Retractos # 06:
“Amalia Sapryzthyx”
No estuve presente
cuando el retracto fue creado, pero distingo benevolente, cualidades puras
representativas de la Licenciada Amalia.
Su carácter podría
compararse al de una jauría de lobos, reunidos en una perra, sin ánimo de
ofender, pero no tendría
manera
de esbozar comentarios acerca de ella si no partiese de distinciones que la
separa de sus colegas y demás personas que he conocido.
Sus clases de
historia del arte, a veces simples reseñas inconsistentes de un proceso del que
rescataba todo aquello que no tenía la menor relevancia, fueron, de algún modo,
el disparador de numerosas investigaciones y deserción estudiantil.
Sería un error
abordar pasajes de sus exposiciones, más allá de puntuales comentarios que son
producto de alguien que no comprende algo que no profesa, ni jamás ejerció.
Así para Amalia Sapryzthyz la obra del Caravaggio
era cuestión de paciencia: “en aquella época tenían tiempo abundante para
dedicarle a un cuadro, y por eso hacían esas cosas”.
Sublime razonamiento; la Licenciada carece del
tiempo suficiente para generar obra de la calidad del Caravaggio,
ya que son otros los tiempos, deduciendo que de abundar los días y meses donde
concentrar su esfuerzo, serían tantos los Sapryzthyxs
como los Caravaggios a admirar.
El arriesgado
criterio del tiempo en función de una obra que manipuló nuestra docente, saltaba
argumentos como décadas en una gráfica del tiempo, y sobre acontecimientos
históricos condicionantes que leudaron definiciones artísticas e impactantes
propuestas, este proceder de “saltamontes” fue devastador para el curso.
Cuando el curso se
había iniciado, parecían confusas sus apreciaciones, y esto, por extraño que
parezca, jugaba a su favor. El maestro abre juicio sobre una obra, y de no
entenderse cuales son sus argumentos o hacia donde apuntan sus inquietudes, sin
duda sus aprendices distan mucho de su genio.
“Así quien no, con un
Rey atrás, cualquiera pinta en vez de trabajar en el campo.” Comentó al
final de una clase. Por fortuna la desesperación por salir de aquel
rudimentario salón para aplastar imbéciles descongestionó las aulas y corredores,
y sus reflexiones de subnormal se desintegraron como la poca gracia del polvillo
de tiza que se desprende al borrar el pizarrón.
¡Velásquez, agradece
a su Majestad, campeón de la fe cristiana, el que hayas andado en harapos y sin
zapatos en vez de labrar la tierra con herramientas toscas que impidan ser
utilizadas como armas! Sin materiales para trabajar y sin zarabandas para
bailar, igualmente sentite un privilegiado en la
tierra de los olivos.
Una tarde se presentó
a clase evidenciando una total apatía e intención de hacer nada que justifique
su presencia. Argumentó un fuerte dolor de cabeza y problemas incomprensibles
con un vecino loco. La mitad de la clase, que hacía de cuenta que entraba o
salía, huyó de forma grosera sin el menor disimulo una vez que comprendió sus
ademanes.
Quienes permanecimos
en el aula, varios de nosotros drogados, comprendimos que aquello sería una
verdadera enseñanza sobre el arte. De pie, de brazos cruzados y apoyando su
buen culo contra el escritorio, permaneció con la mirada perdida en el suelo,
seria y distante. Se hizo un silencio que obligó a posar la atención en cosas lejanas
o pensar en fantasmas circundantes. Observé su seño fruncido, la idiotez
estrujada en su cerebro compartimentado de forma tan complicada que merecería
un elogio, más si se desconociera que era el producto de razonamientos
mezquinos y desatinados, adversas recomendaciones que su alma segrega
incompatibles con el arte y el mundo. Entonces observé sus caderas, las piernas
cruzadas y juntas alisaban el pantalón generando una “Y” perfecta que contenía
su sexo como una copa, y que ondulante se ajustaba a la cintura con una armonía
perfecta. Difícilmente ella fuese capaz de imaginar aquellas formas mediante
pensamientos como los que habitualmente tenía.
Habló de “La
síntesis”. Arma de doble filo para la mediocridad, delatada negación para
compatibilizar la obra en función del tiempo… Hizo extraños ademanes y disparó
frases que por tan comunes parecían engrudo sonoro que se pegaba como moscas a
las paredes. Su tono tomó un cause de consejo, escapando del consuelo que
parecía exigir por estar allí y no saber qué la había llevado a esa situación,
y, peor aún, por qué mierda estudió esa cosa llamada “historia del arte”.
“En el verdadero
artista se aprecia la síntesis” – Dijo. Me reí y disimulé con una tos aquella
conclusión lanzada como luz a gusanos que al amparo de la oscuridad, se
revolvían entre sí, sin reconocer qué se comía o qué era excrementos.
Seguramente el
trabajo en el plano es, por sí mismo, síntesis. El manejo de información
expresiva o elementos estéticos sobre él
depositados no son el resultado del tiempo o proceso de elaboración, son
simplemente eso, trucos ordenados o en desorden que hablan con el lenguaje
gráfico y cuentan algo. Para alcanzar esa síntesis de la que la Licenciada habla,
posiblemente sea necesario conocer lo que no está, porque estará implícito en
el lenguaje de manchas, puntos o líneas, y no en la devastación de la
estructura de la obra por el simple motivo de “eliminar información”.
La clase fue
terrible, inconexa, contradictoria con lo visto hasta el momento desde antes de
llegar allí, y desafortunadamente aburrida. Era más la energía que requería
encausar la clase por una senda lógica que enfrentar argumentos o generar otros
diferentes.
El timbre sonó cuando
ya estábamos saliendo del recinto donde se “aplastan imbéciles”. Curiosamente,
la profesora quedó delante de mí y aprecié el movimiento de sus piernas y la
alternada montura que hacía una nalga sobre la otra al caminar. Pensé si esos
pasos generasen una línea en su recorrido capaz de interpretarse como una obra,
como un friso. Si la presión de cada pie era igual en toda la superficie de la
planta, y si eso no advertía ritmos o matices diferentes.
Bruscamente se dio
vuelta, como si recordase haber olvidado algo, y me encontró a mí a escasos
metros con mi mirada fija en su trasero creador.
Pareció sonreírme y
pasó muy cerca mió. No me di vuelta para ver hacia donde iba, seguro se hubiese
olvidado de hacer algún tramite dentro de la facultad.
Ya en casa,
preparándome con lentitud un café que hasta hacía un par de horas me
recriminaba no haber tomado antes de salir, contemplé mi sombra que un extraño
rebote de luz proyectaba sobre la pared de la cocina. Supuse fuese una pintura
en el plano, simple y desprovista de cualquier detalle que estuviese contenido
dentro de ese contorno gris azulado y que en mí, quien la generaba, estaban en
el color de mi ropa, las texturas del pelo, la piel y la tela, etc. Entonces
automáticamente pensé de forma inversa en relación a las caderas y el cuerpo
todo de la profesora, apoya al escritorio, detalles de formas que envuelven y
se amoldan armoniosas a una estructura bien definida, esbelta, seductora.
Algo pareció entonces
contradecir mi razonamiento con respecto a lo dicho por la Licenciada en cuanto a
la síntesis, y fue algo que ella, ahora lo dudo, posiblemente hubiese asimilado
hace tiempo, y que yo, ni siquiera era capaz de detectarlo: la síntesis es un
modo de vida, y en la representación en el plano, en el ejercicio del arte, no
es más que eso que estaba delante mió y no veía, me refiero a aquello que,
entre artilugios, matices soñados y maravilloso contraste, es lo que realmente
atrae al punto de que la obra gire en su entorno.
RV 2016
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