Retractos # 11:
“Manuel, amigo de Géminis”
Una vez presentado el presupuesto al
municipio de Bourart, sección Obras, una vez
introducido el voluminoso expediente dentro del armario y pasadas las llaves
ocultando el llamativo color amarillo de sus tapas, el arquitecto permaneció de
pie, como una guardia de honor y tapando el mueble de lata.
¿En qué bolsillo guardó las llaves? Sus manos descansan en
ellos, y una, imperceptibles las protuberancias a través de la tela, contiene
las piezas metálicas de excesivo brillo.
-No estoy en
condiciones de anticipar nada, pero podría decirse que el
tele esférico deberá elogiar a la ciudad, su estructura
tendrá gracia con la planta urbana de sus inmediaciones, especialmente con la
histórica Plaza Calabozo, pero será un guiño al transeúnte que la descubra,
para que se suba y lo lleve hasta la gran Catedral Dálmata.
Fueron palabras
agrias, dentro del favorable panorama que se planteaba frente al delegado de la
empresa constructora, sin embargo ese “deberá”, dicho por el arquitecto,
auguraba una actividad segura.
¿Sería cuestión de
tiempo? Las especulaciones y decisiones municipales siempre fueron un secreto
inexpugnable, que supo darle humildad a sus representantes, contundencia a sus
obras y desapercibido cuestionamiento a sus presupuestos.
Manuel Delage, el arquitecto de la intendencia, quien poseía
cierta adversidad a los ingenieros, presentó el proyecto 0334 en el despacho
del jefe de obras y posteriormente, junta a él, se internaron en la oficina del
Intendente, quien se encontraba abrumado de expedientes sobre sus mesas de
trabajo.
-¿Ahora me vienen con esto? –Les habló con repudio.
-La licitación cierra pasado mañana y hasta el momento son
dos las empresas que se presentaron. –Le objetó el arquitecto, sin hacer caso
al tono violento del jerarca.
El Intendente, se
alejó hacia la mesa que aún conservaba un espacio libre, y que estaba alejada
del ingreso a la inmensa sala, y donde el sol marcaba un fuerte rectángulo de
luz en la alfombra opaca. Durante el trayecto, se movió con lentitud, y no dejó
de frotarse la frente con una de sus manos; la cabeza hacia abajo.
-Qué cagada. –Dijo el Intendente, apenas se volteó a sus
subordinados que le habían seguido a distancia.
-Qué fortuna, -acotó el arquitecto, -de este modo la
elección será más simple desde todo punto de vista. Será fácil justificar una
decisión y más aceptable la frustración para el perdedor.
-¿Qué saben de las propuestas?
-La empresa Géminis es la que mejor se adecua a nuestras
exigencias. El precio es similar, y los tiempos parecen mucho más elásticos… osea, razonables.
-¿Cuál es la otra empresa?
-Cuming S.A., la del ingeniero Tancrerman.
-Suficiente, dale la obra a Géminis… ¿Le parece correcto?
–Agregó el Intendente hacia el ingeniero jefe de obra, Sánchez Blanco.
-No hay problema. Acotó inexpresivo.
La carpeta amarilla,
gorda y geométrica quedó sobre el escritorio del jerarca municipal, sin embargo
esto fue algo que el mismo intendente denostó cuando los dos hombres se
retiraban del despacho.
-¿Y esto queda acá? ¿Qué creen que voy a hacer con esta cosa
entre medio del papelerío que tengo por ver todavía?
El arquitecto en una
corrida lo retiró de la mesada y por mientras el intendente decía con voz
fuerte: “¡fuera, fuera!”.
Pero pasada una media
hora, no se hizo esperar un llamado desde el despacho del intendente. Exigía la
presencia inmediata del arquitecto, no así del jefe de obras.
-Manuel, usted está al tanto de esto. –Le presentó un
periódico doblado, donde ganaba el título toda la atención: “Encuentran sin
vida al sospechoso del doble atraco al camión de transporte de valores”. Pues
sí, fueron dos los camiones, por más que el titulo llame a confusión. En los
dos, se transportaba dinero que supuestamente pertenecía a la recaudación de Trans-Line Group,
empresa que explotaba los traslados en tele esférico.
-Le aseguro que allí no había un centésimo, esos camiones no
llevaban nada, y ese supuesto atracador y su banda, tenían coordenadas falsas,
trasmitidas adrede para que los asaltara. –Dijo el jefe, limpiando con una
servilleta sus pantalones. Se veía una gran mancha de café sobre el escritorio,
entre el desparramo de papeles. El arquitecto permaneció estupefacto, sin dejar
de observar el diario que sostenía a veinte centímetros de la cara.
-Llame a ese Douglas, el de la
empresa que ganó la licitación y dígale que hasta nuevo aviso, la Intendencia no dará
los resultados. Es más, publíquelo en nuestra página, para que se enteren
todos.
-Pero, señor… -tartamudeó Manuel, además de utilizar
“señor”, algo que llamó poderosamente la atención de su jefe, -usted, no crea
que algo tiene que ver con la empresa constructora…
-¿Qué empresa constructora?
-La licitación, no puede demorarse más, dar el resultado no
tiene incidencia alguna…
-Escuche, Manuel: la Trans-Line
es trucha, la licitación es trucha, y su amigo de la Génesis, es trucho al igual que su empresa…
-Pero no…
-¡Basta! Vienen del tribunal de investigaciones a revisar la
documentación de la movida del puto
tele esférico… Nos acusan de no cobrar a la Trans-Line el porcentaje de recaudación
correspondiente al municipio. Falta dinero en la caja, y sabemos donde está.
-Escuche, el robo a los camiones se quedó con el porcentaje
de la explotación de la concesión, es solo cuestión de dar un plazo a la
empresa para que se recupere y pague…
-¿Está loco? ¿Quién va a creer algo así? El dinero faltante
se fue y no es comparable al que debe la Trans-Line
al municipio…
-¡Igualmente es lo que usted va a decir! –El intendente
permaneció mirando al arquitecto con ojos de fuego. Seguro, de tenerlo a mano
cuando le gritó así, lo hubiese golpeado con el mismo puño que apretaba la
servilleta húmeda de café.
-Pedazo de imbécil… -Atino a decir entre los dientes
apretados, mientras poco a poco se incorporaba del asiento.
-Usted dirá eso porque es lo único que se puede decir, y
será lo que mejor salga, porque de la Génesis nos van a matar, siempre y cuando no
marchemos presos por la defraudación.
No había palabras que
pudiesen salir del intendente. Permaneció así, como si tuviese las mandíbulas
hechas de acero y le fuese imposible moverlas. Tenso, apoyada una mano en el
respaldo del sillón, se mantuvo hamacando levemente la mano donde oprimía el
pañuelo mugriento.
-Antes de que esos perros no agarren yo a vos te estrangulo.
-Antes que nada demore la entrada de la comisión, y no diga
palabra alguna sobre la licitación.
Manuel se fue y lo
dejó en el fondo de la sala, donde parecía que las ventanas, por donde la luz
entraba como fogonazo, eran el abismo mismo por el que se precipitaría.
Pero esto no ocurrió.
Pasada la tempestad, porque el arquitecto vio cómo ingresaron los enviados del
ministerio y supo de discusiones terribles que tuvieron que ser apaciguadas con
la ingerencia de de gente por ambas partas, todo se torno calmo y silencioso.
Manuel, desde el piso uno de su oficina, vio a la comitiva
inquisidora retirarse. Estuvieron un rato fuera, a la sombra de los edificios.
Fumaron, alguno se acomodaba el sombrero, y aquellos que no permanecían en la
charla, se aprestaban a acarrear enormes expedientes que ingresaban en cuatro o
cinco autos de la comitiva. Vio al Ingeniero Sánchez Blanco, a su secretaria y
a otras tantas personas más mezcladas. De un bar de
la esquina, la simpática gordita secretaria de cultura volvía abriendo un
paquete de cigarrillos. Manuel recordó los suyos, y como contagiado a lo que se
veía por todas partes como una salida amistosa y sin eventuales complicaciones,
se prendió uno él también, y lo aspiró fuertemente.
Esperó un rato antes
de ir por lo del intendente. Su actitud, aunque lo sorprendía un poco por lo
violenta y directa, era la actitud que sentía hace mucho tiempo atrás, cuando
el mismo intendente le ponía objeciones a los contratos o se negaba a leer los
meritos de proveedores y empresas que él mismo le llevaba.
Pasada la media hora,
se apersonó en el despacho del intendente. No golpeó para entrar, además de que
la puerta estaba entornada. Dentro, le llamó la atención el orden de muchos de
los papeles que hasta hacía un rato eran una suerte de desparramo obsceno. No
encontró a l jefe, pero al darse media vuelta, de esas que uno da con
desconfianza y en las que el cuerpo anticipa a la cabeza que continúa husmeando
en lo profunda del campo visual, como intentando rescatar o develar secretos,
encontró sorpresivamente al intendente frente suyo.
Manuel le sonrió y
espero igual actitud del intendente. Viendo que esta no se reflejaba en su
rostro, y ni había el menor atisbo de expresar gracia alguna, se aprestó a
buscar los cigarros en el fondo del bolsillo de su pantalón. Recordó haberlos
dejado sobre el dispensador de agua, pero poco importaba ya que, ahora, la
escena se había enturbiado al punto de hacer innecesario todo tipo de vericueto
o formalidad ordinaria: aunque se veía la expresión de furia en la cara del
intendente, nada hacía suponer que, en el abrir y cerrar de los ojos, una
terrible trompada al mentón le sacudiría el cerebro al arquitecto. Retrocedió
como pudo, más intentando conservar la distancia al piso y cierta linealidad en
el recorrido que en formularse un destino en la traslación. Con la mano dentro
del bolsillo, dio contra una mesa, tiró a un costado montaña de papeles, y
esperando la ayuda de su jefe para que no se desplome vaya a saber dónde y
hacia qué lado, recibió una segunda piña que, a fuerza de estar medio dormido
por la salvaje agresión inicial, igualmente tuvo la sensibilidad suficiente
para cotejarla con la trompada anterior y comprobar, en lo contundente y
ensordecedor, que fue igual o peor. Se desplomó para el lado de la mano atrapada
en el bolsillo.
Luego, sintió voces,
sobre todo la de una mujer que parecía alterada y a él le llegaba como latas
que se amontonan y chocan entre sí. Luego, la furia del agua mansa y fría en
donde la cara estaba cortada y un extraño escozor en el hombro, del lado que
cayó.
Pero después sintió,
claramente antes de que sus compañeros lo tomaran de debajo de los brazos para
elevarlo lentamente, la voz del intendente con claridad:
-Llévenselo y acompáñenlo por si quiere hacer alguna
denuncia. Vos, Esteban, acompañalo a la casa o metelo en un taxi. Que venga mañana a buscar sus cosas.
Después de eso, ya
casi en el lumbral de la puerta, sintió lo que más le dolió de aquella tarde,
dirigido a él, y que, lejos de ser un percance a resolver en una charla en un bar, era su
desgracia firmada cual sentencia.
-
Y de tu amigo de Géminis, dejá
que me encargo yo.
RV 2016
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