Los viajes de
Pingusio, Capítulo #08: "Metamorfosis"
Una vez disminuida la
cota, alcanzó Pingusio a reconocer aquella extraña silueta que se recortaba
oscura y nítida contra el fondo claro
del desierto. Se trataba de una ave, una ave enorme y que se trasladaba
caminando. A medida que su acercamiento ponía en evidencia detalles, también
descubrió que la naturaleza de aquel individuo estaba enormemente emparentada
con la de él, se trataba de un pájaro de metal.
Por un momento se
contuvo a unos cincuenta metros de distancia, volando a sus flancos y sin
movimientos bruscos que pudiesen alterar la parsimonia de aquel pesado viajero.
Estando a tan poca distancia, comprendió que difícilmente aquel bicharraco
alzase vuelo, y que aquellas alas plegadas que parecían el casco de un barco,
eran, si por alguno de los casos, un decorado o cubiertas protectoras, nada
más.
Transcurrida más de
una hora, Pingusio disminuyó la distancia y se acercó a tal punto que comenzó a
rozar con sus alas el extremo de las del inmenso pájaro, replegadas y en popa.
Entonces se posó. Permaneció allí expectante, en la punta extrema del ave, por
si en algún repentino ataque arremetiera contra él, y desde allí, impulsándose
hacia atrás, evitar la embestida. Caminó por el enorme fuselaje de aquella
bestia metálica, y se mantuvo a un costado de su cabeza. Siempre en alerta
máxima, Pingusio se percató de que sentía algo que podría corresponderse con lo
que se definía como "miedo". Lo grabó en su memoria.
El enorme animal, a
un tranco de enormes zancadas relativamente lentas, avanzaba por el desierto
dejando atrás todo tipo de curiosidades que hubiesen sido motivo de distracción
para Pingusio.
-Hola. -Dijo
secamente Pingusio. No hubo respuesta. No se desmotivó, porque en varias
ocasiones le sucedió encontrar personajes que entablaban conversaciones después
de un largo y persistente estímulo.
-Me llamo Pingusio y soy de metal... como usted. -Hasta
aquí, lo más atinado que podía ofrecer Pingusio, después de estas
aseveraciones, sólo podía adentrarse en preguntas y ya sería más difícil
obtener una respuesta, pues no dejaban de ser extraños que no habían
intercambiado una palabra.
-Me pregunto si...
-La temperatura ha aumentado y el riesgo de incendio se
vuelve probable. Ya activé el sistema de enfriamiento, ya está fuera de peligro
cualquier sistema y su funcionamiento sin alerta. -Fueron las palabras que dejó
escapar el armatoste metálico. No se le había movido el pico y la voz parecía
surgir desde los costados, como si se emitiesen desde los ojos, entendió
Pingusio. Ahora no sabía que decir, pero cuando elaboró una respuesta, el
pajarraco continuó hablando.
-Aldeas como la de Euskoquímbo son muy comunes por estas
latitudes, no así el calor formidable que envuelve el paraje.
-Este calor es excesivo. -Argumentó Pingusio. Pasados unos
largos minutos, la bestia de hierro respondió "sí".
-Sí. -Dejó escapar nuevamente. Pingusio se acercó más a su
cuello y se entusiasmó con un fluido diálogo.
-Yo tengo un sistema bastante simple, por no decir
rudimentario, que detecta recalentamientos en cualquiera de mis sistemas y
automáticamente los refrigera o, en el peor de los casos, detiene.
-Sí.
-¿Usted se...
-Sí. -La interrupción confundió a Pingusio y optó por
continuar el diálogo por otro lado. Pero no pasaron segundos que el pajarraco
nuevamente afirmó con igual tono: "sí".
Pingusio dudó, pero
las dudas se disiparon cuando aquel personaje comenzó a hablar nuevamente.
-Sí, casi en la intersección del bastidor, desde el extremo
Este a unos 244 kilómetros. Se acentúa la pigmentación oscura en la arena y son
más esporádicos los arbustos de Marva. -Continuó el viajero.
A este punto, a
Pingusio le fue fácil entender que no le escuchaba, y que entablaba una
conversación con otro individuo que no era él. Opto por la observación y
deambuló por sobre el armatoste que continuaba con su tranco de topadora
impotente. Sobre su cabeza, a una temperatura por demás elevada, Pingusio
escribió su nombre con el pico que accionó como una fresa de trazos perfectos:
"PINGUSIO". Luego bajó al cuerpo y caminó hasta la popa. El enorme
pajarraco dejó escapar más "sí", con algún dato más, pero para
Pingusio eran absolutamente desestimables. Observó el paisaje desde esa
ubicación y le pareció una experiencia fabulosa el avanzar tan rápido pero en
sentido opuesto, no viendo aquello a lo que se acercaba, sino descubriendo lo
que dejaba atrás. Pensó en los viajes que algunos individuos hacían bajo
iguales circunstancias, y los encontró sorprendentemente divertidos, todo lo
opuesto a lo que hasta el momento había experimentado.
Su impulso le obligaba
a apreciar el paisaje viendo siempre lo que sería motivo de acercamiento, y el
foco en los detalles, lo pondría en motivos de atención que durante un lapsus
de tiempo le sedujera, una vez más cerca, y desde un ángulo diferente a cuando
le descubrió. De este modo, viajando de espaldas, veía lo que difícilmente
hubiese visto volando de forma progresiva como lo hacía siempre, y se perdería
detalles también que esa inclinación le otorgaran.
Así estuvo un buen
rato, feliz y apasionado con cada descubrimiento, por más que se le volvía
triste el paisaje al alejarse de él. Comenzaba a oscurecer, y Pingusio decidió
emprender el vuelo, buscar una piedra alta, y posarse sobre ella para reposar
como hacía en cada jornada de vuelo.
¡Entonces sobrevino
el susto, la sorpresa y el desconcierto! Cuando Pingusio se volteó para
emprender el vuelo, se encontró con una escena sorprendentemente aterradora: el
pajarraco de hierro había girado la cabeza noventa grados, y había quedado con
su ojo apuntándole directamente. A esto se sumaba que abrió espantosamente el
pico y lo apuntó hacia el cielo, de forma tan forzada que se desfiguraba
completamente y ya no parecía ni por asomo lo que era al encontrarlo... y darle
la espalda. Pingusio saltó hacia un costado y no voló a lo largo del cuerpo de
aquella enorme ave misteriosa, pero en su vuelo a la misma altura, observó que
desde el cuello, donde un enorme anillo hacía de junta de la cabeza con el
cuerpo, brotaba un líquido viscoso que parecía aceite, y que pudo identificar
entre las huellas del monstruo al observar el terreno desde popa.
Se alejó desde
estribor y lo dejó a lo lejos. Ahora su cabeza parecía una línea coronada por
un pincho, la maxila superior puesta perpendicular al suelo. El susto lo
acompañó hasta que se posó sobre una piedra no muy alta, y a la que se aferró
con cierta torpeza que le obligó a acomodarse en más de una ocasión. Todo había
sido repentino y no salía de su pasmoso asombro...
Pingusio se
estremecía de miedo pensando en aquella postura aberrante del armatoste
metálico, toda su proyección en el tiempo, el silencio o sonido casi
imperceptibles que acompañaron la transformación siniestra. Y lo peor de todo,
siempre Pingusio de espaldas, ajeno completamente a la metamorfosis del gigante
metálico, sin sospechar nada ni sentir nada...
Ahora Pingusio se
acomodaba sobre la piedra, no lograba aferrarse del todo a la base, el temor lo
hacía temer sobre qué estaba apoyado, y también, porque no podía sospecharlo ni
quería saberlo, cual había sido el motivo de aquella postura tan dramática que
le acompañaría como una de sus peores pesadillas.
RV 2019
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