sábado, 30 de enero de 2016


Retractos # 08: “Soldadito de plástico”

 Fue una tarde como ésta, en la que salía de la farmacia y el cielo estaba atrapado entre arañas de luz que descargaban sin piedad agua fría y dolorosa.
 Se alternaban comunicados del gobierno que aumentaban la discordia y nos preparaban, mediante movilización mecánica, a enfrentar al enemigo (nuestro vecino), o a permanecer expectantes frente a una salida pacífica y sin arrebatos de muertes.
 También salía de una farmacia, por eso el recuerdo de Joaquín Temper, y por eso la necesidad de rescatar postales de la infancia que quedaron entre el humo de hojas secas y golpes de puño a un lado de la vía férrea, en el pedregal manchado de sangre donde pequeños autitos quedaban para ser rescatados cuando el juego se volvía perverso.
 Joaquín, más grande que cualquiera de nosotros, no solo en edad sino también por el tamaño desproporcionado para sus once años, rasgaba las siestas mediante encontronazos infelices, provocaba el llanto y la desazón de la diversión que poco a poco endurecía su rostro para decirnos: “¿vieron?, otra vez el grandote hijo de perra les arruina sus aventuras.”
 Pasados los años, evadida la disputa bélica de aquella época, hoy, se repite la historia. Decía entonces, al salir de la farmacia vi a Joaquín entre la tropa movilizada. Su rostro, aunque inexpresivo, manifestaba el temor de enfrentarse a una escala de violencia en la que sus agresiones eran lamentos arrojados al suelo sin el menor atisbo de sensibilidad por parte de los demás jugadores de un juego torpe, pasajero y desmedido.
 Las pérdidas, aunque no manifestadas públicamente, eran la desesperada interrogante de vecinos del barrio, fundidas en un “¿por qué mi hijo?”. Y yo, sin la edad suficiente para apretar un fusil y la estupidez como para apuntar y dispararle a alguien, les respondo hacia mis adentros: ¡porque este juego es el que ustedes cultivaron como semilla del horror, planta inmunda que crece a sus antojo y escupe desgracia y odio sobre los campos, sin necesidad de florecer ni dar sombra! ¡Es la manifestación de ignorancia y mediocridad de cualquier población sumisa y expectante entre el sueño y el miedo, es la guerra contra el barrio, la escuela, la feria y todo lo que germina entre los hábitos civilizados de lo que se considera un país, una extensión de tierra con un trapo ridículo que llamamos bandera!
 Él me vio y sentí su odio y cobardía al saberse en una posición a la que ahora temía y que había ostentado como un mono grosero entre nosotros. Le sonreí, ironicé una carcajada y negué con la cabeza como si se tratase de un caso perdido, un paupérrimo desenlace a la vista y consumado antes de su puesta en escena.
 No me fue necesario hacer más nada, pues intentó abalanzarse sobre mí y un suboficial, le gritó obligándole a volver a su posición de soldadito de plástico.
 No se si lloraba, pero me detuve a verlo por última vez: su cara de imbécil descolorida, la mirada de ganado pastando, la inercia de su estupidez contenida en la postura desatinada de quien va a morir como una hormiga aplastada entre el bullicioso tráfico mercantil.
 Supe de él tres meses después, y supe que había muerto dos meses y cuatro días atrás. Su acción en combate se frenó con el encuentro con una división mecanizada enemiga. Abrieron fuego y él pereció, como tantos otros, por uno de los motivos que uno nunca hubiese sospechado, pero que es de los más desafortunados y comunes para la infantería: derrumbe. En la frontera, en el pequeño poblado de Morinberge, detrás de colinas lustradas por la vid, resistiendo una posición absolutamente innecesaria, los disparos de tanques barrieron casas y sepultaron a parte de la tropa. Entre los desgraciados, el pusilánime de Joaquín.
 Terminado el conflicto, restablecidas las conversaciones entre ambos países en disputa por limites fronterizos, no alcanzado ningún acuerdo más que el de seguir con los tratados previos al conflicto, saco mis conclusiones.
 Junto a vía férrea, donde tantas veces Joaquín supo arruinar nuestra diversión, me paro, fijo mi vista en el punto donde las vías se juntan en el horizonte. Creo que por allí se lo llevaron, y cuando lo devolvieron, como ironía del destino, fue recogido por quienes lo querían, como los juguetes rotos por los que nosotros, mis amigos y yo, volvíamos después de una funesta golpiza propinada por el difunto Joaquín Temper, el soldadito de plástico.

RV 2016 


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