jueves, 13 de octubre de 2011


Un día me pasó esto:
Bajo un cielo repleto de aviones donde la luz se filtraba intermitentemente entre miles de alas y fuselajes, la vi caminar salpicada de sombras veloces y presionada por la atmósfera húmeda del verano.
La seguí. Ágiles movimientos la pusieron del otro lado del portón. Lejos de las baldosas mojadas, se introdujo en la casa de su madre apartando la puerta como a un decorado de papel.
Frente a la mesa devoraron un conejo de chocolate de angustiosa mirada. Dentro de éste, a la altura del cuello, encontraron un papelito enrollado que llevaba escrito: "Chocolate Mónkis te lleva a conocer los Glaciares del próximo mileño". El aturdidor zumbido de los aparatos me impidió escuchar sus comentarios, pero las vi moverse hechizadas por la risa.
Volví sobre mis pasos, dejé atrás la avenida boscosa y fijé mi atención en el intermitente cardume de aeronaves. Hacía mucho calor.
Un hombre vestido elegantemente de traje azul oscuro, desde el techo de un tranvía estacionado al margen de la calle y rodeado de numerosas personas, gritaba con un megáfono de forma tan horizontal que parecía se dirigiese a los edificios, haciendo rodar sus palabras por encima de la cabeza de los espectadores: -"Los motores lineales pintados de amarillo, los radiales de gris. Los reactores color aluminio!"
Mientras tanto, un pequeño coche decorado con arabescos como el tranvía, mediante un alto parlante persuade a la gente de encender velas esta noche, de saludar a los aparatos que surcan el cielo desde el suelo, inmutables a lo que sucede abajo.
Entre la gente que se esparcía como ganado, detecté a la joven que hace minutos se comiera el conejo Mónkis con su madre. Hice un gran esfuerzo, fijé la mirada en su rostro y exploré sus expresiones. Percibí su decisión e interés por la propuesta de las velas, y cuando me hice a un lado para dejar paso al confuso desplazamiento urbano, la perdí de vista.
Aquella tarde volví antes de mi paseo habitual que de costumbre. Me afeité e hice sonar mis nudillos sobre una vieja botella de Merlot que me esperaba hacía años. Con elegancia subí las escaleras que conducen al altillo marcando un homogéneo ritmo con los zapatos en los gastados escalones. Entré en la pequeña sala de aire añejo y en un cajón de la vieja cómoda de la abuela, me aseguré que estuvieran allí las velas que desparramarían luz esa noche.
RV-?.

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