martes, 2 de abril de 2013

¿Qué premeditas?
 Escondido tras la mirada de un pájaro exhausto de viajar, entre codiciosos movimientos que traen del mar la henchida red, así, fantasmal como el reflejo en la espumosa cresta de las olas abandonadas por la luz, así pareces premeditar algo.
 Confuso se ha vuelto el viento y también confuso es el andar de la tripulación sobre la cubierta y trepadaa los obenques. Se recojen velas, se tensan aparejos, del mambrú se desprende un débil humo gris que en estúpido baile parece volver sobre sí mismo.
 He intentado acercarme a ti para conocer las palabras tenebrosas que tantos te atribuyen, pero como un manual técnico, solo das recomendaciones pertinentes.
 No paro de observarte y pensar que algo premeditas, en complicidad con algún demonio de sal o tan furtivo cual predador de las profundidades.
 Calma chicha. Es posible sentir crujir la madera al hamacarse la goleta, calma chicha. Tres partimos y solo una queda. El nuestro, bienaventurado bajel, no quiere sentir hablar a los dos sobrevivientes de los terribles naufragios. A mí ya no me espantan sus balbuceos, porque el miedo, cuando atropella el aire y te eriza al tocarte, se hace un molesto acompañante.
 ¿Qué premeditas? ¿Acaso sabes de los motivos que hicieron volver locos a dos de nuestros mejores marinos?
 Se ha secado la marca que el porrón de ginebra ha dejado sobre la mesa, temo que del mismo modo, naufraguemos y apenas rastros de objetos danzando en remolinos de la inmersión sean , por un momento, las señales de nuestro trágico destino.
 No creo en una aleta odorsal con espinas cual espadas cobrizas, no creo que su altura supere la del palo mayor de la "Tatkiana", y que su andar supere en tantos nudos al nuestro.
 Espero, solo eso hago. Sin viento, con el mar acorralando el pavor de todos, espero que digas lo que por los pocos dientes que se te aferran pueda surgir.
 El Contramaestre se pasea con su sextante en la mano. Caliente se oxida el bronce apretado en su puño.
 Si estos apuntes sobreviven al viaje, entonces solo así alguien los leerá para apagar el lamento de quienes sobre el Tatkiana hemos estado, y como enjambre del terror, sobre el aire vacío donde se sumerja, haya quedado.
 Son horas atroces sobre el plano de agua. La noche se traga al cielo y al mar, y el viento frío expulsa al cálido.
 Un hombre se acerca al traidor, lo ilumina con un farol de aceite, titubea, se mantiene un rato parado frente al hombre lagarto que yace sentado en proa, mirando hacia popa. Parece recriminarle algo, luego se va y el demonio no lo sigue con la mirada. Permanece con el rostro volteado al suelo. Algo premedita y no soy el único que lo sabe.
 De repente, en macabro chapuzón parece inclinarse la nave mientras algo terriblemente grande raspa el casco y se siente pasar debajo nuestro, escapando en la inmensidad del océano. Volverá, y eso no es una simple conclusión. Alguien grita y señala al agua, el hombre reptil ha desaparecido y ahora la acción se corresponde a la de una pesadilla.
 De pie escribo las últimas palabras antes de que la oscuridad nos envuelva, han ordenado apagar los faroles. En un frasco vacío y cerrado descansarán los escritos, tan vacío y cerrado como la noche y el hondo suspenso que el miedo abre en el agua, en silencioso recorrido hacia nosotros.
RV 2012.