domingo, 25 de noviembre de 2018


Los Viajes de Pingusio, Capítulo #06: "Protección"

 El vuelo rapaz de aquella enorme ave fue detectado por Pingusio, y en su trayectoria casi circular, evidenciaba un centro de importancia al que el pajarraco sobrevolaba insistentemente. Se posaba allí durante un rato, luego, como buscando algo, emprendía nuevamente el vuelo alejándose durante escasos minutos del montículo sobre el que se posaba.
Pingusio se dirigió allí y rápidamente fue avistado por el pájaro negro, quien volvió a estacionarse sobre su base, sin quitarle la vista de encima, la cual era verdaderamente formidable, ya que había divisado al pequeño Pingusio apenas este tomo dirección hacia su morada.
Pingusio se posó sobre una señalización que nada expresaba, a canto de una construcción derruida, y de frente al enorme pájaro que le sonreía con evidente satisfacción.
 El ave negra inmediatamente recibió a Pingusio cortésmente, dando a entender la felicidad que le ocasionaba su presencia:
-Seas bienvenido, pájaro esmaltado. -Permaneció sonriente y al mismo tiempo, parecía expectante. Pero no pudo Pingusio modular palabra que el pájaro negro continuó:
-Óspinides es mi nombre, y expreso mi felicidad ante vuestra presencia. Te he visto bajar en vuelo dinámico y controlado, y no dudo ignores sobre lo que estoy posado.
Para Pingusio ya era sorprendente que le hubiese llamado "pájaro esmaltado", que le detectase en vuelo hacia él estando a una altura considerable, y que intuyera su curiosidad sobre el escenario. Entonces Pingusio detectó objetos metálicos dentro del pequeño templo, amontonados con cierta lógica, no desparramados, y también se dio cuenta de que estaban constituidos por igual materia que aquellos contenidos dentro del cofre sobre el que el que el mismo Óspinides estaba apoyado.
-Pingusio, explorador. -Respondió secamente. Notó en la pausa del gran pájaro un titubeo que seguramente fuese desconcierto, porque "explorador", es sinónimo de "observador", y ahora su postura inquisidora estaría bajo la meticulosa atención de su recién llegado interlocutor.
-Estimado Pingusio, me alegra que no seas una simple ave migrante, desposeída de apreciaciones profundas y acotaciones enriquecedoras. Sé en lo que piensas, y me satisface premiar a los pensamientos sofisticados.
Pingusio permaneció en silencio. "¿Sofisticados?", -pensó,  "¿qué es eso?" Durante el vuelo de más de trece horas que lo distanciaba con el agitador incongruente, por su cabeza habían pasado varios pensamientos, la mayoría contaminados por lo visto desde su partida, por sueños confusos, y por el arte de recordar, simplemente. Había pensado en una locomotora enterrada hasta la mitad de la caldera (a la que detectó bajo la arena como una 4+6+4, sin tender); un arbusto que desde la altura parecía una mano extendida; recordó la espuma de una cascada que cerca de su pueblo se estrellaba contra las rocas haciendo un efecto de humo que daba a entender, confusamente, que aquello se estaba quemando; la conexión entre los afluentes de un río y los espacios en blanco que se trazan en una hoja de texto, cuando casualmente las palabras se alinean dejando estas callejuelas vacías; pensó en el color de los pétalos y el de los colores de las escamas de los peces, y se ofuscó por desconocer la diferencia entre ellos, y dudando de que flor y pez sean lo mismo... Pero cuando estos pensamientos se ordenaban, Óspidides le habló:
-Pensaste en el ciclo de los hielos, sus caprichosas formas y el reflejo de la luz en sus caras; pensaste en la capacidad de un cachalote para nadar y el de un buque maniobrando en alta mar; -hizo una pausa, movió la cabeza velozmente hacia arriba, como los pelícanos cuando tragan su presa, y continuó, -te preguntaste en más de una ocasión cómo es posible que existan tantas configuraciones distintas entre los aviones, y sea siempre la misma entre las aves...
Pingusio  pestañeó y esto quedó como una afirmación. No había pensado en nada de aquello que el pájaro negro decía, o si de algún modo lo había hecho, no fue durante este viaje.
Óspidides bajó del cofre, levantó la tapa con candado y abertura incluidas (lo que dejaba más que claro que no funcionaban), introdujo su pico dentro y extrajo una moneda dorada, casi cobriza de su interior. Bajó la tapa con el ala misma que la había sostenido, y lentamente se acercó a Pingusio. De forma muy delicada y apacible, estiró el cuello y ofreció la moneda a Pingusio. Pingusio la tomó luego de obserbarla un instante desde el sesgado ángulo que su propio pico le proporcionaba. La dejó caer al piso, antes de que se disipara la nubecita de polvo que levantó la moneda al impactar en la arena, ya se había precipitado al suelo para contemplarla. Dio un par de pasos logrando que su ubicación de mejor perspectiva a la figura contenída en el círculo. Era una niña de perfil, delgada y con una colita alta. Su cuello fino se apoyaba en los hombros pequeños que cerraban elegantemente la imagen contra el borde recorrido por letras desconocidas. Si bien la belleza y armonía que solo las proporciones femeninas pueden ofrecer, en cualquiera de sus detalles, le resultó clara, le costó comprender que el pelo era pelo, y la lectura inquietante surgía de su representación metálica, en la materia, lo que le confundía con escamas. La tomó con la punta del pico, hizo igual movimiento que el pájaro anfitrión había hecho minutos atrás, y la moneda dio un salto y fue a parar al estomago de Pingusio. Cuando se volteó a mirar a Óspidides, este reía en silencio, quizá enternecido con el pequeño pájaro, quizá embriagado por su propio genio capaz de comprender la naturaleza de un pichón viajero.
 Pingusio agradeció cuando el pajarraco introducía la cabeza dentro del templo arruinado que se encontraba allí, cerca de ellos, sacando otro objeto metálico parecido a un viejo reloj, de similar tamaño a la moneda, al que introdujo de un santiamén en el cofre.
Ni bien Óspidides se paró sobre el deteriorado baúl, Pingusio nuevamente dijo "gracias", desde abajo, viendo en perspectiva al pajarraco que le respondía con una cálida sonrisa.
 Entonces Pingusio se inclinó ligeramente para dispararse hacia el cielo y continuar su travesía, conmovido por las palabras poco acertadas de aquel personaje sobre sus pensamientos y recuerdos, y por su generoso regalo, cuando escuchó claramente lo que le dijo Óspidides al alzar el vuelo, y que quedaría marcado para siempre en su memoria: "Pingusio, las flores, los peces y las aves no son lo mismo, aunque recubran sus cuerpos del sol y la lluvia".

RV 2018


   

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