Los Viajes de Pingusio, capítulo #10: "De
vuelta a casa"
Cuando el terreno se
volvió tan hegemónico y aburrido debido a planicies inmensas de rocas y arena,
Pingusio sintió el deseo de pegar la vuelta, transcurrir las próximas horas de
vuelo reordenando recuerdos a vuelo rápido y sin escalas.
No hubo dudas, y si
bien describió una curva abierta y bastante lenta, una vez posesionado en la
ruta directa hacia su hogar, el mismo no mermó ni un segundo su dinámica. Pero
la cuestión radicaba en ese reordenamiento de experiencias, sus conclusiones y
posibles coletazos que pudiesen gravitar sobre sus actos futuros.
Los datos recabados,
al ser compartidos con los miembros de su familia, Oulx, Mangusio, Muki y una
recién llegada durante su ausencia a la que llaman "Chiquita", serían
a su vez desclasificados y nuevamente ordenados para su posterior consulta.
Desde la altura, Pingusio
vio que los árboles se desparramaban de forma bastante homogénea, formando
montes circulares y aislados a distancias similares, entre la arena clara
salpicada de piedras oscuras, y en contraste con lo dicho anteriormente,
esparcidas de manera absolutamente caprichosa. Pingusio creyó encontrar en aquellos
ritmos de texturas y colores que abarcaban todo hasta el horizonte la lectura
de su viaje, su traslación en el espacio. Las anécdotas, también contagiadas
por el paisaje y colgadas en el tiempo, se mezclaban como hojas de un follaje convulsionado
por la tormenta, y se confundían haciendo difícil su conexión.
Pero este pequeño
conflicto que asaltó a Pingusio durante el retorno, en nada alteró sus ansias
de contar todo lo ocurrido una vez en su
hogar, pero sí comenzó a minar el colosal muro con el que construyó sus
conclusiones. Pensó que en cada historia vivida, él había sido un simple
espectador, y que cualquier fenómeno
destacable, una suerte de acontecimiento en el que él no tenía gravitación
alguna.
Un manto verde de
prados comenzó, poco a poco, a tragarse la arena y volver el paisaje familiar;
luego los valles cubiertos de plantas y recortados por ríos que corrían entre
ellos reflejando el cielo anaranjado, contaminado por el atardecer.
No sin cierto
escalofrío, se sintió orgulloso por este vuelo de largo alcance, y el recuerdo
de situaciones tenebrosas hacían más formidable esta sensación de regocijo.
Vislumbró su comarca, y mantuvo su fabulosa visión en la lejanía, donde un
acantilado pedregoso y casi sin vegetación aún estaba iluminado por una franja
de luz recortando las cimas geométricas contra el cielo salpicado de estrellas
tintineantes.
Así continuó durante casi media hora, sin quitar la mirada
de aquel lugar donde ahora apenas la luz
se escapaba haciendo brilloso el contorno de las colinas... ¡No era para menos,
Pingusio llegaba a su casa! Vio la ventana de la gran sala abierta y percibió
la noche entrando con el aire fresco de los montes fantasmales y el aliento
moribundo de la tarde.
Ya no agitaba las
alas, apenas se balanceaba para lograr la dirección deseada, con las alas
extendidas y con un planeo que se descubría cada vez más veloz a medida que se
acercaba al suelo. Retrajo las alas y puso el cuerpo vertical, aleteó y
extendió sus patas de garras aceradas... tocaba suelo sobre una roca a un lado
de su casa. Se detuvo, recogió completamente las alas y sin bacilar, se dirigió
a la puerta disimulada entre una extensa grieta entre las piedras. El brillos
de los ojos de Muki, el perro silencioso y de porte tenebroso, se dispararon en
la oscuridad de la sala, aún poco iluminada como si no se hubiese enterado que
anochecía. Sintió pasos que venían a su encuentro... la voz de Oulx, alegre,
decir su nombre: "¡Pingusio!"...
Creyó ya haber vivido
aquel momento, y cuando esta idea le reproducía un escenario supuestamente
vivido como el recuerdo de un sueño, entre sus familiares vio a una extraña que
dedujo sería "La Chiquita". Entonces volvió al formato del explorador
aventurero, y se salía de sí mismo por empezar a contar cada cosa vivida...
Había flores en un
recipiente negro, tan oscuro que parecían flotar en el aire. Esto también era
nuevo.
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