Pingusio 02:
"Las joyas de la abuela"
Apenas se posó
Pingusio en una roca, aquel personaje comenzó a hablar.
-Mi abuela Clitemnestra tenía hábitos extravagantes y bien
pudo haber pasado por una persona de un intelecto tan refinado, que sería de
suponer su marginación para adentrarse en un universo tan sofisticado y
grotesco al mismo tiempo.
Pingusio permaneció
en silencio. El individuo que había dejado escapar aquellas confusas palabras,
adentrado en la materia misma de la madera que lo contenía, se quedó estático.
Parecía una foto.
-Un día, creyendo que los truenos de una tormenta que se acercaba
eran las campanas que llamaban a misa, corrió desesperadamente a maquillarse y
cuando volvió de la oscuridad de su habitación, notó los estigmas de Cristo
pintados en sus manos y pies. Decidió peregrinar hacia no supimos nunca dónde y
así la dejamos de ver.
El hablante no alzaba
los ojos, y se intuía su mirada a través de los párpados apuntando a un punto:
allí donde el hilo de su caña de pescar desaparecía en un liquido extrañamente
coloreado. Porque estaba pescando.
Pingusio comprendió
que el pescador comenzaría a hablar nuevamente, y ante el impulso de alzar
vuelo, se frenó quedando estático como una rama seca.
-Una noche, esperando el vuelo de cientos de aviones como
parte de los festejos de su ciudad, y donde la ceremonia consistía en encender
velas y concentrarse en las plazas para que los pilotos y tripulantes se
emocionen con las lucecitas que les saludaban, Clitemnestra decidió hacer una
hoguera. -El tipo pareció mirar a Pingusio en un parpadeo relámpago para
continuar en la misma posición. Continuó...
-A otros vecinos les pareció magistral la idea, y en breve,
eran decenas, cientos y miles de fogatas danzando por toda la ciudad. Mi abuela
se asustó; las autoridades también, y se puso en funcionamiento un operativo
descomunal para apagar cada foco mediante camiones cisterna y de bomberos... mi
abuela huyó a unas colinas cercanas y allí se refugió durante meses.
Ahora Pingusio quería saber algo más sobre aquella
inquietante criatura, Clitemnestra, y sobre todo, cómo acabó después de tanta
desventura.
-El fuego se desparramó descontroladamente, y se decretó la
captura de Clitemnestra por daños potenciales a la ciudad. Vinieron a casa a
buscarla y yo les dije que era una buena persona, y que seguro estaría
meditando en alguna colina limítrofe. Fueron tras ella y después de una
exhaustiva búsqueda, dieron con su paradero. Le dieron ocho años de prisión,
pero en cuestión de trece días estaba absuelta: sus trabajos en macramé
deslumbraron a las autoridades, y se propagó su oficio por muchos barrios y la
gente aprendió a hacer macramé y fue el principal ingreso de esta fabulosa
ciudad.
Pingusio pegó
velozmente una mirada alrededor, y no necesitó mucho para comprender que de
fabuloso no había nada, y menos, una ciudad. Se dio cuenta de que era hora de
partir, que aquel tipo nada más le aportaría que historias poco creíbles y para
peor, le sacaba tiempo a su deseo de volar. Pero al impulso de su cuerpo
metálico, aquel personaje extraño volvió a hablarle.
-Me llamo Sandalio. -Permaneció en silencio pero fijó sus
ojos en Pingusio. Increíblemente, en ese momento se activaba un parpadeo de
nuestro amigo viajero, y quedó como una actitud de respeto, de presentación y
agradecimiento por lo expresado hasta el momento. De su abuela, Clitemnestra,
no sabía si volvería a sentir hablar nuevamente, y más allá de lo inquietante
que resultaba la supuesta concentración de Sandalio al pescar, más aún se
volvía misterioso el motivo.
-Y aquí estoy... esperando sacar a flote un anillo que la
abuela tiró dentro de esta marmita cuando decidió dedicarse a la extracción de
esencias para perfumes. Se fue, y cuando se iba, me gritó: "¡Las joyas de
la abuela descansan en ese recipiente, no las despiertes, no las agites, no las
descubras!"
Pingusio notó que
algo se movió dentro de la marmita a la que aludía Sandalio, y vio con nitidez
las ondas concéntricas expandirse y morir en el reflejo de las paredes del
recipiente... Pero para ese entonces ya había tomado vuelo y su sombra escapó
por detrás de la casita-mueble de Sandalio. Quizá no lo hubiese notado y creído
que el pájaro metálico aún se encontraba allí escuchando, quizá nunca hubiese
notado la presencia de Pingusio y solo hablaba a la nada...
Pingusio continuó en
línea recta, reconociendo montículos de piedras y zonas oscuras del terreno que
en algún momento estuvieron alagadas. Pensó en Clitemnestra y sus actitudes, y
en el extraño ordenamiento de las mismas en la narración de su nieto Sandalio.
No podía ocupar parte de su memoria con datos tan desordenados y
caprichosamente enredados, así que decidió eliminar estos recuerdos. Pero ganando altura y turbando la vista con
nubes rastreras, decidió quedarse con uno de ellos, el de las velas saludando
desde el piso a los pilotos, y desde ese momento, cada vuelo nocturno sobre una
ciudad donde las luces de las lámparas o los focos del alumbrado o los
vehículos se apreciaban desde la altura, le fue difícil entenderlos como tales,
y fue ganando poco a poco la idea de las velas, por más que era muy consciente
de que eso era irreal.
RV 2018
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