar y pecharme, o directamente evadirme sorteándome por un costado, este tipo se paró... ¡y todos pararon al segundo! Miré hacia ambos lados de la línea y todos, hasta desaparecer de mi vista, se habían frenado. Todos miraban hacia aquí, y lo deduje por la postura marcial y geométrica de cada uno de ellos al estar girado hacia mí. Hubo un gran silencio, y yo me apuré a plantear mis argumentos sin darles tiempo a retomar la marcha.

¿Por qué nadie me ha consultado si yo, habitante de este desierto, estaba de acuerdo con que llevaran a cabo tal empresa? ¿Quién me preguntó algo si quería que tiraran esas cositas por la arena? (Se mantuvieron en silencio un rato, un eterno e inquietante rato.)

-Amigo... pequeño amigo, no lo hicimos porque el desierto es muy grande, y recién lo conocemos a usted... Venimos hace más de tres años en esta dirección, y no cruzamos más que algún individuo en la lejanía que no tuvo el más mínimo acercamiento con nosotros.

(No sabía qué contestarle, y permanecí desafiante.)

-Escuche -dijo el que se encontraba inmediatamente a la izquierda del que tenía en frente, -¿usted nos permitiría continuar con nuestro trayecto, fertilizando el suelo? ¿Cree que esto pueda generarle algún inconveniente?

-Pero eso que tiran, ¿hará que crezcan plantas, como en los bosques con lagos? (Mi pregunta fue algo estúpida pero directa: hacía nuevamente referencia a cosas que no conocía, y la conjunción bosque-lagos era, simplemente, infantil.)

-Es muy posible que eso ocurra, dentro de muchos años. Seguramente no estemos vivos para confirmarlo, pero ha funcionado en otros lugares de idénticas características: desiertos inhóspitos hoy son bosques frondosos; junglas exuberantes antes eran planicies de piedra y arena...

No estaba en condiciones de reafirmar lo dicho ni detractar, por lo que miré el suelo y la uniformidad de los cristales de arena me enceguecieron por unos segundos. Además, si se trataba de traerme el paisaje de mis sueños a la puerta de mi casa, me hacía un formidable favor, porque el tiempo pasaba y yo era incapaz de aventurarme en su busca.

Bueno, sigan... y ojalá que crezcan algunas plantas antes de que me muera. (Dejé escapar como un desafortunado consuelo.)

-¡Pero eso delo por hecho! Usted habló de bosques con lagos, no sería posible que en tan poco tiempo se llegue a esa escala, pero sí de grandes extensiones de flora. -Me comentó el que estaba en frente. Creí que me enloquecería de alegría, y cuando reanudaron la marcha, el que estaba delante mío, me dijo:

-El monte con frutos es un ejemplo, tiene siglos de vida. Con este proceso se expandirá y habrá muchas variedades de plantas, créame amigo.

 Me hice a un lado para no retrasarlo, y los acompañé ladrando de alegría; ellos reían y yo ladraba...

 A la vuelta, en medio de la noche cerrada pero bajo una bóveda de estrellas que iluminaban todo el desierto, y a pesar de correr como demente por algunos tramos (de alegría, no por pavor como acostumbraba), sentía la arena meterse entre mis dedos y yo expulsarla al aire en cada zancada...

 No fui a mi guarida. Pasé sin mirar el acantilado de los imbéciles (así le había apodado), y fui hasta el montecito sólo para admirar las plantas.

 Todas armónicamente enredadas, siguiendo patrones de color, forma y proporciones salvajes que solo ellas conocían. Las admiré un rato largo y vi la luz de las estrellas introducirse en sus frutas pomposas de agua y rojas como la sangre, pesadas, ocultas algunas entre las hojas, diseminadas las ramas con pequeñas flores blancas entre la maleza agreste, opacadas por la arena y el polvo de los vientos...

 Decidí que era necesario manejar más datos sobre lo que implicaba ser un bosque, con y sin lagos. Creí que hipnotizaba a las plantas para que se expandan, pero esto me dio gracia por ridículo y mediocre de mi parte...

 Volví a mi cueva, feliz como pocas veces, rebosante de energía más allá del cansancio de las corridas y macacadas que había hecho...

 Esa noche iba a soñar con bosques atiborrados de plantas, pero con espacios para ver estrellas y filtrar el ruido de las cascadas estrellándose en los lagos.

RV 2023    



 

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