Pingusio #03: "¡Esa casa le
queda muy chica!"
Un resplandor ganó la atención de Pingusio en pleno vuelo, y
como había hecho pequeños intervalos entre planeo y planeo para mirar las
estrellas durante la noche, decidió pasar en una volada para ver de qué se
trataba aquello. Una serpiente de tamaño gigantesco, yacía enroscada en el
suelo. Cerca de ella, una extraña construcción que asemejaba a la estructura de
una catedral y un edificio con techos rojo, ambos, muy pequeños en relación con
el ofidio.
Pingusio describió un
par de círculos y la serpiente le observó casi de inmediato. El brillo de sus
enormes ojos le delató el motivo de aquel resplandor en la lejanía. Antes de
posarse, Pingusio quiso corroborar de que no se tratase de un animal agresivo,
por lo que permaneció revoloteando alrededor de la serpiente.
-¡He, amigo, venga a conocer mi palacio! -Le gritó la víbora
mientras le seguía con la mirada, apenas moviendo la cabeza sobre su cuerpo arrollado.
Pingusio se detuvo en el aire y en repetidas ocasiones enfocó las
construcciones y a la serpiente.
-¡Sir Robert Johnson!
¿Con quién tengo el gusto? -Pingusio no respondió, porque, ¿de qué servía saber
el nombre de alguien que no se sabe cómo es? El animal permaneció en silencio
un rato, pero inmediatamente dio a entender que estaba decidido a reiterar su
oferta.
-¡Le invito a conocer mi palacio, seguro quedará deslumbrado
por su formidable tesoro que hace honor a los oficios decorativos más sublimes
que haya alguna vez admirado!
Pingusio conocía cosas de valor, con trabajos de gran
calidad y asombrosa elaboración. No estaba dispuesto a adentrarse en un lugar
desconocido donde, no cabía la menor duda, estaría solo, porque la víbora no
entraba por ninguna abertura. ¡No!
-¡Escuche, -prosiguió, -no acostumbro a invitar a nadie a mi
hogar si no me inspira confianza y bondad como usted!
Para Pingusio la cosa ahora estaba menos clara que al
principio: él, Pingusio, podía transmitir confianza como lo puede hacer un
ventilador o una cafetera, ahora, lo que se dice "bondad", estaba en duda absoluta. No porque Pingusio
no fuese bueno, que lo es, sino porque tiene menos expresividad que un
paraguas, y no era de confiar alguien que le atribuía valores que difícilmente
pudiese destacar.
-¿Qué sucede, acaso no se anima?
-¡Esa casa le queda muy chica! -Respondió Pingusio , dejando
de lado de que se tratase de animarse o no a una visita, cosa que parecía más
un desafío a una prueba macabra. La serpiente se mantuvo bamboleando su cabeza
lentamente, era obvio que lo dicho por Pingusio no le había gustado nada. Pero
notó Pingusio que la serpiente, en su cabeceo tonto, se agachaba lentamente, y
cuando descubrió la verdadera intención de la víbora, ésta dio un fuerte salto
que la lanzó como estampida. Pingusio la esquivó, y no sin arriesgar piruetas
en picada, se mantuvo revoloteándole tan cerca, que por momentos la rozaba con
la punta de las alas.
La víbora se desesperó, y la ira le forzó a movimientos de
gran violencia con repentinos cambios de dirección siguiendo el vuelo
vertiginoso del pájaro metálico. Cuando Pingusio notó que los corcoveos de su
agresor se repetían sin lógica ni agilidad, y sus reacciones por momentos eran prácticamente
opuestas hacia donde en realidad debía dirigir los ataques para logra
efectividad, entonces decidió elevar la cota y dejar atrás a la serpiente
verde. La observó cómo se retorcía groseramente enredada entre los pilares de
la extraña construcción hueca, y así, en medio de una polvareda descontrolada,
la dejó en la superficie del desierto hasta ser un borrón en la arena.
Estaba convencido de
que aquello era una trampa con forma de pajarera, o algo por el estilo, y que
la víbora engañaba a sus víctimas con una invitación a un palacio imaginario.
También estaba seguro que por allí no volvería a pasar y tenía bien marcadas
las coordenadas en su mapa mental. No lo haría por temor a que la serpiente
tuviese otro arrebato violento e intentase capturarlo, sino porque, estuvo a
tan solo segundos de aceptar la oferta. Porque Pingusio es curioso y chusma
como pocos, y de encontrarse nuevamente frente a aquella situación, estaría
dentro del palacio, husmeando en cada habitación, admirando muebles, molduras,
tapices y mármoles, hasta que, al final de un corredor y de frente a una enorme
ventana, la incrédula serpiente le diría que estaba perdido y lo devoraría, sin
percatarse que tragarse a Pingusio, sería como tragarse un candelabro.
RV 2018.
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