2017 - Postales del
Ark, capítulo # 10: "En la cubierta, bajo el sol"
La mano del Capitán
se mantuvo en el aire, agitándose torpemente pero señalando sin lugar a dudas
al velero que sobre la alfombra de
espuma del horizonte, se escapaba con velocidad pasmosa.
-No es nuestra ruta, -continuó apuntando al veloz clíper,
-equivocamos la travesía.
De inmediato se fue hacia popa, seguramente a dar nuevas
coordenadas al timonel.
Yo permanecí en el sitio, intentando encender mi tabaco que
parecía ya seco. Una enorme mancha marrón invadía la hojilla y era cuanto una
ola me había dejado de recuerdo, porque moví la cabeza con gran velocidad y no
todo el cigarro se mojó. Igualmente, el calor no parecía ser suficiente como
para permitirle estar con la humedad ideal para encenderse.
-¡García! -Llegó desde popa. Una densa bocanada de humo
blanco salió de entre la barba negra del Capitán. García corría en su
encuentro, y estando a pocos metros, el Capitán se introdujo en su cuarto donde
sobre una enorme mesa descansaba el mapa espantosamente rayado y con cicatrices
de fallidos movimientos, donde escasos centímetros correspondían a millas de
derrotero entre olas y más olas.
Una brisa fresca
hacía tan agradable estar sobre cubierta que la tripulación se había
desparramado en pequeños grupos que en silencio permanecían aletargados y
coloreados del azul que la sombra de las velas les pintaba.
El velero que hasta hace poco nos había sacado varias
millas, ahora corría en paralelo a nosotros, y seguramente no nos adelantaba
por más de cien metros.
Intenté no sacarle
los ojos de encima, y me fascinaba cómo cortaba el cielo y el agua. Por
momentos era una fiera descontrolada corriendo hacia una presa lejana, solo
visible para él, y esto le hacía de temer, porque en la perspectiva y el velo
blanco que por momento las olas al reventar se interponían entre nosotros,
podía descubrirse en espantosa sorpresa, que éramos nosotros a quien buscaba, y
era de él de quien huíamos. Pero escapaba, al igual que nosotros, de una
tormenta que nos perseguía desde hacía un buen rato. Igualmente mi tenacidad
por encender aquel tabaco me hizo solo retenerlo como una imagen quemada en mis
parpados al bajar la cabeza y darle yesca al cigarro desprolijo. Alguien apareció a mi lado y en el envión por
descubrirle note que nuestro barco giraba a babor.
-¿Viste que no es el que buscábamos? -Me confesó un
compañero con los brazos en jarra y los ojos en dos hendijas para repeler los
rebotes de luz de la madera lustrosa de la cubierta.
Miré hacia el
horizonte y en un intervalo pude apreciar su popa, pues se alejaba y tomaba
otro rumbo.
-Es un fantasma... mirale las velas.
Lo hice y la sombra
del marinero corrió por la cubierta como atrapada entre las tiras de madera que
parecían darle dirección hasta matarlo en la oscuridad que las velas arrojaban.
Tenía razón, y había sido otro avistamiento de almas de
navegantes afondados y reticentes a descansar entre las algas y piedras
cubiertas de todo tipo de criaturas. Era cierto, sus velas se inflaban por un
viento que no podía ser el que inflaba las nuestras, y yo me sabía en un barco
y aquello visto no era real.
Lo vi desaparecer en
la lejanía del océano y un escalofrío me colmó al recordar mirarle y creerle
una visión verdadera. Esto no sería cosa de ser comentada entre estas líneas si
no hubiese sido que, inmediatamente
después de la sensación de hondo temor, me sobresaltó el punzante dolor del
fuego que había aspirado en mi cigarrillo, que ahora sí, se coronaba con una
braza roja que parecía alertarme sobre mis torpes y tardías reflexiones.
RV 2018
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