jueves, 14 de agosto de 2025

 

"Memorias de un asno audaz."

Colección PUZZLETRAZOS 2023 / 2024.

Capítulo Nº 2: "Tanj-Grib"

  Los extraños laberintos y peculiares galerías que de forma caprichosa recorren las cadena montañosa  de Tanj-Gribv, confinan cualquier estrategia de movimiento a un camino sin salida.

 La osadía de varios guerreros que desafiaron su tenebrosa estructura, es hoy un recuerdo vago y poco presente en las poblaciones cercanas a esta vasta zona penosamente árida.

  Pero hubo uno, entre todos ellos, que dejó en evidencia el verdadero motivo de quienes allí se adentraban de forma tan salvaje y arriesgada. Alguien que hasta ese momento había premeditado a detalle su empresa, y tuvo la fortuna de regresar para develar el misterio que envolvía a todas las rocas y piedras que allí se esparcían majestuosamente.

 Pinpalín Arcángel Rojo, así se hacía llamar, aunque muchos lo conocían en su aldea y comarcas vecinas, y sabían que ese no era su nombre. Pinpalín no se destacaba por  su porte ni tamaño, apenas podía ser considerado un simple escudero, pero cuando se adentró en la gran boca de las colinas que precedían a las laderas rocosas, sin voltearse nunca ni enlentecer su paso, aquellos que le observaban quedaron impresionados por su gallardía y determinación, y no le sacaron los ojos de encima hasta que desapareció detrás de una hilera de cipreses concentrados a un lado del oscuro camino que se incrustaba entre las montañas.

-¡Pinpalín, ¿qué absurda idea te arrastra a una empresa tan siniestra? -Le gritaba a lo lejos una señora gorda, que contenía una cesta de flores blancas en una de sus manos.

-¿Quién frenará a este iluso? -Preguntaba un joven a la muchedumbre que lo ignoraba sin dejar de contemplar absortos la marcha del pequeño caballero.

 Entonces la vida prosiguió, y poco a poco el recuerdo de Pinpalín alejándose de la aldea, se fue diluyendo entre sus pobladores. Pinpalín era uno más entre tantos que se había atrevido a desafiar a las montañas de Tanj-Gribv, y su arrogancia le hacía pagar con el olvido y un final oscuro.

 

 

RV 2025

jueves, 20 de marzo de 2025

 


 

"Memorias de un asno audaz."

Colección PUZZLETRAZOS 2023 / 2024.

Capítulo Nº 1: "A la espera de un milagro."

 Permanecí oculto durante más de un día, en igual posición en la que me desvanecí, y por algún motivo extraño, consideré que aquella postura en la que me encontraba, resumía honrosamente mi final, mi destino y mi memoria.

 La detonación nos había tomado por sorpresa, brutal y desproporcionadamente virulenta. Soy un zapatero, ese ha sido mi oficio desde los 14 años; nací en una zapatería, primero fue de mi abuelo del que tengo un hermoso recuerdo y después de mi padre hasta que su salud le obligó a ponerme al frente del negocio con tan solo 19 años...

 Zapatero es mi oficio y del que siento un profundo orgullo, casi tan bondadoso como el de un médico, le doy a las personas el abrigo y la protección de sus pies para caminar... ¿y qué sería la vida sin caminos y caminantes? Estoy algo sensible y así me expreso, muy sensiblemente, y si alguno de ustedes tuviese una vaga idea de cómo me encuentro, me entenderían y probablemente consolarían... porque eso haría yo.

 El hecho es que no siento las piernas y me arde espantosamente la espalda, estoy caído boca abajo sobre mi brazo derecho, y la explosión (venida desde alguna posición de artillería ajustada mediante drones, o quizá un dron suicida),  me arrojó caprichosamente de modo de quedar cual espectador frente a una escena horrorosa.

 Nadie a sobrevivido. Estoy hace muchas horas aquí, y solo recuerdo el angustiante sollozo de mi compañero, minutos después del ataque. A mis espaldas sentí a mi amigo Víctor, y desde ese momento lo di por muerto. Jugaba en un equipo de fútbol de la divisional B y le gustaba cantar... lo hacía muy bien, y me alegraba toda la jornada consumida por la aberración de la guerra pestilente y cruda. Víctor ya no está más, como muchos, como yo tampoco lo estaré, pues con solo intentar moverme, el dolor me escama la piel y siento un calor abrazarme la cintura y es posible que se trate de una pérdida de sangre provocada por mi esfuerzo al contraer los músculos...  

 Cada tanto siento pasar aviones de combate a reacción a muy baja cota, y les siento segundos después de sobrevolarnos... ¿cómo podemos defendernos si ni siquiera les sentimos llegar? El espectáculo de nuestro pequeño vehículo de exploración calcinado y la vegetación convulsionada por el bombardeo, es lo único a lo que puedo acceder desde este ángulo, como un castigo y determinación de la muerte a hacerme entender cuál es mi final ineludible.

 Entonces intento recordar, con los ojos cerrados, a personas que visitan la zapatería, a vecinos del barrio o postales de mi ciudad. Me eludo del escenario salvaje y con olor a combustible quemado, siento la campanilla de entrada, entra un cliente... es mi vecina, se llama Laura, una señora de 60 años aproximadamente, muy afable, la madre de Florencia, compañera del liceo...

-¡Qué mañana hermosa! -Dice a modo de saludo. Yo asiento con la cabeza.

-Me llevo las sandalias de la vitrina, las verdes y blancas.

Las ubico sin verlas y voy por ellas. Son para su hija. Las coloco en su caja y luego el paquete en una bolsa con el logo feo pero familiar del negocio.

-Si no les queda, me las trae y buscamos su número.

-Son 37 y le van a ir bien, la conozco bien. -Me dice sonriente pero con cierto fastidio.

 Tomo el billete azul con una mano mientras con la otro hurgo en el cajón de la caja otro verde, de valor más pequeño para devolverle el vuelto. La caja está vacía y recuerdo haber dejado el cambio en la mesa de la cocina. Mi mirada se deposita en el billete azul, solitario, dentro de un casillero pero todavía contenido en mi mano. Lo observo: en su dorso, la reproducción de un combate del siglo XIX gana casi toda su superficie. Un tipo desde el suelo pide clemencia entre los caídos, entre los que hay caballos, estandartes y cañones desalineados dramáticamente, hacia dos o tres comandantes que, sobre sus caballos y quietos cual estatuas, llevan al cielo sus sables y carabinas. El tipo del suelo aún tiene su mochila táctica puesta, está sobre su fusil que ostenta una bayoneta larga cual espadín. Su perfil me recuerda una vieja foto de mi padre junto a un grupo de compañeros de clase en el liceo. Me resulta perturbador...

 Ahora vuelvo a mi mismo, al charco de sangre donde me encuentro acostado y que está frío, al olor a combustión que me abraza, al sonido de detonaciones en la lejanía, al zumbido de moscas cerca de mi cabeza, a mis labios apoyados sobre la tierra, a la arena crujiendo entre mis dientes...

 

RV 2025


 

domingo, 26 de febrero de 2023

 

2022 - Merodeadores / Capítulo 10º: "En direcciones diametralmente opuestas"

 El viento cálido del desierto me peinaba los bigotes en una tarde hermosa y despejada, y en su viaje, pensaba si mi olor llegaría hasta los bosque soñados. Estaría presente en tantos lugares como la brisa me hubiese envestido.

 Sería entonces el momento de pensar en que cada imagen del desierto que frente a mí se plasmara, sería un sueño o recuerdo lejano y difuso del que rescataría los más delicados detalles que guardaría como piezas de un tesoro fabuloso. Pero era realmente poco atinado considerar esta posibilidad como un mandato destilado desde las estrellas, reflejando en destellos fosforescentes sobre la arena, el camino hacia este lugar nunca visto y documentado...

 ¿Los parámetros serían todo aquello que no es lo que es del desierto?

 Sentí pasos desde mi lado izquierdo, solo que las piedras que me hacían de refugio, me impidieron saber de quién se trataba. Sentí las pisadas morder la arena y hacerla crujir bajo su peso, pero su cercanía me puso en alerta máxima acurrucándome a las piedras.

 Un extraño pajarraco, una criatura de gran porte, de indefinidos rasgos y confusos movimientos quedó en frente mío, se detuvo y no dejó de mirarme con aquel ojo que estaba en el flanco visual que me contenía. Parecía tener ropas y joyas barrocas, era difícil saber qué elemento era qué, y cuál correspondía a cada uno de ellos. Pensé que al menor movimiento, debería escapar en sentido opuesto a su posición y marcha, obligándole a darse media vuelta y así ganarle terreno en su torpe y pesada maniobra de redireccionar el ataque. Obviamente correría también en sentido opuesto de mi madriguera, alejándome de forma diametralmente opuesta a su ubicación, pero describiendo un semicírculo de prolongado radio capaz de incomodar las tácticas de caza de una bestia depredadora como aquella...   

-Joven...  -dejó escapar con voz clara y muy ronca. -¿Me daría usted las coordenadas correctas para acercarme a la gran metrópolis de Sâqued?

Pensé  igualmente en huir, pero en la primera reacción al verle, del miedo me había replegado en un instintivo salto que me trancó una pata trasera entre dos piedras, y para escapar de tal situación, debía hacer un movimiento hacia adelante que podría ser mal interpretado por aquel animal perdido, y considerar que le hubiese intentado atacar. Me decidí a hablarle:

No sé bien qué es... no sé dónde está Sâked. (Su enorme ojo no parpadeaba ni se movía de mí, era tan grande que hasta creí verme reflejado en él. Se mantuvo expectante. Su atuendo sofisticado y atiborrado de encajes, bordados y piezas doradas, por momentos parecían tener vida propia, pero eran los brillos que producía el sol en su viaje tras las dunas, y este efecto me mareaba un poco. Tuve que mirar hacia otro lado. En la proyección de su sombra deduje que algo así como una gran pipa deforme estaba del otro lado de su boca.)

-¿No ha sentido hablar de Sâked, la gran ciudad de Sâked? Bueno, hacia allí me dirijo luego de que mi nave perdiese impulso y su propulsión mermase... Ahora sólo necesito saber si es correcta la dirección en la que me muevo.

-Vea, señor...

-Conde de Oulx.

-Señor Conde de Olks...  el desierto de Cook es verdaderamente inmenso, no es que lo haya recorrido, no, no, simplemente se apersonan tantas criaturas que me da a entender de que su espacio debe ser verdaderamente enorme, y todos vienen de lugares que están atrás de los horizontes que me circunvalan...

 El Conde me observó durante un rato, y entendí en su mirada inquisidora todo el desprecio hacia una criatura insignificante como yo, y el grosero y pequeño mundo que me era conocido, el cual era simplemente absolutamente limitado y de una mediocridad dramática. Me decidí a hablarle, porque no sabía cómo podía terminar aquello: un súbdito idiota que no puede siquiera señalarle el camino a su amo...

¿Pero de dónde venía,  (le pregunté), cómo es posible que alguien de su alcurnia se encuentre desamparado y sin escolta en medio del desierto? (Me respondió inmediatamente, al punto de sorprenderme y no entender bien de qué me hablaba al principio.)

-Mi palacio fue tomado por criaturas repugnantes y mezquinas, mediante una estrategia bien planificada, fue mi guardia y escoltas sorprendidas y diezmadas obligándome a huir de forma escalofriante  para salvar mi vida. La autonomía de mi nave era limitada, y creí que como mínimo, usted estaría en grado de indicarme por dónde ir. Pero visto que ignora que hay más allá de su hocico, y no comprende un universo que no sea aquel de su pelambre y la arena, mi conversación termina aquí.

 El enorme pajarraco reanudó la marcha, haciendo sonar la arena bajo sus patas. No le quité la mirada de encima hasta verle desaparecer detrás de las dunas, y como un mal presagio liberado a último momento, el sol también se ocultó como escapando de su presencia despreciable. Había destrancado mi pata en algún instante de la conversación.

  Pensé qué hacer o decir para retenerle un instante, para que no se fuese defraudado y yo me sintiese tan frustrado, pero mi universo no estaba únicamente constituido por mi pelambre y la arena.

 Lentamente me desplacé hasta mi querido montecito de frutas, ofuscado y también muy decepcionado con aquel mamotreto arrogante y mal educado. Volví con mi rama y observé el brillo de alguna estrella en el sudor de mi hocico, y me detuve. Pensé que se había equivocado, y que fui un tonto al no decírselo; al no decirle que en mi universo estaban contemplados bosques con muchas plantas y lagos con cascadas... ¡hasta pensé en correr a gritárselo! Pero también hubiese sido muy incrédulo pensar en que para alguien como él sería de importancia mi confesión.

 Continué el camino con mi rama hacia la cueva. Estaba claro que ahora debía encontrar aquel paisaje maravilloso, y me refugiaba en el argumento de que para mí el desierto ya no podría ser el mismo, porque no podía saber quiénes lo recorrían ni qué intensiones tenían. Y por sobre todas las cosas, que justamente aquellas criaturas más negativas y desagradables, rechazaran y malinterpretaran como escueto y breve mi universo, lo que me esperanzaba en jamás encontrarlas allí.

RV 2023 - Fin 

 


         

sábado, 11 de febrero de 2023

2022 - Merodeadores / Capítulo 9º: "Los bosques que habitamos"

 Para cualquier incrédulo que crea que los desiertos son tan monótonos como sus planicies, yo les respondo: sí, casi...

 Es imposible hacerle entender a quien no vive aquí, la variedad de tonalidades del cielo y su fuerte contaminación cromática en el suelo, o que puedan creer que, en determinadas ocasiones, muy cada tantos años, es posible oler al mar... y más increíble y demente es que, ese olor a mar, lo reconocemos quienes nunca estuvimos siquiera cerca de él.

 También, aunque a menor medida , es difícil oír música en el desierto, generada por vientos, el rozamiento de la arena con la arena, los truenos ensordecidos y desintegrados entre nubes de polvo que se elevan al cielo como verdaderas montañas... ¡y apenas puedo tener una noción de montaña basada en los picos rocosos que por momentos he observado en el horizonte!

 Pero la magia del desierto obliga al refinamiento de los sentidos alcanzando una fantástica gama de blancos y ocres casi ilimitada; la profundidad del cian en los cielos; la distancia y parpadeo agonizante de algunas estrellas... la descomposición de los colores en los cristales de la arena...  la sequedad o humedad del aire...

 Todo se vuelve maravillosamente variado, en un espectro limitado. Entonces la imaginación busca detallados recuerdos de sustancias o imágenes para resolver acertijos frente a situaciones extrañas.

 Aquella tarde, preciosamente fresca y que se dispersaba en la noche, hechizada de tantas estrellas que ni siquiera se escondían con el sol, aquella hermosa noche donde la briza componía una melodía apacible y misteriosa, con perfumes del monte y frutas fermentadas, con el olor metálico de las rocas bruñidas por la eternidad de los tiempos, presencié una escena tan absurda que podría retener como inteligente y acertada.

 Frente a mí, desde la puerta de mi cueva y trazando secuencias de sombras a lo largo de los ojos entrecerrados, apareció una formación de criaturas que avanzaban con paso firme, y para mí, bastante rápido.

 Alineados con separaciones de más de veinte metros entre sí, y abarcando una línea de horizonte a horizonte, estos individuos caminaban sobre el desierto.

 Me asustó el no haberles sentido llegar, pero comprendí que el perfume que sentía estaba contaminado por ellos, y más precisamente por la sustancia que expulsaban.  Una vez pasaron frente a mi madriguera, continuaron a paso firme y veloz, y yo fui tras ellos con la idea de que me vieran, pero sobre todas las cosas, que vean que soy inofensivo.

 Su dirección no variaba, y las coordenadas de su desplazamiento estaban perfectamente alineadas al acantilado y el monte, por lo que les seguí con calma y apenas mirando hacia atrás para corroborar que su curso era siempre el mismo.

¡Amigo! (Grité a uno de ellos que hacía un rato me había observado en más de una ocasión.)

¿Hacia dónde se dirigen, si se puede saber y no es un desatino de mi parte plantearle esta pregunta?

-¡Hola, pequeño! -Me respondió con voz jovial, y además, el "pequeño", me pautaba que mi propósito de caer amigable había funcionado.

-Nos dirigimos hacia los valles de los Feudos Cróxis, hasta allí, nada más.

-¿Feudos Cróxis?

-Así es, pequeño amigo. Allí el suelo se vuelve absolutamente  árido y nuestra empresa no es posible.

-Pero, ¿qué hacen? (Ni  bien pregunté, noté que de sus hombros surgían pequeñas flores o piezas metálicas que se asemejaban a flores. Que de su zona plana con forma de disco, brotaban pequeñas partículas desde perforaciones dispuestas concéntricamente.)

-Fertilizamos el desierto para que en un futuro sea posible que crezcan plantas.

¿Crezcan plantas? ¿Y el otro tipo de hace unos días sacaba aceite negro de abajo del suelo y estos tiran cositas en la arena? ¿Qué es esto? Comenzaba a fastidiarme, más que el ignorar cómo podría ser mi desierto, donde forasteros venían y me hablaban de cosas que no conocía porque no se ven, que además hagan lo que les plazca sin consultarme. Tuve un arrebato de locura, posiblemente si estos personajes no hubiesen sido tan afables en su trato, difícilmente lo hubiese concretado. Pero el hecho fue que lo tuve: corrí hasta situarme delante de ellos, más precisamente frente a aquel con el que había mantenido la conversación. Me paré  obstaculizando su recorrido, a unos metros. Más que continuar y pecharme, o directamente evadirme sorteándome por un costado, este tipo se paró... ¡y todos pararon al segundo! Miré hacia ambos lados de la línea y todos, hasta desaparecer de mi vista, se habían frenado. Todos miraban hacia aquí, y lo deduje por la postura marcial y geométrica de cada uno de ellos al estar girado hacia mí. Hubo un gran silencio, y yo me apuré a plantear mis argumentos sin darles tiempo a retomar la marcha.

¿Por qué nadie me ha consultado si yo, habitante de este desierto, estaba de acuerdo con que llevaran a cabo tal empresa? ¿Quién me preguntó algo si quería que tiraran esas cositas por la arena? (Se mantuvieron en silencio un rato, un eterno e inquietante rato.)

-Amigo... pequeño amigo, no lo hicimos porque el desierto es muy grande, y recién lo conocemos a usted... Venimos hace más de tres años en esta dirección, y no cruzamos más que algún individuo en la lejanía que no tuvo el más mínimo acercamiento con nosotros.

(No sabía qué contestarle, y permanecí desafiante.)

-Escuche -dijo el que se encontraba inmediatamente a la izquierda del que tenía en frente, -¿usted nos permitiría continuar con nuestro trayecto, fertilizando el suelo? ¿Cree que esto pueda generarle algún inconveniente?

-Pero eso que tiran, ¿hará que crezcan plantas, como en los bosques con lagos? (Mi pregunta fue algo estúpida pero directa: hacía nuevamente referencia a cosas que no conocía, y la conjunción bosque-lagos era, simplemente, infantil.)

-Es muy posible que eso ocurra, dentro de muchos años. Seguramente no estemos vivos para confirmarlo, pero ha funcionado en otros lugares de idénticas características: desiertos inhóspitos hoy son bosques frondosos; junglas exuberantes antes eran planicies de piedra y arena...

No estaba en condiciones de reafirmar lo dicho ni detractar, por lo que miré el suelo y la uniformidad de los cristales de arena me enceguecieron por unos segundos. Además, si se trataba de traerme el paisaje de mis sueños a la puerta de mi casa, me hacía un formidable favor, porque el tiempo pasaba y yo era incapaz de aventurarme en su busca.

Bueno, sigan... y ojalá que crezcan algunas plantas antes de que me muera. (Dejé escapar como un desafortunado consuelo.)

-¡Pero eso delo por hecho! Usted habló de bosques con lagos, no sería posible que en tan poco tiempo se llegue a esa escala, pero sí de grandes extensiones de flora. -Me comentó el que estaba en frente. Creí que me enloquecería de alegría, y cuando reanudaron la marcha, el que estaba delante mío, me dijo:

-El monte con frutos es un ejemplo, tiene siglos de vida. Con este proceso se expandirá y habrá muchas variedades de plantas, créame amigo.

 Me hice a un lado para no retrasarlo, y los acompañé ladrando de alegría; ellos reían y yo ladraba...

 A la vuelta, en medio de la noche cerrada pero bajo una bóveda de estrellas que iluminaban todo el desierto, y a pesar de correr como demente por algunos tramos (de alegría, no por pavor como acostumbraba), sentía la arena meterse entre mis dedos y yo expulsarla al aire en cada zancada...

 No fui a mi guarida. Pasé sin mirar el acantilado de los imbéciles (así le había apodado), y fui hasta el montecito sólo para admirar las plantas.

 Todas armónicamente enredadas, siguiendo patrones de color, forma y proporciones salvajes que solo ellas conocían. Las admiré un rato largo y vi la luz de las estrellas introducirse en sus frutas pomposas de agua y rojas como la sangre, pesadas, ocultas algunas entre las hojas, diseminadas las ramas con pequeñas flores blancas entre la maleza agreste, opacadas por la arena y el polvo de los vientos...

 Decidí que era necesario manejar más datos sobre lo que implicaba ser un bosque, con y sin lagos. Creí que hipnotizaba a las plantas para que se expandan, pero esto me dio gracia por ridículo y mediocre de mi parte...

 Volví a mi cueva, feliz como pocas veces, rebosante de energía más allá del cansancio de las corridas y macacadas que había hecho...

 Esa noche iba a soñar con bosques atiborrados de plantas, pero con espacios para ver estrellas y filtrar el ruido de las cascadas estrellándose en los lagos.

RV 2023