Retractos # 02; “Sandrita”
Hay, Sandrita, Sandrita… Son pocos los momentos en que logro seguir tu
discurso y encaminar mis pensamientos detrás de tus comentarios perezoso y, por
momentos, estúpidos. Como sea, que me hables de una cordillera sembrada o el estuario
de un río me es prácticamente igual, porque no me es posible abstraerme al
punto de imaginarlos, por más simple que sea mi representación, pues cuando hablás, de esa forma tan seca y con sonoridad austera, tus
palabras parecen flotar en cada pausa, como pequeños ingredientes arrojados en
una olla enorme y vacía.
Especulo con
sorprenderte algún día con comentarios relacionados a tu pasión, la geografía, y
así retenerte un rato más y calibrar como un técnico de qué modo invitarte a
salir aunque no tenga la más pálida idea de a dónde. Es cierto que tampoco me
esmero lo suficiente, digamos que pienso esto cada vez que te veo y luego mi
plan se desvanece como todas las idioteces que me comentás,
monótona y lerdamente.
Sería tan fácil, a
esta altura, que comprendas mis intensiones o que al menos las intuyas, pues
tampoco disimulo al mirarte y cualquiera se daría cuenta a la legua de que lo
único que busco el “levantarte en la guasca”.
Te veo pasar al almacén
con paso de cachorro de dinosaurio, pesada y ágil a la vez, con tan poca gracia
que se produce el efecto menos esperado y seductor al sacudirse de forma
graciosa tus pequeños senos, apuntando ciegos a la dirección que tu mirada
persigue con penosa expresividad, por no decir, inexpresividad.
Por fortuna, si así
puedo llamarle, tu madre parece una persona afable con la que se puede
conversar sin complicados guiones superficiales, y además, evidencia que le
agrado. Esto me hace estar al tanto de detalles de ti, la “pequeña geógrafa”.
Datos tan insignificantes como inocuos o insípidos, pues de poco me sirve saber
que te apasionan bandas que olvido ni bien tu madre termina de pronunciar sus
nombres, o que sos adicta a basura como la mayonesa,
o que tenés alergia a tejidos sintéticos. Este último
dato, bien exprimido su contenido y rebuscadamente interpretado, me podría
sugerir visiones o argumentos donde te doy, como quien lava y no tuerce, sobre
esponjosas sábanas de sedas de delicados colores pastel. “Es tan distraidita
que a veces, cuando lee en el patio, se le paran pajaritos en la cabecita”, me
cuenta su mamá. Los diminutivos no hacen más que potenciar de forma
inversamente proporcional, la profundidad de penetración que imagino a Sandra, Sandrita, “La Sandrititita”.
En fin, Sandrita, preferiría no ser inoportuno y grosero, pues esto
me fastidiaría más por sentirme cercano a la masa de primates que pueblan esta
ciudad, que por la ofensa que a vos pueda ocasionarte.
Ahora, después de
terminar con la nefasta tarea de cortar el césped del grotesco trozo de tierra
con plantas al que mi madre llama “jardín”, preparado el mate y pronto a
entrarle a un ladrillo de texto sobre biología, me sitúo en la ventana a la
espera de que aparezcas. Reconoceré fácilmente tu andar casi de simio y tus
ademanes llamativos antes de atravesar la calle; te veré subir la vereda con un
brinco de tapir hembra y combinar tus rechonchitas piernas blancas al paso de
cachorro de triceratops. Pasarás junto a mi ventana y cuando me veas enmarcado
en la ventana, cebándome el mate, te detendrás para saludarme, con pocas
palabras y en tono de momia. Entonces, haré un esfuerzo para concentrarme, y
lejos de estar nervioso por tu presencia, deslizaré imitando tu tono y carácter
lo que desde esta mañana he pensado en preguntarte, cuando tu boca me recordó a
la flor de un hibisco al que cabernícolamente podé:
¿Te querés casar conmigo?
RV 2016.
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