Retractos # 08:
“Soldadito de plástico”
Fue una tarde como ésta, en la que salía
de la farmacia y el cielo estaba atrapado entre arañas de luz que descargaban
sin piedad agua fría y dolorosa.
Se alternaban
comunicados del gobierno que aumentaban la discordia y nos preparaban, mediante
movilización mecánica, a enfrentar al enemigo (nuestro vecino), o a permanecer
expectantes frente a una salida pacífica y sin arrebatos de muertes.
También salía de una
farmacia, por eso el recuerdo de Joaquín Temper, y por
eso la necesidad de rescatar postales de la infancia que quedaron entre el humo
de hojas secas y golpes de puño a un lado de la vía férrea, en el pedregal
manchado de sangre donde pequeños autitos quedaban para ser rescatados cuando
el juego se volvía perverso.
Joaquín, más grande
que cualquiera de nosotros, no solo en edad sino también por el tamaño
desproporcionado para sus once años, rasgaba las siestas mediante encontronazos
infelices, provocaba el llanto y la desazón de la diversión que poco a poco
endurecía su rostro para decirnos: “¿vieron?, otra vez el grandote hijo de
perra les arruina sus aventuras.”
Pasados los años,
evadida la disputa bélica de aquella época, hoy, se repite la historia. Decía
entonces, al salir de la farmacia vi a Joaquín entre
la tropa movilizada. Su rostro, aunque inexpresivo, manifestaba el temor de
enfrentarse a una escala de violencia en la que sus agresiones eran lamentos
arrojados al suelo sin el menor atisbo de sensibilidad por parte de los demás
jugadores de un juego torpe, pasajero y desmedido.
Las pérdidas, aunque
no manifestadas públicamente, eran la desesperada interrogante de vecinos del
barrio, fundidas en un “¿por qué mi hijo?”. Y yo, sin la edad suficiente para
apretar un fusil y la estupidez como para apuntar y dispararle a alguien, les
respondo hacia mis adentros: ¡porque este juego es el que ustedes cultivaron
como semilla del horror, planta inmunda que crece a sus antojo y escupe
desgracia y odio sobre los campos, sin necesidad de florecer ni dar sombra! ¡Es
la manifestación de ignorancia y mediocridad de cualquier población sumisa y
expectante entre el sueño y el miedo, es la guerra contra el barrio, la
escuela, la feria y todo lo que germina entre los hábitos civilizados de lo que
se considera un país, una extensión de tierra con un trapo ridículo que
llamamos bandera!
Él me vio y sentí su
odio y cobardía al saberse en una posición a la que ahora temía y que había
ostentado como un mono grosero entre nosotros. Le sonreí, ironicé una carcajada
y negué con la cabeza como si se tratase de un caso perdido, un paupérrimo
desenlace a la vista y consumado antes de su puesta en escena.
No me fue necesario
hacer más nada, pues intentó abalanzarse sobre mí y un suboficial, le gritó
obligándole a volver a su posición de soldadito de plástico.
No se si lloraba,
pero me detuve a verlo por última vez: su cara de imbécil descolorida, la
mirada de ganado pastando, la inercia de su estupidez contenida en la postura
desatinada de quien va a morir como una hormiga aplastada entre el bullicioso
tráfico mercantil.
Supe de él tres meses
después, y supe que había muerto dos meses y cuatro días atrás. Su acción en
combate se frenó con el encuentro con una división mecanizada enemiga. Abrieron
fuego y él pereció, como tantos otros, por uno de los motivos que uno nunca
hubiese sospechado, pero que es de los más desafortunados y comunes para la
infantería: derrumbe. En la frontera, en el pequeño poblado de Morinberge, detrás de colinas lustradas por la vid,
resistiendo una posición absolutamente innecesaria, los disparos de tanques
barrieron casas y sepultaron a parte de la tropa. Entre los desgraciados, el
pusilánime de Joaquín.
Terminado el
conflicto, restablecidas las conversaciones entre ambos países en disputa por
limites fronterizos, no alcanzado ningún acuerdo más que el de seguir con los
tratados previos al conflicto, saco mis conclusiones.
Junto a vía férrea,
donde tantas veces Joaquín supo arruinar nuestra diversión, me paro, fijo mi
vista en el punto donde las vías se juntan en el horizonte. Creo que por allí
se lo llevaron, y cuando lo devolvieron, como ironía del destino, fue recogido
por quienes lo querían, como los juguetes rotos por los que nosotros, mis
amigos y yo, volvíamos después de una funesta golpiza propinada por el difunto
Joaquín Temper, el soldadito de plástico.
RV 2016
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