Retractos # 24: “Protocofiev”
El descenso de la temperatura y el terrible olor a amoníaco
delatan la presencia silenciosa y cauta de Protocofiev.
Algo taciturno en sus movimientos, difícilmente le encuentre uno con la boca
cerrada, o sentado. Siempre de pie y en postura atenta, dentro de su común
estructura anodina, el funcionario 0023891H, Protocofiev,
es pieza indispensable en la base estratégica oceanográfica “Zilos”.
-Protocofiev
ayer no estuvo en la reunión de anticipo de actividades y servicios.
-Es que Protocofiev se encuentra
“húmedo”.
Suele escucharse comentario similar cuando la semana se
termina, y se entiende por “húmedo”, su actividad de buceo. Podría definirse
como una capacidad verdaderamente fabulosa y a la que nadie puede siquiera
pensar en imitar. Nuestro amigo Protocofiev desciende
a más de 300 metros
de profundidad, con magnifica soltura y sorprendente movilidad, con una
capacidad de oxígeno que le permite sumergirse por más de veinte horas sin
necesidad de tomar aire en la superficie. Su visión en los abismos, es
simplemente muy superior a la que goza en tierra firme, y su funcionamiento
cerebral, denotadamente más rápido y efectivo.
Es así que Procofiev se sumerge cuando debe analizar datos a los que
una deducción brillante le den el aval de ser publicados en revistas
científicas, y cuando debe comparar especimenes, sin abrirlos, basta con que se
los lleve en un paseo bajo las aguas heladas que a su regreso será capaz de
enumerar sus diferencias, desde las más básicas, a aquellas más complejas.
Se intentó nombrar a Protocofiev director del área de investigaciones de la Facultad de Ciencias,
pero las objeciones, nunca fundadas en argumentos académicos, se apoyaron en la
incomoda creencia de que nuestro amigo no es humano. Es estúpido creer que lo
sea, pero encontrado hace más de 108 años en las profundidades antárticas,
cuando apenas alcanzaba la quinta parte del tamaño que hoy posee, Protocofiev descubrió y catalogó más especies que diez
generaciones científicas en el mundo entero.
Se sabe que de
pequeño, a los diez años de ser estudiado, Protocofiev
era capaz de hacer cálculos de ingeniería de gran complejidad, o memorizar
miles de nombres científicos de animales con solo leerlos durante dos o tres
veces. No habla, es cierto, pero su escritura, brillante en sintaxis y de una
caligrafía que parece tipografía impresa, es tan ágil que le permite contestar
preguntas, plantear teorías o expresarse a una velocidad mayor a la del habla
común.
Ayer Protocofiev se sumergió y aun no se sabe de él. Que haya
emergido es una obviedad, pues han transcurrido más de 36 horas desde su
primera inmersión, el tema es saber dónde ha salido a la superficie.
Entonces los
cuestionamientos se suscitan con energía y se disparan acusaciones de
retrógrados criterios, de objeciones idiotas y prejuicios del siglo XIX. Todos
nos echamos la culpa y dudamos de nuestro proceder como científicos, cuando
apenas podemos contener miradas de rechazo o descortesía frente a cada hallazgo
del genial Protocofiev.
Pero todos sabemos
que su devoción a la investigación y su entrega a cada búsqueda es sincera y
tan plena que difícilmente alguien pueda comparársele, y nuestra condición como
especie nos traiciona a cada momento, especulando con lo terrible que sería
para la comunidad científica la desaparición de Protocofiev.
Pensar en la noche
cerrada y el abismo helado de las profundidades, por donde nuestro “amigo”
merodee observando, reconociendo, descubriendo y apreciando, nos sitúa en peor
postura a cada uno de nosotros, encerrados en una cáscara perversa y
deshonesta.
Pero cuando la
temperatura baja abruptamente y el silbido del follaje nos eriza en la noche,
entonces sabemos que el frío no es algo malo y nocivo, que solo se trata de
convivir con él, y cuando el desagradable olor a orín parece quemar las fosas
nasales, entonces la alegría nos invade a todos como si tratase de una manada
de bestias que ha encontrado a su líder, y se proyecta en el futuro.
RV 2016