sábado, 5 de junio de 2021

2020 - Retractos II / Capítulo #06: Rahmnhii Saráth.

 Pese a su adicción a los números, Rahmnhii poseía el fuerte encanto de la percepción más simple, pero no por eso menos fantástica. Había pasado desde su niñez hasta sus ya holgados 66 años haciendo cálculos en base a la disponibilidad en stock de un producto, los aranceles de importación de otro, las promociones de ofertas que le permitan impulsar negocios a futuro, intercambios con monedas extranjeras, depósitos a plazo fijo e intereses varios para su empresa, o mejor dicho, la empresa para la que trabajaba: Importa Cops S.A.

 Ya al borde de su jubilación, prácticamente trabajando de manera automática y con asombrosa soltura (capacidad dada por años de experiencia), se presentó un negocio para la empresa el cual sería verdaderamente el segundo más importante desde su inauguración, cuando en 1923 se importaron con exclusividad absoluta enormes cantidades de tractores y maquinaria agrícola en un país que lejos estaba de ser un productor en ese campo, pero dadas determinadas situaciones geopolíticas que fueron en desmedro de otras naciones, se vio este país frente a una posibilidad única en esta materia productiva, y para la cual, con gran visión a futuro, el fundador de aquella empresa apostó casi todo su capital en estos aparatos.

 Ahora el tema era bastante diferente, pero al tratarse de un riesgo tan grande de inversión, podría llevar a lo máximo las ganancias de la empresa, como hundirla en la ruina más estrepitosa. Rahmnhii fue enviado a evaluar la compra e importación de una enorme cantidad de "núcleos operativos": centralitas robóticas que empleaban enormes cantidades de drones y otros robots autónomos para desarrollar labores de toda índole. Entonces allí fue enviado Rahmnhii y su infalible olfato para los negocios, ya que no se necesitaba de más de dos o tres técnicos para cotejar las prestaciones de cada núcleo en la práctica y en función de sus especificaciones.

 Fue sorprendente con la importancia que se recibió su visita, y con el respeto y admiración que incluso el director de la firma productora de estas obras de ingeniería excepcionales le esperaba... Los medios de prensa más destacados cubrieron el acontecimiento, muy brevemente, pero como noticia destacada de aquel día.

 Los técnicos, enviados por Cops S:A. que habían viajado por quinta vez ese año hasta la instalación de ensamblaje de las unidades robóticas, conocían a la perfección cada detalle de  cada núcleo, y las pruebas y exigencias a las que habían sido sometidas habían tenido resultados formidables, por no decir formidablemente increíbles. Pues sí, estaban preparados para hacer frente a una pandemia en un gigantesco centro sanitario; desarrollos viales de tamaños monstruosos; la seguridad y control fronterizo y de defensa de aquel estado disponiendo de una compleja red de misiles interceptores; planificar la merienda de millones de niños en sus escuelas de tiempo completo; agrupar logísticamente miles de conteiner en un puerto en cuestión de tres horas... Una verdadera maravilla de la que poco podría hacer un millón de individuos excelentemente entrenados en comparación.

 Rahmnhii nunca ocultó su asombro, y a cada demostración resuelta positivamente con un ingenio incuestionable, el viejo Rahmnhii acompañaba afirmativamente con la cabeza, en elocuente señal de admiración y sorpresa. Su visto bueno estaba ya casi dado, y como todo protocolo entre aquellas empresas y países, se firmaría el acuerdo en cuestión de dos semanas. Rahmnhii fue despedido con todos los respetos y partió en un vuelo hacia su país, en constante comunicación de sus enviados y directivos de la empresa, los cuales se deshacían en elogios y hacían enormes pausas a lo que creían que podría decir o acotar el genio de Rahmnhii. Pero sucedió lo inesperado, y cuando Rahmnhii pidió por favor a la azafata un poco más de azúcar en su café, comprendió que su decisión no era en absoluto buena, y que si bien podía ser un verdadero negocio en particular para su empresa, no lo sería para nadie más; era una movida formidable y avanzada, pero no para que él la implementara en ese momento, sería para que un sustituto suyo, una vez jubilado, retomo nuevamente las negociaciones dentro de unos años.

 Sí, fue cuando la azafata sirvió una nueva cucharadita de azúcar en su café, y con absoluta gracia revolvió el líquido negro, y luego retiró la pieza metálica haciéndola chocar y sonar con la porcelana, para después salpicar con pequeñas gotitas de café sobre el pocillo y el mantel, que Rahmnhii lo comprendió todo. Y entendió que aquel momento no existiría más, que su hijo no podría dar clases en la Universidad, que su hija ya no podría atender al público en aquella confitería, que sus sobrinos difícilmente continuasen estudiando, que les faltaría la posibilidad y el espacio para desarrollarse, que no se encontraría más con su amigo y vecino en la panadería porque ahora habría un dispensador para el pan (perfectamente calibrado y con cada pieza de bizcocho idéntica a la otra), que ya nada sería como antes...  

 Notó que no se había quitado el sombrero dentro del avión y le pareció ridículo, pero así y todo, formidable, correcto y original. Vio la pantalla del teléfono encenderse y claramente la palabra Directorio en ella. Tomó el aparato y antes de sentir palabra alguna, dijo con voz calma y serena como la que un druida podría haber tenido:

-Cancelen la compra e importación. No están las condiciones dadas para este negocio. Se trata de un riesgo de proporciones gigantescas.

 Del otro lado hubo una pausa demasiado larga. Luego se sintió la voz de su interlocutor decir: -Perfecto, comunico ya al grupo y directiva para dejar sin efecto las transacciones. - Luego de la pausa, se sintió nuevamente la misma voz: -Gracias, Señor Saráth.

 Era evidente, todos temían que aquello desembocara en lo que percibió el viejo Rahmnhii, pero nadie se atrevía a decirlo. Ahora el vuelo era absolutamente relajante y lo tomó el viejo como unas vacaciones a no se sabe dónde, pero sintió la energía y anciedad de tomar otro café. Entonces se giró y encontró a la azafata que ordenaba delicadamente los platillos en un estante, a medida que los secaba con un trapo. Ella le sonrió con la sonrisa más agradable del mundo. Él hizo lo que pudo y también le sonrió con sinceridad, y bastó que alzase tímidamente su dedo para que la mujer entendiese, de que aquel viejo simpático que viajaba con el gorro puesto, quería otro café asquerosamente cargado de azúcar.

 

RV 2021

 



 

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