Los Viajes de
Pingusio, capítulo #09: "Descontrol Nocturno"
No se podría
catalogar a aquel individuo como un primate, más allá de que su nombre, de
algún modo, así lo presentara: "El Mono Bingo". Pero fue Pingusio
quien llegó a tan formidable conclusión, lo que deja al descubierto el
verdadero carácter de los viajes al profundizar en la sensibilidad del viajero.
Pingusio observó sus manos y allí encontró elocuente torpeza y brutal
motricidad, alejándole diametralmente del concepto de "simio".
Desde la altura lo
vio Pingusio, pero cuando ya sus agudos sentidos mermaban de forma contundente,
llegado el atardecer, entre la borrosa visión de lo que era noche y era cosa.
Entonces se esforzó por retomar el vuelo, a metros de la roca seleccionada para
su descanso, y se acercó muy tímidamente: aquél grosero individuo levantaba
enormes nubes de polvo con sus movimientos bruscos y descontrolados. Al verlo,
el enorme mono se quedó embrujado, y poco a poco desaceleró sus movimientos
hasta permanecer completamente estático: el polvo se disipó.
Pingusio permaneció
revoloteando en el lugar, pues aquel tipo no le inspiraba confianza.
-Pingusio, buenas noches.- Expresó claro y con voz fuerte el
pajarraco metálico sacando en claro que el bruto difícilmente le oyese.
El enorme simio
permaneció inmóvil. Una gruesa liana de baba caía desde su boca, se cortaba y
revotaba en su cuerpo hasta caer en el suelo arenoso levantando una gruesa
cortina de humo. Rápidamente, cuando Pingusio volvió su mirada hacia la
grotesca boca, ya asomaba entre los pequeños colmillos como una víbora de
cristal una nueva cascada de baba que rodaba sobre las encías de aquel
desagradable animal.
-Aeeeh... -Dejó escapar el gigante idiota. Pingusio observó
el vehículo que tenía atrapado bajo una de sus patas. Parecía una ambulancia o
algo así, por fortuna no parecía haber nadie en su interior.
-¿Cómo se llama?- Preguntó Pingusio. En otra circunstancia
menos aterradora, bajo un teatro más iluminado y frente a un interlocutor algo
más evolucionado, Pingusio lo hubiese llamado "amigo".
-Aeeeh... -Volvió a dejar escapar el animal. Su caja
torácica se expandía y contraía agitadamente y parecía respirar por la boca. No
cabía duda de que estaba extasiado frente a nuestro amigo Pingusio, quien no
paraba de mover las alas con mucha calma.
Pero en la oscuridad,
Pingusio escuchó una voz que le estremeció, y fue fácil deducir de que no
provenía del mono gigante, más bien desde la camioneta aplastada.
-¡Es el Mono Bingo! -La voz calló enseguida. Pingusio
disminuyó su cota hasta llegar hasta escasos metros del frente del vehículo.
-¿Decía...? -Comentó en voz baja Pingusio.
-Es el Mono Bingo, un imbécil que gasta bromas en el
desierto...
-En realidad cree jugar... -Dijo otra voz desde el interior
de la camioneta.
-Mire, -prosiguió la segunda voz, -somos funcionarios del
Correo, y no es la primera vez que nos cruzamos con este personaje... él cree
que somos un juguete, o algo parecido... -Comentó con entrega y agotamiento
aquel hombre. Pingusio miró atentamente al Mono Bingo y no lo creyó capaz de
tener idea de lo que representaría un
juguete. Voló lentamente, suavemente fue ascendiendo hasta quedar frente a su
bocaza. Era obvio que lo miraba, por más que no se entendía dónde tenía los ojos,
pero cierto destello en los márgenes de la cabeza, le dieron a entender a
Pingusio que por allí veía, y la
dirección de su cabeza, siempre hacia donde Pingusio revoloteaba, era más que
evidente.
-¡Oiga...! -Se sintió desde la camioneta. El grito, aunque
bastante seco y bajo, encerraba dramatismo y desesperación, y comprendió
Pingusio que aquellos tipos necesitaban urgentemente ayuda.
-¡Aeeeh...! -Volvió a expresar el Mono Bingo. Pingusio,
premeditadamente y no sin haber tomado recaudos, hizo varias pasadas cerca de
la lengua amorfa de la bestia, que se proyectaba como una extensión de su
interior tan árido y desparejo como la piel de un elefante.
-¡Aeeeh! -Soltó el animal y se giró hacia su derecha,
siguiendo el vuelo de Pingusio. Entonces corrió su pata derecha y lo que sería
su pata posterior izquierda se separó del camión del correo. En un par de
intentos el vehículo se puso en funcionamiento y se alejó entre el humo de la
arena y los chispazos de la chapa que rozaban la superficie pedregosa.
Pingusio siguió ganando altura y cuando sobre el Mono Bingo
pudo distinguir a los funcionarios del correo desaparecer detrás de una loma,
entonces él también se alejó, pero en sentido opuesto. Fue después de un rato
que sintió gritar roncamente de nuevo al animal, pero ni si inmutó en buscarlo
en la oscuridad, porque ya la noche se lo había tragado.
Fue a muchos
quilómetros y sobre un alto peñasco que Pingusio se paró, algo temeroso de que
aquel monstruo, por cierto infalible instinto animal, le encontrara, hurgando
en la oscuridad y embrujado por la curiosidad. Entonces le reconfortó saber que
fue lo suficientemente astuto para entender que el Mono Bingo no era un mono, y
de improviso le brotó la duda al recordar que los hombres así lo habían
llamado, "Mono Bingo". Pero también pensó que se trataría solo de un
nombre, nada más.
Y mientras en su
memoria permanecía como un objeto luminoso y suspendido en la noche cual astro
la absurda charretera que pendía de un hombro del Mono Bingo, se dio cuenta de
que era hora de volver, de regresar a su comarca y dar por finalizado aquel
formidable viaje. Se durmió al cabo de dos o tres intentos, y se zambulló en un
sueño formidable, en el que nadaba bajo un océano fosforescente, plagado de
charreteras iguales a aquella que el monstruo portaba en su hombro, y que
velozmente huían de cientos de Monos Bingo, hambrientos y ágiles nadadores que
bajo la superficie del mar intentaban
saciar su voracidad.
Renzo, 2019
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