2018 postales del Ark
# 04: "Dingo"
No habían
transcurrido diez minutos desde que el pequeño marinero se perdió entre los
aparejos, superó las vergas y se ubicó en su puesto descolorido por el sol, que
su voz se escuchó con claridad atravesando las lonas de las velas:
_¡Hey! ¡El Dingo! _Hubo cierta quietud sobre la cubierta,
como si se congelara la imagen, pero fueron tan evidentes sus palabras, que a
las corridas la tripulación se apoyó en el combés, haciendo sombra con las
manos sobre sus ojos, y escudriñando en el tempestuoso horizonte en busca del
esqueleto negro del viejo vapor.
_¡No le pierdas de
vista! _Gritó el Contramaestre que salió a las corridas del baño. _¿Sale humo
de su chimenea?
La voz del pequeño
marinero respondió casi como un reflejo:
_¡Enorme, es enorme y se mueve con mucha prisa!
El Contramaestre
permaneció con el seño fruncido, intentando hacer foco en el diminuto navío que
desaparecía entre la espuma y aparecía con el bauprés disparado al cielo como
una lanza.
Observó un par de
veces al observador que desde el carajo seguía la travesía del fantasma de
hierro. De repente, desde arriba, en un intervalo, el rostro rojo de pelo
amarillo como fuego apuntó al hombre barbudo que dudaba si seguir al barco fantasma,
sabiendo que sería toda su responsabilidad al ignorar al Capitán que yacía en
su camarote, absolutamente dormido por una borrachera infernal.
_¡No lo veo!
_¿Qué?
_¡Desapareció!
El Contramaestre
buscó un claro entre los demás marineros que entre murmureos buscaban en la
lejanía al Dingo. Entonces, desde popa, un ayudante del timonel alertó:
_¡A estribor, está cruzando sobre nuestra travesía!
El grito del hombre
parecía desesperado, como intentando impedir con su denuncia que se concrete lo
que estaba viendo: "Nos está cruzando...", comentó en un susurro el
Contramaestre, que apenas se giraba sobre sus pasos, ya sin discernir por dónde
buscar al barco quemado. No era para menos, el Dingo había ya superado el curso
del velero y apenas podía distinguirse
en la lejanía, como escondiéndose detrás de las nubes que se apoyaban en el
océano.
La suerte de todos
era ahora tan remota como una hoja seca flotando, lo que en definitiva eran,
perdidos en la inmensidad del agua que reflejaba el sol con tanta fuerza, que
el pantoque se iluminaba desde el mar.
Desde lo alto, el
pequeño marinero observó las dos estelas en el agua cruzarse, permanecer un
rato como tejidos deshilachados, y luego desvanecerse entre las olas.
El contramaestre tomó
por el hombre al primer marinero que tenía a su lado y le ordenó: "Ve con
otros dos por el Capitán, junten sus cosas...", luego se giró a toda la
tripulación, caminando en círculos que lo ubicaban al centro de la cubierta:
-¡Junten sus cosas, en media hora debemos estar preparados
para lo peor!
La tripulación se disipó y desapareció moviéndose como
zombis, la mirada barriendo la cubierta pulida y limpia, los brazos a los
costados apenas hamacados... En la pausa, el Contramaestre echó una ojeada a
popa y notó como el timonel, sin abandonar su puesto, le asentía con la cabeza
en clara señal de entender de qué se trataba. Al instante, como una sombra
fantasmal, a su lado apareció el pequeño marinero que había bajado de su puesto
de observación. El Contramaestre sintió un fuerte rechazo hacia el pequeño
hombre, incluso por su cabeza pasó la idea de increparle lo sucedido, el que
haya sido el primero en ver su destino, el de todos, el del velero.
-¿Se da cuenta, Contramaestre? -Le comentó con la voz
quebrada el hombrecillo vestido en harapos, pero de impecable orden y limpieza,
características de un verdadero viejo navegante. El Contramaestre lo observó a
los ojos, en sus diminutos ojos azules vio el reflejo del estay correr entre el
trinquete y el mayor. Le sonrió al marinero, pero éste permaneció impávido,
sumido en la desgracia que ahora se esparcía con aterrador soplido sobre la
nave, y del que, sabiendo todos de su presencia, no esperaron la orden para
izar velas y alcanzar, con la mayor velocidad posible, acercarse a cualquier
costa donde procurar salvarse.
RV2018
No hay comentarios:
Publicar un comentario