martes, 12 de agosto de 2014

Historias aberrantes - Capítulo #4: "La espera".
 Como un pájaro volando en un cuarto cerrado, como pétalos caídos dentro de un jarrón oscuro y frío, chocando contra el espeso muro del humo que envuelve un bosque en llamas, Joaquín consumía la ira que cada día lo desborda.
 No en vano esperaba sentir las llaves que hermetizan su aliento del exterior, y lo hacen palpitar empeñoso en su empresa, alejado del bullicio. Se ha planteado, como una promesa anudada al tobillo de un náufrago, no permitir que le tormento lo ahogue más, porque de ser así, lo sentenciaría a muerte.
 No faltaron en su imaginación las ocurrencias más tenebrosas para impedir o modificar aquella situación, para retener a Noelina a su lado con el vigoroso impulso que desde un principio los unió hasta hacía escasas semanas.
 No compartían las mismas vías o carriles, sus vidas se separaban indefectiblemente, esbozando cruces que, pareciendo coincidencias, desnudaban la más absoluta intolerancia e incompatibilidad.
 Pero a la mirada fría y silenciosa con que la mujer retenía la adiposa pena del hombre, Joaquín se reflejaba en otro costado, en otra situación y bajo la perspectiva de un posible cambio. Pensó abatirse frente al instinto animal que le obstruía cada vez más tener una actitud civilizada, cuando no, humana.
 Las horas de ausencia de Noelina se fundían en la esmerada actividad de Joaquín en su altillo. Frente a la fragua y el buril, donde poco a poco formó su nuevo calendario de vida. En él, bien marcados estaban los días de paseo y descanso entre los árboles al margen del río, o el placer del frío en la colinas linderas.
 Esperaría. La contemplaría alejarse temprano en la mañana, y retendría aquella imagen, mejorada, retocada, si bien algo más cercana a él, durante las largas noches en que se ausentara. Luego prestaría atención al bajar la escalera, con la visión drásticamenet limitada, pesado insecto al asecho, hasta ubicarse donde sus articulaciones encuentran libertad de movimientos, velocidad y contundencia.
 El sol calentándole el esqueleto por momentos le hacía pensar que por él corría sangre. Inmóvil e impávido, esquivado por el viento que le hace más brillosa su coraza, permanecía a la espera, al instante propicio de derramar toda la pena, inundada de energía cegadora y punzante.

RV 2014.

 

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