2022 - Merodeadores
/ Capítulo 9º: "Los bosques que habitamos"
Para cualquier
incrédulo que crea que los desiertos son tan monótonos como sus planicies, yo
les respondo: sí, casi...
Es imposible hacerle
entender a quien no vive aquí, la variedad de tonalidades del cielo y su fuerte
contaminación cromática en el suelo, o que puedan creer que, en determinadas
ocasiones, muy cada tantos años, es posible oler al mar... y más increíble y
demente es que, ese olor a mar, lo reconocemos quienes nunca estuvimos siquiera
cerca de él.
También, aunque a
menor medida , es difícil oír música en el desierto, generada por vientos, el
rozamiento de la arena con la arena, los truenos ensordecidos y desintegrados
entre nubes de polvo que se elevan al cielo como verdaderas montañas... ¡y
apenas puedo tener una noción de montaña basada en los picos rocosos que por
momentos he observado en el horizonte!
Pero la magia del
desierto obliga al refinamiento de los sentidos alcanzando una fantástica gama
de blancos y ocres casi ilimitada; la profundidad del cian en los cielos; la
distancia y parpadeo agonizante de algunas estrellas... la descomposición de
los colores en los cristales de la arena... la sequedad o humedad del aire...
Todo se vuelve
maravillosamente variado, en un espectro limitado. Entonces la imaginación
busca detallados recuerdos de sustancias o imágenes para resolver acertijos
frente a situaciones extrañas.
Aquella tarde,
preciosamente fresca y que se dispersaba en la noche, hechizada de tantas
estrellas que ni siquiera se escondían con el sol, aquella hermosa noche donde
la briza componía una melodía apacible y misteriosa, con perfumes del monte y
frutas fermentadas, con el olor metálico de las rocas bruñidas por la eternidad
de los tiempos, presencié una escena tan absurda que podría retener como
inteligente y acertada.
Frente a mí, desde la
puerta de mi cueva y trazando secuencias de sombras a lo largo de los ojos
entrecerrados, apareció una formación de criaturas que avanzaban con paso
firme, y para mí, bastante rápido.
Alineados con separaciones
de más de veinte metros entre sí, y abarcando una línea de horizonte a
horizonte, estos individuos caminaban sobre el desierto.
Me asustó el no
haberles sentido llegar, pero comprendí que el perfume que sentía estaba
contaminado por ellos, y más precisamente por la sustancia que expulsaban. Una vez pasaron frente a mi madriguera,
continuaron a paso firme y veloz, y yo fui tras ellos con la idea de que me
vieran, pero sobre todas las cosas, que vean que soy inofensivo.
Su dirección no
variaba, y las coordenadas de su desplazamiento estaban perfectamente alineadas
al acantilado y el monte, por lo que les seguí con calma y apenas mirando hacia
atrás para corroborar que su curso era siempre el mismo.
¡Amigo! (Grité a uno de ellos que hacía un rato me había
observado en más de una ocasión.)
¿Hacia dónde se dirigen, si se puede saber y no es un
desatino de mi parte plantearle esta pregunta?
-¡Hola, pequeño! -Me respondió con voz jovial, y además, el
"pequeño", me pautaba que mi propósito de caer amigable había
funcionado.
-Nos dirigimos hacia los valles de los Feudos Cróxis, hasta
allí, nada más.
-¿Feudos Cróxis?
-Así es, pequeño amigo. Allí el suelo se vuelve
absolutamente árido y nuestra empresa no
es posible.
-Pero, ¿qué hacen? (Ni
bien pregunté, noté que de sus hombros surgían pequeñas flores o piezas
metálicas que se asemejaban a flores. Que de su zona plana con forma de disco,
brotaban pequeñas partículas desde perforaciones dispuestas concéntricamente.)
-Fertilizamos el desierto para que en un futuro sea posible
que crezcan plantas.
¿Crezcan plantas? ¿Y el otro tipo de hace unos días sacaba
aceite negro de abajo del suelo y estos tiran cositas en la arena? ¿Qué es
esto? Comenzaba a fastidiarme, más que el ignorar cómo podría ser mi desierto,
donde forasteros venían y me hablaban de cosas que no conocía porque no se ven,
que además hagan lo que les plazca sin consultarme. Tuve un arrebato de locura,
posiblemente si estos personajes no hubiesen sido tan afables en su trato, difícilmente
lo hubiese concretado. Pero el hecho fue que lo tuve: corrí hasta situarme
delante de ellos, más precisamente frente a aquel con el que había mantenido la
conversación. Me paré obstaculizando su
recorrido, a unos metros. Más que continuar y pecharme, o directamente evadirme
sorteándome por un costado, este tipo se paró... ¡y todos pararon al segundo!
Miré hacia ambos lados de la línea y todos, hasta desaparecer de mi vista, se
habían frenado. Todos miraban hacia aquí, y lo deduje por la postura marcial y
geométrica de cada uno de ellos al estar girado hacia mí. Hubo un gran
silencio, y yo me apuré a plantear mis argumentos sin darles tiempo a retomar
la marcha.
¿Por qué nadie me ha consultado si yo, habitante de este
desierto, estaba de acuerdo con que llevaran a cabo tal empresa? ¿Quién me
preguntó algo si quería que tiraran esas cositas por la arena? (Se mantuvieron
en silencio un rato, un eterno e inquietante rato.)
-Amigo... pequeño amigo, no lo hicimos porque el desierto es
muy grande, y recién lo conocemos a usted... Venimos hace más de tres años en
esta dirección, y no cruzamos más que algún individuo en la lejanía que no tuvo
el más mínimo acercamiento con nosotros.
(No sabía qué contestarle, y permanecí desafiante.)
-Escuche -dijo el que se encontraba inmediatamente a la
izquierda del que tenía en frente, -¿usted nos permitiría continuar con nuestro
trayecto, fertilizando el suelo? ¿Cree que esto pueda generarle algún
inconveniente?
-Pero eso que tiran, ¿hará que crezcan plantas, como en los bosques
con lagos? (Mi pregunta fue algo estúpida pero directa: hacía nuevamente
referencia a cosas que no conocía, y la conjunción bosque-lagos era,
simplemente, infantil.)
-Es muy posible que eso ocurra, dentro de muchos años.
Seguramente no estemos vivos para confirmarlo, pero ha funcionado en otros
lugares de idénticas características: desiertos inhóspitos hoy son bosques
frondosos; junglas exuberantes antes eran planicies de piedra y arena...
No estaba en condiciones de reafirmar lo dicho ni detractar,
por lo que miré el suelo y la uniformidad de los cristales de arena me
enceguecieron por unos segundos. Además, si se trataba de traerme el paisaje de
mis sueños a la puerta de mi casa, me hacía un formidable favor, porque el
tiempo pasaba y yo era incapaz de aventurarme en su busca.
Bueno, sigan... y ojalá que crezcan algunas plantas antes de
que me muera. (Dejé escapar como un desafortunado consuelo.)
-¡Pero eso delo por hecho! Usted habló de bosques con lagos,
no sería posible que en tan poco tiempo se llegue a esa escala, pero sí de
grandes extensiones de flora. -Me comentó el que estaba en frente. Creí que me
enloquecería de alegría, y cuando reanudaron la marcha, el que estaba delante
mío, me dijo:
-El monte con frutos es un ejemplo, tiene siglos de vida. Con
este proceso se expandirá y habrá muchas variedades de plantas, créame amigo.
Me hice a un lado
para no retrasarlo, y los acompañé ladrando de alegría; ellos reían y yo ladraba...
A la vuelta, en medio
de la noche cerrada pero bajo una bóveda de estrellas que iluminaban todo el
desierto, y a pesar de correr como demente por algunos tramos (de alegría, no
por pavor como acostumbraba), sentía la arena meterse entre mis dedos y yo
expulsarla al aire en cada zancada...
No fui a mi guarida.
Pasé sin mirar el acantilado de los imbéciles (así le había apodado), y fui
hasta el montecito sólo para admirar las plantas.
Todas armónicamente enredadas,
siguiendo patrones de color, forma y proporciones salvajes que solo ellas
conocían. Las admiré un rato largo y vi la luz de las estrellas introducirse en
sus frutas pomposas de agua y rojas como la sangre, pesadas, ocultas algunas entre
las hojas, diseminadas las ramas con pequeñas flores blancas entre la maleza
agreste, opacadas por la arena y el polvo de los vientos...
Decidí que era
necesario manejar más datos sobre lo que implicaba ser un bosque, con y sin
lagos. Creí que hipnotizaba a las plantas para que se expandan, pero esto me
dio gracia por ridículo y mediocre de mi parte...
Volví a mi cueva, feliz
como pocas veces, rebosante de energía más allá del cansancio de las corridas y
macacadas que había hecho...
Esa noche iba a soñar
con bosques atiborrados de plantas, pero con espacios para ver estrellas y
filtrar el ruido de las cascadas estrellándose en los lagos.
RV 2023